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Gargantas y cañones

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El origen diverso de estos fascinantes accidentes geográficos. 

Gargantas y cañones

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¿Se crean de la misma forma todas las gargantas?

No hay dos gargantas que tengan un origen idéntico. La garganta del Aar, en Suiza, por ejemplo, es una simple hendidura a través de una formación homogénea de piedra caliza; en algunos lugares mide solo 90 centímetros de anchura y está limitada por unos acantilados que llegan a los 50 metros de altura. La garganta fue excavada por una corriente torrencial procedente del deshielo de un glaciar al final de la Edad del Hielo.

Por otro lado, hay muchas gargantas en las regiones áridas de África septentrional por las que apenas discurre el agua o permanecen completamente secas la mayor parte del tiempo; pero, cuando llueve en las montañas, el agua corre por ellas de manera torrencial. Los muros de agua que se precipitan por los cauces fluviales normalmente secos continúan entonces su intermitente labor ahondando el corte.

Otras gargantas se crearon cuando un bloque de la corteza terrestre se desplazó a lo largo de una falla y determinó que se elevara una montaña en medio del cauce de un río. La erosión producida por la corriente se mantuvo al mismo ritmo que la elevación de la montaña, y así la barrera terminó siendo atravesada por un escarpado desfiladero.

¿Con qué rapidez se excava un cañón?

Algunos cañones son muy recientes y se formaron en unos cuantos milenios; otros han tardado millones de años en llegar a su profundidad actual. El ritmo de formación del cañón depende de muchos factores: la velocidad del río, su caudal y la cantidad de escombros que arrastra contribuyen a determinar el ritmo de la erosión. También interviene la dureza del lecho rocoso: un río que corra sobre esquistos profundizará su cauce con mucha más rapidez que otro que lo haga sobre granito.

Resulta difícil imaginar la lentitud con que se forman la mayoría de los cañones, pero supongamos, por ejemplo, que un río ahonde su cauce en una porción mínima: un cuarto de milímetro al año, menos que el grosor de hoja de papel. En un siglo profundizaría 25 milímetros y en 1.000 años, un cuarto de metro. Pero en un millón de años -solo un instante en la cronología geológica-, habría excavado 250 metros.

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