Los supervivientes de la caída de un rayo cuentan en primera persona cómo es volver a tener una vida normal y sus consecuencias.
A veces guardan ropa, como trozos de
camiseta o pantalones, que los médicos y enfermeras no rompieron. Cuentan su
historia, comparten fotos y noticias de diarios que hablan de casos de
supervivencia como el suyo o tragedias mucho mayores. Solo recopilando los
relatos de los testigos, los supervivientes de la caída de un rayo pueden
reconstruir el escenario de la posible trayectoria de la corriente eléctrica,
que puede alcanzar 200 millones de voltios y viajar a un tercio de la velocidad
de la luz.
La familia de Jaime Santana recopiló lo
sucedido un sábado por la tarde en abril de 2016, siguiendo los rastros de las
heridas, la ropa quemada y su sombrero de paja. “Parecía como si alguien le
hubiera tirado un cañonazo, dice Sidney Vail, cirujano de traumatología de
Phoenix, Arizona, Estados Unidos, que recibió a Jaime cuando llegó en
ambulancia.
Jaime andaba a caballo con su cuñado,
Alejandro Torres, y dos personas más cuando empezaron a formarse nubes oscuras
en el cielo y comenzaron a dirigirse a ellos. Decidieron volver y vieron
algunos rayos a medida que se acercaban a la casa de Alejandro. Pero casi no
llovía.
Todo ocurrió cuando estaban ya muy cerca
de casa. Alejandro cree que no perdió el conocimiento durante mucho tiempo.
Cuando volvió en sí, estaba boca abajo en el suelo, lleno de heridas. Su
caballo se había ido. Los otros dos acompañantes estaban temblando pero no parecían tener heridas.
Alejandro encontró a Jaime al otro lado de
su caballo, tirado en el suelo. Las patas del caballo estaban duras, “como si
fueran de metal”, cuenta.
Del pecho de Jaime salían llamas.
Alejandro logró sofocar el fuego con sus manos tres veces, y las tres se
reavivó. Lo había alcanzado un rayo.

Justin Gauger desearía que sus
recuerdos del rayo que lo alcanzó mientras pescaba
en Arizona no fueran tan intensos. Entusiasta de la pesca, la tormenta lo
sorprendió una tarde de agosto hace más de tres años. "Los peces pican más
cuando llueve”, le dijo a su mujer, Rachel. Pero cuando la lluvia se convirtió
en granizo, Rachel y sus dos hijos se fueron al auto. Cuando el granizo empezó
a ser más intenso, Justin agarró una silla plegable que tenía cerca y corrió a
resguardarse también.
Entonces se oyó un estruendo. Un dolor
agudísimo lo sacudió. “Todo mi cuerpo se paralizó, no podía moverme —recuerda
Justin—. Vi una luz blanca que rodeaba mi cuerpo, como si estuviese en una
burbuja. Todo pasó a cámara lenta”.
Una pareja que se cobijó bajo un árbol corrió a ayudarlo. Le contaron después que seguía con la silla en la mano. Salía humo de su cuerpo. Cuando recobró el conocimiento, los oídos le zumbaban y estaba paralizado de cintura para abajo. “Cuando me di cuenta de que no podía mover las piernas me asusté”.
Al describir ese día, Justin lleva una
mano a su espalda, recorre con los dedos sus
quemaduras, que en algún momento cubrieron una tercera parte de su cuerpo.
Empezaban cerca de su hombro derecho y se extendían en diagonal a lo largo de
su torso para continuar por la parte exterior de las piernas.
Sujeta las botas y las dobla para para
mostrar varias cicatrices de quemaduras en el interior. Esas marcas profundas,
redondas y oscuras empiezan en la marca de los zoquetes y acaban en quemaduras
del tamaño de una moneda en ambos pies. Estas señales también incluyen varios
agujeros del tamaño de una aguja justo sobre las suelas de goma gruesa de sus
botas. La teoría de Justin, basada en los relatos de la pareja que se
encontraba cerca y en las heridas de su hombro derecho, es que el rayo entró
por la parte superior de su cuerpo y salió por los pies.
Aunque los supervivientes suelen hablar
sobre las heridas de entrada y salida, es difícil
saber con precisión qué camino toman los rayos, explica Mary Ann Cooper, médica
de urgencias e investigadora de accidentes producidos por rayos. La prueba
evidente de la fuerza con la que ha entrado un rayo se puede ver mejor en el
tipo de ropa que lleva el afectado, las monedas en sus bolsillos y su joyería,
dice Cooper.
Los rayos son responsables de más de 4.000
muertes en todo el mundo al año, según lo documentado en informes de 26 países.
Cooper es uno de los miembros de un pequeño grupo global de médicos,
meteorólogos, ingenieros y otros que estudian los daños que producen los rayos
en personas y cómo evitarlos.
