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Simios embusteros

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La habilidad de los simios de «leer el pensamiento» les permite engañarse mutuamente con gran facilidad. Los chimpancés parecen ser mejores adivinadores que los monos, y éstos que los gatos, los perros y las aves.

Al parecer, los simios y los monos son expertos en el arte de adivinar las intenciones de los demás. Esta habilidad de «leer el pensamiento» les permite engañarse mutuamente con gran facilidad. Los chimpancés parecen ser mejores adivinadores que los monos, y éstos que los gatos, los perros y las aves.

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Pero los seres humanos, como miembros del reino animal, son los mejores ejemplares en estas lides, aparentemente. La posibilidad de que esta característica sea una diferencia primaria entre el hombre y el resto de los animales es un amplio tema de estudio. Un ejemplo de las semejanzas entre el mono y el hombre es la historia de un cercopiteco verde macho, confinado en el parque keniano de Amboseli. Un día, mientras su manada comía entre los árboles, el animal divisó a otro cercopiteco que se acercaba por el pastizal. Como este podría desplazarlo en su puesto de residente, aquél comenzó a dar los gritos de alarma que indican la presencia de un enemigo: el leopardo.

De inmediato, el intruso se refugió entre los árboles, a cierta distancia, y los dos pasaron el resto del día observándose con desconfianza, cada uno desde su territorio. Cuando el intruso se atrevía a salir de la arboleda y caminar por el pastizal para acercarse a la manada, el residente volvía a pregonar que se acercaba un leopardo, y el primero volvía a su refugio.

Sin embargo, un día después el macho visitante se dio cuenta de que todo era una patraña, pues el macho residente daba gritos de alarma mientras caminaba sin preocupación por los claros del bosque. De inmediato, el intruso advirtió que no había ningún leopardo a la vista, y salió del escondite para acercarse a la manada.

Los subterfugios

El macho residente sabía cómo manipular con eficacia el comportamiento de otro individuo, pero no era capaz de ver las cosas desde el punto de vista ajeno. Por lo tanto, no podía imaginar que el otro macho reconocería las acciones que revelarían su engaño; no esperaba que lo sorprendieran in fraganti.

De modo semejante, un niño de dos o tres años cree poder convencer a sus acusadores padres de que no se ha comido todo el helado, cuando los labios y la barbilla muestran una mezcla de chocolate y fresa que no le permite mentir.

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