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Mejorá tu memoria

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Los olvidos y las lagunas mentales se pueden revertir. Esta guía te ayudará a mantener ágil tu cerebro.

Si vos le preguntas a Cheryl McBride, residente de Sedalia,
Missouri, en los Estados Unidos, sobre la ocasión en que dejó de respirar hasta
el punto de que los labios se le pusieron azulados, te dirá que fue un gran
golpe de suerte.

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Es cierto. No es que le agraden las experiencias cercanas a la
muerte, pero la que tuvo le cambió la vida.

Cheryl se había sentido ansiosa y agotada, le dolía la cabeza y,
lo peor de todo, le estaba fallando la memoria. No sólo se olvidaba de dónde
había dejado las llaves o la cartera. Hacía casi tres décadas que trabajaba
como maestra, pero varias veces en los últimos años la mente se le había
quedado en blanco mientras daba una charla sobre sus métodos de enseñanza, aun
cuando la había dictado en incontables ocasiones y sabía el tema a la
perfección.

“Pasé mucha vergüenza”, dice.

Todas las personas que rondan los 40 años de edad saben qué se
siente al no recordar una palabra o el nombre del vecino. Un olvido ocasional
nos molesta; las fallas de memoria frecuentes pueden preocuparnos, y las
lagunas mentales prolongadas nos hacen temer que sean señal de Alzheimer. Sin
embargo, esta enfermedad no es el único ladrón de memoria que anda por allí:
existe una cantidad sorprendente de afecciones que pueden “oxidarnos” el
cerebro y volverlo ineficaz. Es importante saber esto, dicen los expertos,
porque aunque los médicos a menudo no diagnostican esos trastornos, muchos de
ellos son curables y es posible revertir los daños en la memoria.

La ausencia de diagnóstico a veces se debe a que la persona no
está consciente de los síntomas claves. Cheryl, por ejemplo, le dijo a sumédico
que le preocupaban sus fallas de memoria. Como había empezado a hacerse cargo
de sus padres, que ya eran de edad avanzada, el doctor pensó que tal vez se
debía al estrés y le sugirió tomar un ansiolítico. Cheryl se disponía a salir
de la ciudad con una amiga, así que no le hizo caso.

La primera noche en el hotel, la amiga, Nina Freed, se dio cuenta
de que Cheryl roncaba. “Muy fuerte y sin parar”, cuenta. Pero cierta noche dejó
de hacerlo. “Me di vuelta para verla y no respiraba”, prosigue Nina. “Estaba
muy pálida y tenía los labios azulados. Me dio un vuelco el corazón. Iba a
sacudirla con fuerza, pero entonces soltó un enorme ronquido”.

En ese instante Cheryl se despertó. No sabía que roncaba tanto
hasta que su amiga se lo dijo, y como además había dejado de respirar, se lo
contó a su médico en la siguiente consulta. El doctor supo entonces la causa de
las fallas de memoria de su paciente. Al igual que el 24 por ciento de los
hombres y el 9 por ciento de las mujeres de entre 30 y 60 años, Cheryl padecía
apnea obstructiva del sueño. A intervalos más o menos regulares, los tejidos
blandos del fondo de su garganta se colapsaban mientras dormía y bloqueaban las
vías respiratorias.

Quienes padecen apnea llegan a tener estos episodios cientos de
veces durante la noche sin darse cuenta, como Cheryl. “La persona se está
asfixiando”, dice la doctora Carol Ash, directora médica del programa Sleep for
Life [Dormir para vivir] del Centro Médico Somerset, en Nueva Jersey. “Pero aun
durante el sueño el cerebro está consciente de la emergencia, así que
interviene y nos obliga a volver a respirar”.

Esas interrupciones nos privan de sueño y nos hacen olvidadizos.
Lomás dañino es la falta de oxígeno. Según un estudio publicado en 2008,
algunas partes del cerebro relacionadas con la memoria son alrededor del 20 por
ciento más pequeñas en quienes padecen apnea del sueño, aparentemente porque
mueren neuronas durante los episodios nocturnos.

