Inicio Vida Cotidiana Medio Ambiente Realeza de invierno

Realeza de invierno

342
0

Cada
tanto, uno tiene la suerte de toparse con un animal salvaje que pareciera
buscar compañía humana.

La lince canadiense volteando a ver por última vez a Megan antes de desaparecer en el bosque por esa noche.

Publicidad

En marzo de 2018, recibí una llamada de mis amigos del norte de Ontario en Canadá: “Hay una lince en nuestro patio”, dijeron. Soy fotógrafa profesional de vida silvestre y estaban seguros de que querría verla. En ese momento, dejé todo lo que estaba haciendo, empaqué mis valijas y a las 4 de la mañana estaba lista para partir. Mis amigos vivían al norte de North Bay, por lo que llegar a allá desde mi casa en Toronto me tomó casi todo el día, pero esta era una oportunidad irrepetible. El lince canadiense no está en peligro de extinción, pero se caracteriza por ser evasivo y sigiloso. Esperaba que aún estuviera ahí a mi llegada. 

Fue hace 15 años que comencé a dedicarme a la fotografía de vida silvestre y, aunque ahora es mi pasión, surgió por una necesidad. A pesar de haber crecido en la cuidad, siempre me han encantado los animales —domésticos o silvestres—, por lo que solía trabajar como enfermera de emergencias en una clínica veterinaria. También me encantaba la fotografía y hacía sesiones para mascotas. Desafortunadamente, a causa del asma, me vi forzada a abandonar mis empleos en interiores después de terminar en la sala de emergencias por ataques tan severos que tuvieron que conectarme a un soporte vital. Volverme fotógrafa de vida silvestre me permitió dedicarme a mi pasión por los animales y la fotografía, ya que me mantenía apartada de los animales que inducían mi asma y pasaba más tiempo respirando aire fresco en exteriores. En cuánto bajé del auto, mi amigo me señaló hacia montón de nieve cercano —¡y ahí estaba! La lince canadiense, sentada, mirándome detenidamente pero sin miedo aparente. Me quedé quieta en donde estaba, ya que temía que mis movimientos la asustaran.
Después de que pasó el shock de la primera impresión, me di cuenta de que esta podría ser la única oportunidad que tendría de ver una lince canadiense de cerca. Así que saqué mi cámara del auto y comencé a fotografiarla. Se quedó hasta el anochecer y luego desapareció en la oscuridad del denso bosque. Al despertar a la mañana siguiente, miré por la ventana de mi habitación y la vi acurrucada, durmiendo en un lecho que ella misma había cavado en la nieve. Se quedó algunas horas y desapareció por un rato, y luego volvió por la tarde para sentarse bajo el comedero de pájaros, esperando por las desprevenidas aves y ardillas. Esta misma rutina se repitió casi diario por semanas, así que tuve varias oportunidades de fotografiarla. Se acostumbró a mi presencia y yo siempre mantenía mi distancia, así ella podía elegir una proximidad donde se sintiera cómoda. Tomé la decisión de nunca seguirla al bosque, para que cuando ella estuviera lista para partir, pudiera hacerlo sin sentirse amenazada. Fue una decisión difícil, ya que me hubiera encantado poder ver a dónde iba y fotografiarla en diferentes paisajes, pero era más importante que confiara en mí y que se sintiera segura. Durante mi estancia en casa de mis amigos pasé muchas horas viendo a la lince dormir, a veces desde mi silla en el patio, cuando su único movimiento era un estiramiento repentino o su oreja ondulando. Cada cierto tiempo, la veía cazar, acicalarse o caminar por las áreas que limitaban con el bosque. Un día, al regresar de un paseo por el bosque, la descubrí sentada justo debajo de mi silla. ¿Y qué es mejor que ver un lince canadiense en su hábitat? ¡Ver dos! En marzo de ese año, me encontré con un lince diferente en la entrada. El recién llegado se fue en seguida, claramente porque no se sentía cómodo con mi presencia. Pero al día siguiente, mientras miraba a la lince dormir, vi que algo se movía entre los arbustos.

El otro lince salió de su escondite y se acercó a olfatear a la hembra. En ese momento, supe que se trataba de un macho visitante. La lince alzó su cabeza pero no se levantó, así que el macho se rindió y se fue. Los sonidos que a menudo hacían al llamarse eran intimidantes y maravillosos. Visité varias veces a mis amigos durante ese invierno y fue en mayo que vi por última vez a aquella lince. La noche anterior, se oyeron fuertes chillidos —en el pasado, solo había escuchado tales sonidos en videos de Internet. Tal vez otro macho que es taba en la zona ahuyentó a la pareja, pero es solo una suposición. Me fue difícil aceptar que mi tiempo con ella había terminado y no esperaba volver a tener tanta suerte en un futuro.
Fue imposible no preocuparme por su bienestar después de haber pasado un período tan largo en su compañía. Parecía como si hubiéramos creado un lazo especial y, a pesar de estar agradecida por el tiempo que pasé con ella, sentí un vacío cuando se marchó. Entonces, después de la Navidad de 2018, recibí otro mensaje de mi amigo diciéndome que la lince había vuelto, mucho antes de lo que lo había hecho el invierno pasado. ¡No podía creer mi suerte! Esta vez, la lince canadiense se quedó de visita más de cuatro meses, por lo que pasé casi todo el invierno ahí. En ocasiones, desaparecía por unos días, pero la mayor parte del tiempo la encontraba por las mañanas al despertar en uno de sus lugares favoritos. En algunas ocasiones, uno llega a toparse con un animal que no sigue el comportamiento habitual al de su especie, y no me refiero a aquellos habituados que han aprendido a rogar por comida. Algunos animales salvajes parecieran establecer un vínculo con una o varias personas que ellos específicamente eligen mientras evitan a otras. 

En general, se cree que los linces canadienses son evasivos y sigilosos, aunque yo no lo experimenté así. No puedo explicar el comportamiento de esta lince en especial, pero tuve la suerte de haberlo presenciado. A pesar de no haber estado mucho en casa durante esos inviernos, me encontraba justo donde deseaba estar: en compañía de mis amigos y de esta lince tan especial y explorando nuevos paisajes. Disfruté cada minuto, incluso las intensas nevadas y temperaturas que, con el helado viento, ¡llegaban hasta los 50° C bajo cero! Fue una experiencia única en la vida con momentos que siempre atesoraré. 

Artículo anteriorAprender por siempre para siempre aprender
Artículo siguienteSorprenda a su cerebro