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Humor: ¿hasta dónde llegaría tu obsesión por cuidar el planeta?

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Mas risas: «Mi vida como superhéroe verde» un mini relato humorístico de cómo los extremos son molestos desde donde se les mire.

Olvídese de Greta Thunberg. Yo soy el principal activista mundial del cambio climático. Bueno, al menos desde el mes pasado, cuando instalamos en casa paneles solares vinculado a una app en mi teléfono.

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Ahora, allá donde me encuentre, puedo abrir la aplicación y ver la cantidad de electricidad que generamos y consumimos. En este preciso momento, estamos exportando 2,37 kilovatios a la red eléctrica. 

Cómodamente sentado en mi silla en el trabajo, disfruto de la sensación. Sí, estoy salvando al planeta. Más específicamente: estoy ganando más de 10 centavos por hora, HACIENDO NADA. Si este ritmo se mantiene, podría llegar a un dólar al final del día. Mejor imposible. 

Pero claro, se necesita algo de esfuerzo. Desde que me convertí en exportador de energía, he estado vigilando la casa con el objetivo de maximizar nuestra producción. Sí, recibo quejas de mi mujer del tipo: “Estaba usando la luz para leer” o “¡Cómo no guardaste mi trabajo antes de apagar la laptop!”, pero creo que se siente agradecida por mis intervenciones.

La aplicación muestra hasta el más ínfimo nivel de consumo, lo que me permite controlar el ahorro que genero al apagar ordenadores, luces, electrodomésticos, router, etc. Hasta calcula cuántos “árboles” he “plantado”.

¿El problema? Anoche apagué todo y, sin embargo, aún estábamos consumiendo 0,05 kilovatios.

Comprobé la heladera. No hacía ningún ruido. El trabajo que me tomé al sellar la puerta con cinta de embalar había demostrado ser un útil ayuda para todos en casa. Las luces superiores estaban apagadas. Había quitado hasta la pequeña bombilla de la puerta. No había ningún dispositivo en standby.

Pero ahí seguía aquel brillante 0,05. Tal vez hay una rata en la despensa mordiendo un cable eléctrico. No me puedo dormir, repaso en mi mente cada rincón de la casa.

De vuelta a la oficina, mi compañera me sugiere que tal vez sería bueno que trabajara un poco. Entiendo su punto, pero me cuesta mucho quitar los ojos de la app.

Es mediodía. Mi mujer está en casa. Se supone que debe estar en su oficina trabajando, pero (miro la app) el nivel de consumo está alcanzando un pico. Tengo ganas de llamarla y preguntarle: “¿Qué estás haciendo? Estás preparándote un té otra vez, ¿verdad?”.

Busco el teléfono, pero mi colega me disuade. “Creo que eso podría resultar un poco controlador”.

“¿Te parece?”, le digo. “Pero pienso en la energía que podríamos estar exportando a la red si se conformara con un vaso de agua. Además, cuando abre la heladera para sacar la leche, para lo que primero debe quitar la cinta de embalar, la heladera debe volver a arrancar…”.

Mi compañera sacude la cabeza y deja salir un suspiro interminable de solidaridad con su par femenina.

Algo doblegado, dejo tranquila a mi mujer, pero de algún modo mis pensamientos se materializan. Advierto que el gráfico de consumo se desploma a prácticamente nada. Ahora estamos exportando 3,35 kilovatios a la red, plantando 0,1 de un árbol y generando más de 20 centavos SOLO MIENTRAS ESTOY AQUÍ SENTADO.

Controlo la aplicación una vez más. ¡Oh no! ¡Se nubla! Desastre. Ahora no estamos produciendo nada. Absolutamente nada. Y el consumo de repente se dispara. Estamos exprimiendo la red. ¿Qué hace mi mujer? ¿Ha puesto en marcha una fundición de aluminio?

Finalmente, mi compañera de trabajo vuelve a intentarlo. “Si te pasas todo el día mirando la aplicación, se te acabará la batería y tendrás que cargar el celular en casa”.

Encuentro profundamente convincente su comentario. Dejo el teléfono a un lado. Para cuando llegue a casa, los paneles no estarán produciendo nada. El truco será esperar a que el cielo comience a mostrar los tonos rosados del amanecer para cargar.

Lo primero que hago por la mañana, antes de la salida del sol, es despertar con cariño a mi mujer con un vaso de agua. “Este es el truco”, le digo, mientras ella parpadea en un intento por abrir los ojos. “Cuando estés trabajando hoy y veas que se nubla, ¿por qué no escribes a mano? Luego, cuando salga el sol, puedes ir a la computadora, encenderla y rápidamente transcribir lo que hayas escrito a mano, mientras te aseguras de estar mirando al cielo por si vuelven las nubes”.

Su expresión es de desesperación. Bueno, pienso que parece desesperada. Está bastante oscura la habitación, porque no he encendido la luz.

Casualmente, explica mi mujer, ambos saldremos de casa. No habrá computadoras encendidas en todo el día. No se prepararán tazas de té. Solo los paneles y su zumbido: la energía siendo exportada.

En el trabajo, cerca del mediodía, me permito controlar la app, solo para calcular cuánto he ganado y cuántos “árboles” he “plantado”.

¡¿Qué?! ¡Desastre! De nuevo se ha nublado y seguimos consumiendo. ¿Cómo? ¿Por qué? Lo adivino: ¡Seguro que mi mujer dejó el control remoto de la televisión al alcance del perro!  Voy a tener que cambiar unas palabras con él. Como bien sabe Greta Thunberg, a veces es difícil ser un adelantado en tu época. 

Esta columna fue publicada por primera vez en el diario Sydney Morning Herald.

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