Por suerte, hay un tratamiento eficaz: el dispositivo de presión
positiva continua en vías aéreas (CPAP, por sus siglas en inglés), que insufla
aire por la nariz para evitar que los tejidos de la garganta se aflojen y
cierren las vías. En un estudio de 2006, casi 7 de cada 10 pacientes que usaron
el aparatomás de seis horas por noche observaron que sumemoria volvía a la
normalidad después de tres meses. Cheryl ha utizado un CPAP desde 2007. “Me
siento tan bien que casi he olvidado lo mal que estaba antes”, dice.

BUSCAR UN DIAGNÓSTICO

Donna Nammar, de Cottonwood, en California, no deja que nada la
detenga. Nunca le había gustado mucho pasear en bicicleta, pero a los 43 años
decidió que era un buen medio para mantenerse en forma. Pronto, ya recorría
hasta 80 kilómetros diarios. El 31 de diciembre de 2000, a los 58 años
cumplidos, completó su kilómetro número 160.000 en bicicleta.

En una foto que le sacaron ese día, aparece de pie en la cima de
una sierra, con los brazos extendidos hacia el cielo en señal de alegría.

Parecía invencible, pero poco después su vida empezó a
derrumbarse. Varias veces se cayó de la bicicleta; luego comenzó a sufrir
“accidentes”, y se perdía constantemente, ya fuera a mitad de una frase o al
final de un pasillo, sin tener la menor idea de adónde se dirigía. ¿Acaso le
estaba fallando la memoria? “Se olvidaba de todo”, dice su esposo, Ross.

Más adelante, los pies empezaron a pegársele al suelo, casi
literalmente. “Caminaba arrastrando los pies de una manera extraña”, cuenta.

Donna, que para entonces ya tenía más de 60 años, consultó un
médico tras otro, sin éxito. Sin embargo, siguió buscando, e incluso recurrió a
un acupunturista. Éste le dijo que no podía ayudarla, pero le dio un consejo
enigmático: “Vaya a casa e investigue lo que es la hidrocefalia de presión
normal (HPN)”.

Increíblemente, Donna había acudido al único acupunturista del
pueblo, y quizá de todo elmundo, que tenía una recepcionista cuyo suegro
padecía esa enfermedad, también conocida como síndrome de Hakim-Adams.

Por causas desconocidas, en la HPN se acumula un exceso de líquido
efalorraquídeo en pequeñas cavidades del cerebro, y los especialistas creen que
eso afecta el funcionamiento normal de los circuitos neuronales. Sentada frente
a su computadora, Donna leyó sobre los tres síntomas típicos de la HPN:
dificultad paramover los pies, incontinencia urinaria y pérdida de la memoria.
“¡Ay, Dios!”, exclamó. “¡Eso es justo lo que tengo!”

El tratamiento más común es insertar un catéter de derivación en
el cerebro para drenar el exceso de líquido, por lo general hacia el abdomen.
Lo único que Donna necesitaba era un diagnóstico oficial, pero cuando volvió a
ver a su médico, este le dijo que era muy improbable que tuviera ese síndrome
tan raro.

Sin embargo, ella insistió hasta lograr que la remitiera a un
neurólogo, quien confirmó el autodiagnóstico de Donna, pero le sugirió que
aplazara el tratamiento hasta que empeoraran sus síntomas. La paciente volvió a
insistir, pues la averiguación que había hecho indicaba que era mejor que la operaran
de inmediato.

“Hizo bien en insistir”, dice el doctor Marvin Bergsneider,
profesor de neurocirugía en la Universidad de California en Los Ángeles.
“Cuanto más tiempo se tengan los síntomas, es menor la probabilidad de
mejoría”.

En enero de 2008, Donna recibió el tratamiento. Ya volvió a andar
en bicicleta y está lista para seguir adelante. “Este verano pienso recorrer 40
kilómetros por día”, dice. Y no le preocupa en absoluto la posibilidad de
perderse en el camino.

CURAS QUE PUEDEN PRODUCIR DAÑOS

Cuando el médico le dijo que padecía demencia senil, Billy J.
Reeves sintió que su vida se venía abajo. Su esposa había fallecido unos años
antes como consecuencia de la enfermedad de Alzheimer, así que sabía que le
esperaba un futuro muy sombrío.

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