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Las lecciones del accidente de Chernobyl

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Ya pasaron más de 3 décadas y aún pasarán muchos años para que sea seguro volver.

Una historia que vale la pena conocer

Doce veces por mes, Sergei Akimovich Krasikov toma un tren que recorre las abandonadas tierras próximas a la Central Nuclear de Chernobyl e informa sobre los trabajos en la estructura cercana al Reactor Nº 4, conocido como “el sarcófago”.

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Entre sus muchas tareas está sacar líquido radiactivo que se acumula dentro del reactor siniestrado. Esto ocurre cuando llueve o se derrite la nieve. El sarcófago se construyó hace 25 años en medio del pánico, cuando la radiación se extendió a zonas habitadas después de una explosión en el reactor, y ahora está plagado de grietas.

El agua no puede llegar a tocar lo que está en lo más profundo del reactor: alrededor de 200 toneladas de combustible nuclear fundido y desechos quemados y solidificados, en una masa en forma de pata de elefante. Esta masa continúa siendo tan altamente radiactiva que los científicos no pueden acercarse. La radiación que ha alcanzado el techo del sarcófago es de alrededor de 3 rem por hora. A ese nivel, un trabajador alcanzará el límite anual recomendado después de sólo 45 minutos de exposición. Los científicos calculan que el máximo de radiación próxima a la masa es de 800 rem por hora.

Krasikov, de anchas espaldas y una mirada clara de ojos azules, es uno de los trabajadores que ha estado cuidando este monstruo durante ocho años. Piensa quedarse hasta que se jubile, y entonces dejará el puesto a otro hombre, que trabajará allí hasta que también se jubile. Le preguntamos cuánto tiempo durará esto, y él se encoge de hombros.

“¿Unos cien años?”, conjetura. “Puede que en ese tiempo se invente algo”.

Mientras que algunos elementos radiactivos del combustible nuclear se descomponen rápidamente, la semi desintegración del cesio es de 30 años y la del estroncio es de 29 años. Los científicos estiman que se tardará de 10 a 13 períodos de semi desintegración antes de que la vida y la actividad económica puedan volver a la zona. Esto significa que el área contaminada —estimada por el parlamento ucraniano en unos 40.000 kilómetros cuadrados, alrededor del tamaño de Suiza— se verá afectada durante más de 300 años.

En marzo pasado, los trabajadores luchaban desesperadamente para enfriar los seis reactores de la central de Fukushima, a 225 kilómetros al norte de Tokio.
Pero uno tiene que volver los ojos a Ucrania para entender el auténtico agotamiento de tratar con las consecuencias de un accidente nuclear. Es un problema que no sucede durante un período de tiempo humano.

Volodymyr Petrovich Udovychenko es el alcalde de Slavutych, la localidad de donde es la mayoría de los 3.400 trabajadores que todavía trabajan para la planta nuclear de Chernobyl. Cuando me encontré con él en marzo, la mayoría de ellos no habían cobrado sus sueldos íntegros desde enero (desde entonces han cobrado completamente). Estaba reclamando 2,5 millones de euros al parlamento ucraniano para pagarles. “Por supuesto que sería mucho más cómodo para nuestro gobierno si Chernobyl no existiera. Pero existe y no podemos hacer nada sobre esto”.

En Pripyat, la antigua ciudad donde vivían los empleados de la central, a alrededor de un kilómetro y medio de la planta, donde se dio unas pocas horas para evacuar a 50.000 personas, la pintura cae en gruesos tirabuzones de las paredes de las casas. El hielo congela el interior. En una calle de una zona residencial, donde bloques de casas soviéticas se erigen por todas partes, el silencio es tal que se puede oír el sonido de las hojas rozando las ramas.

La naturaleza está haciendo acto de presencia gradualmente. Anton Yukhimenko, quien organiza visitas en la zona muerta, asegura que los jabalíes y los zorros están buscando refugio en la abandonada ciudad, y que una vez, bordeando un bosque, notó que un lobo trotaba detrás de él silenciosamente. Hace unos años, uno de los edificios de la municipalidad, la Escuela Nº1, se vino abajo. Sus cimientos finalmente sucumbieron a más de 20 inviernos y veranos.

“Creo que en 20 años esta ciudad será un gran bosque”, dice.

No se permite el acceso público a 30 kilómetros del Reactor Nº4, pero un fotógrafo y yo hicimos el recorrido con Chernobilinterimform, una división del Ministerio de Emergencias de Ucrania.

En el puesto de control que conduce a la zona de exclusión, hay una pequeña estatua de la virgen María. Un cartel enumera las cantidades de cesio y estroncio encontradas en setas, peces y vida salvaje.

En un radio de 10 kilómetros, en la zona de máxima radiación, un área de árboles arrasados marca el llamado Bosque Rojo, por el color de los pinos que fueron cortados y enterrados en zanjas. En un punto, el detector de radiación de los guías registró de pronto 1.500 microrem: 50 veces más de lo normal. Cuando ocurrió el accidente en 1986, la radiación se extendió de forma poco uniforme, dependiendo de la dirección del viento. Las zonas más contaminadas fueron el norte y oeste de la central, que incluyen el Bosque Rojo. Estas áreas continúan siendo las más contaminadas hoy en día.

En el centro de todo se sitúa el sarcófago, sus bordes irregulares con rayas de óxido. Desde comienzos de los años noventa, las autoridades ucranianas han estado trabajando en una planta que lo sustituya, lanzando finalmente un proyecto llamado Nuevo Confinamiento Seguro, un arco de acero de 90 metros que rodeará y acordonará el reactor durante los próximos 100 años. Su costo se estima en unos 1.000 millones de euros, que serán financiados en buena parte por países donantes. El proyecto, originalmente programado para estar terminado en 2008, ha estado plagado de retrasos y falta de financiación.

Trabajadores en peligro

Mientras tanto, la nieve del invierno se está convirtiendo en lluvia, y el agua de lluvia filtrada en el reactor podría tener resultados impredecibles, asegura Stephan G. Robinson, un físico nuclear que trabaja para la Cruz Verde Suiza, una organización medioambiental. “En invierno se congelará”, dice Robinson, quien estuvo en la zona la semana anterior. “El agua congelada se expande, y junto a la intensa radiación del interior el sarcófago se está deteriorando rápidamente. Si hay un camino para que entre agua, entonces hay un camino para que la contaminación salga. El segundo sarcófago es importante”.

Pero incluso después de que esté terminado el nuevo arco, Krasikov duda que se termine la larga vigilancia sobre el Reactor Nº4. “Nadie sabe qué hacer con lo que hay dentro”, dice. “Habrá suficiente trabajo para mis hijos y nietos”.

Por la tarde, al salir de la zona, la luz se filtra a través de los de pinos, una escena pacífica si no fuera por los triángulos amarillo y naranja chillón colocados en el suelo del bosque, que advierten radiación. Los trabajadores pasan por un control con un medidor de Geiger gigante, a la espera de que la máquina emita una luz verde que les permita salir de la zona de exclusión para dirigirse a la maltrecha autopista. Mañana, volverán a la Central Nuclear de Chernobyl para otro día de trabajo.

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