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Los 10 mejores chistes sobre niños

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Son inocentes, serios e involuntariamente cómicos: lo que dicen no tiene precio, lo que hacen siempre resulta inesperado y termina en una risa general.

Una selección de chistes sobre el mundo de los niños en el libro: «La risa, remedio infalible». ¿Alguna vez has vivido alguna situación vergonzosa por culpa de un niño?

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En el parque, cerca del sube y baja, escuché a mis dos sobrinos discutir:
—Éste me toca con mi tía Staci —ordenó Yoni.
—No, ¡me toca con ella! —reclamó su hermano.
Abrumada y halagada por mi popularidad, le propuse a Yoni:
—Tú y yo podemos ir juntos a los columpios.
—Pero te quiero a ti en éste —dijo, señalando el sube y baja.
—¿Por qué? —pregunté inocentemente.
—Porque entre más peso, es más divertido.

               — STACI MARGULIS

Mi hija de 12 años me pidió una fotografía de mí cuando era bebé para una actividad escolar. Se la di sin preguntarle de qué se trataba la actividad.
Unos días después fui a su salón a una junta con los maestros y descubrí mi fotografía en un mural creado por los niños. El título de su obra era: “La cosa más vieja en el hogar”.
               — AIMEE KENT

La madre de tres niños muy traviesos jugaba con ellos a policías y ladrones en un parque. De pronto, uno de los chicos le “disparó” y gritó:
—¡Pum! ¡Estás muerta!
La señora cayó al suelo y se quedó muy tiesa. Al ver que la mujer no se levantaba, un hombre que los observaba desde un banco corrió a ayudarla, temiendo que se hubiera lastimado.
—¿Se siente bien? —le preguntó.
Ella abrió un ojo y en voz baja respondió:
—¡Cállese! Ésta es la única oportunidad que tengo de descansar en todo el día.
               — JOHN MCGEORGE

Arturito, con una tos terrible, llegó al jardín de la mano de su mamá. Antes de dejarlo, ella le hizo la siguiente recomendación:
—No te compres helado. No lo vayas a olvidar.
Cuando la mamá llegó a recogerlo, le preguntó:
—¿Compraste helado?
—No, mamá. No compré nada. Me convidó mi amigo.

               — EMMA LUISA OSORIO

Mi amiga llevó a su hija de cuatro años a que la acompañara de compras. Cada vez que su madre se probaba algo nuevo, la niña exclamaba:
—Mamá, ¡te ves maravillosa!
Una mujer en el probador de junto le preguntó a mi amiga:
—Señora, ¿me podría prestar a su hija sólo un momento?           
               — JEAN STAMMET

Mis habilidades culinarias siempre han sido el blanco preferido de las bromas familiares. Una noche, mientras preparaba la cena un poco apresuradamente, la cocina se llenó de humo y se encendió la alarma contra incendios. A pesar de que mis dos hijos han tomado cursos de qué hacer en caso de incendio, no respondieron a la alarma. Enojada, recorrí la casa en su búsqueda hasta que los hallé en el baño, lavándose las manos. Les pregunté, con la alarma sonando, si no escuchaban nada que les llamara la atención.
—Es el detector de humo —respondieron al unísono.
—¿Saben qué es ese sonido?
—Claro —me respondió el mayor—: la cena está lista.
               — DEBI CHRISTENSEN

Ese día la maestra iba a repasar con sus alumnos la conjugación de los verbos.
—Niños, ¿estudiaron la lección de gramática?
—Sí, señorita —respondieron.
—Bien. A ver, Juanito, conjúgame el verbo “nadar”.
—Yo nado, tú nadas, él nada… —empezó a decir el niño gritando.
—¡Más bajo, Juanito! —le pidió la profesora.
—Yo buceo, tú buceas, él bucea…
          — BETTY BRILLO

En la clase de computación, el profesor le llamó la atención a un joven por hablar con la chica que estaba sentada junto a él.
—Sólo le estoy preguntando algo —se defendió el muchacho.
—Si tienes una pregunta, házmela a mí —lo reprendió el maestro.
—De acuerdo: ¿quieres salir conmigo el viernes en la noche?
               — TRACY MAXWELL

Parece que en estos tiempos ser adolescente y hacerse un tatuaje van de la mano. No me sorprendí cuando una amiga de mi hija me mostró un bonito símbolo japonés en su cadera.
—Por favor, no les digas nada a mis papás —me pidió.
—Te prometo que no. Y por cierto, ¿qué significa el ideograma?
—Honestidad —me respondió.
               — LINDA SINGER

Cuando mi hija era pequeña, fuimos de vacaciones a Florida. En el avión nos tocó asiento junto a la ventanilla, cerca del ala. Le señalé a Rhonda el hecho de que estábamos encima del océano.
—¿Puedes ver el agua? —le pregunté.
—No —respondió, asomándose aún más por la ventanilla—, pero puedo ver la tabla para barrenar.
               — REBECCA RICCI

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