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Mi esposa cumple años

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Para las mujeres, cumplir años es un drama. Santiago Varela cuenta la experiencia de un hombre que acompaña a su esposa y describe cada uno de sus sentimientos e inquietudes.

Para mi querida esposa cumplir años es un drama. En realidad, desde hace unos años a esta parte, se está convirtiendo en un drama.

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Si termina en “6” porque ya pasó la mitad de la decena, si termina en “9” la cara de horror que pone impresiona. Ni les cuento cuando llega al “0” que deja atrás, para toda la eternidad, el primer número del binomio. Ese día verdaderamente, ha llegado el Apocalipsis.

Cuando el día se acerca, su drama y su mal humor se extienden a toda la familia. Para los maridos, que no solemos tener estos problemas, porque los veteranos podemos cotizar muy bien en el mercado del usado (eso, por lo menos, es lo que nosotros creemos) la dificultad reside en lograr adivinar qué es lo que debemos hacer frente al cumpleaños de nuestras esposas y lo que ellas esperan de nosotros.

A mi, personalmente, su actitud me desconcierta porque no se si organizar una fiesta o un velorio donde pueda llorar con toda comodidad. Para peor, sus mensajes son espantosamente contradictorios.

—Ni se te ocurra hacer algo para mi cumpleaños, no sabés lo mal que me siento.
—Sí querida
—Lo único bueno es que cae sábado y justo el tío José y los primos están en la ciudad.
—¿Entonces…? —pregunto absolutamente desconcertado.
—Entonces, nada… un horror. Aunque mejor es cumplirlos que no cumplirlos, habría que morirse antes, a estas cosas hay que ponerle onda, alegría —farfulla mientras, llorosa, pone una camisa en la heladera y mete la manteca en el lavarropas.

De todas maneras lo que a mi sí me queda claro es que, haya fiestita o no, regalos tiene que haber. Y aquí comienza otro dilema. Creo que, salvo un viaje a Marte, existen pocas cosas más complicadas que comprarle un regalo a mi mujer. No porque sea especialmente pretenciosa, que no lo es, sino porque es mujer y como tal suele cambiar de gustos a la misma velocidad con que cambian las modas.

Semanas antes del día “D” comienzo a parar la oreja, para ver por qué andarivel andan sus gustos. Una manera de investigar es ir con ella a un Shopping, estar atento a sus comentarios y leer entre líneas. Pero después de hacerlo un par de veces y de escuchar lo que decía frente a las vidrieras, llegué a la conclusión, que salvo el Patio de Comidas, a ella le fascina absolutamente todo. “¡Mirá esa blusita!”, “¡Qué divino ese vestidito!”, “¡Esos zapatooooos!”, “¡Qué buen diseño esa cartera!”, “¡Mirá ese anillo!”, “¡Esa motosierra para podar el cerco está fantástica!” Evidentemente, que le guste todo, no es una ayuda para nada.

Sin embargo, acá se esconde una trampa. Porque si bien le gusta todo, elegir el color que se está usando, saber con qué ropa lo va a usar, acertar con el talle —los cuerpos parecen que no cambiaran, pero los talles sí— y saber si tiene o no algo parecido es más difícil que jugar un partido de polo en una azotea. Los hijos, como es de suponer, tampoco ayudan mucho. Mi hijo puede llegar a regalarle una camiseta de fútbol, y mi hija una babucha hindú violeta y naranja, que da la casualidad que a ella le quedaría perfecta.

Pero a mí los años me han permitido encontrar una solución rápida y eficiente: elijo un negocio según la disponibilidad de mi billetera, y una vez allí tomo lo primero que se me cruce por delante, asegurándome que se pueda cambiar, le pido a la vendedora que lo envuelva para regalo… y chau. Luego ella volverá sola a ese negocio, estará en él durante dos horas probándose cosas, y finalmente se encargará de transformar lo que yo le regalé, en lo que ella, íntimamente, quiere tener.

El detalle final está en que ese día, luego de los regalos y las velitas junto a la familia, proponerle una salida romántica. Es probable que para ese momento mi mujer se olvide que ha cumplido años y rescate que si aún estoy con ella, por algo será.

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