Nueve de cada diez personas heridas sobreviven.
Pero pueden sufrir varios efectos a largo y corto plazo: paro cardíaco,
confusión, agarrotamientos, mareos, dolor muscular, sordera, dolores de cabeza,
déficit de memoria, distracción, cambios de personalidad y dolor crónico, entre
otros.
Los supervivientes suelen experimentar
cambios de personalidad y de ánimo e incluso ataques de depresión. A Cooper le
gusta usar la analogía de que un rayo puede dañar el cableado del cerebro igual
que una descarga eléctrica puede estropear una computadora.
A pesar de su solidaridad y cariño por los
supervivientes, Cooper pone en entredicho alguno de sus síntomas. De hecho,
incluso después de décadas de investigación, Cooper y otros expertos admiten
que hay muchas cuestiones no resueltas en un campo en el que no hay financiación
para investigaciones que ayuden a descifrar las incógnitas.
Justin pudo mover las piernas cinco horas después del accidente, y finalmente el año pasado buscó ayuda y se hizo pruebas
para sus problemas cognitivos.
Además del estrés postraumático, se enfrenta a vivir con un cerebro que no funciona con la fluidez de antes. “Mis palabras y mi cabeza están revueltas. Cuando pienso en lo que trato de decir, todo se mezcla. Y cuando logro expresarlo, no suena tan bien”.
Cuando a alguien le cae un rayo, sucede tan rápido que solo una pequeña cantidad de electricidad rebota en el cuerpo. El resto viaja alrededor del cuerpo en un efecto de combustión espontánea, explica Cooper.
Entonces, ¿qué causa las quemaduras
externas? Cooper explica que cuando el rayo pasa por el cuerpo, entra en
contacto con sudor o gotas de lluvia que hay en la piel. El líquido aumenta en
volumen cuando se vuelve vapor, así que incluso una pequeña cantidad puede
crear una explosión. “Literalmente hace saltar la ropa por los aires”, dice
Cooper. A veces, incluso los zapatos.
Sin embargo, es más fácil que los zapatos
se rompan o dañen por dentro, porque ahí se genera calor y se suceden las
explosiones de vapor. El vapor reacciona de manera diferente dependiendo del
material. Una chaqueta de cuero puede atrapar el vapor y quemar la piel. El
poliéster puede derretirse y quedar hecho trozos.
Hace más de 40 años, Cooper dirigió un
estudio que analizaba las heridas de los afectados por un rayo, en el que
revisó 66 informes médicos de pacientes con heridas graves, incluyendo ocho que
ella misma había tratado. La pérdida de conciencia era muy común. Alrededor de un tercio experimentó al menos
una parálisis momentánea en piernas o brazos.
Cooper puntualiza que no todos los
pacientes revisten heridas de tanta gravedad como para escribir sobre sus
casos. Pero los supervivientes suelen describir parálisis temporal, como la de
Justin, o pérdida de conciencia, aunque la causa de que esto suceda no está
clara.
Se conoce más sobre la capacidad de los
rayos de alterar los impulsos eléctricos del corazón gracias a experimentos con
ovejas australianas. La corriente eléctrica masiva de un rayo puede detener el
corazón, afirma el doctor Chris Andrews, profesor asociado de medicina e
investigador en la Universidad de Queensland. Afortunadamente, el corazón posee
un marcapasos natural. Se puede resetear con frecuencia.
El problema es que los rayos también
pueden bloquear la región del cerebro que controla la respiración. Esto sí que
no tiene un botón de reinicio, es decir, la provisión de oxígeno se puede
agotar de manera muy peligrosa. El riesgo es que el corazón sucumbirá con un
segundo paro, potencialmente mortal, explica Andrews. “Si alguien ha vivido
para decir ‘Sí, a mí me ha caído un rayo’ es probable que su respiración se
reanudara a tiempo para que el corazón siguiera latiendo.”
El estudio de Andrews demostró que la
corriente de combustión espontánea puede causar daños dentro del cuerpo.
Durante su investigación, Andrews aplicó descargas eléctricas similares a
pequeños rayos a ovejas anestesiadas y fotografió el trayecto de la
electricidad en sus cuerpos. Mostró que, durante la combustión espontánea, la
corriente eléctrica se introduce en el cuerpo por puntos críticos: ojos, oídos,
boca. Pueden provocar cataratas y el oído puede sufrir daños permanentes.
Es especialmente peligroso cuando penetra
por los oídos, ya que un rayo puede alcanzar fácilmente la región cerebral que controla la respiración, explica Andrews.
Al entrar en el cuerpo, la electricidad
puede llegar a cualquier punto a través de la sangre o el fluido que rodea el
cerebro y la médula espinal. Cuando alcanza el flujo sanguíneo, dice Andrews,
llegar al corazón es muy rápido.
Volviendo al accidente de Arizona, Jaime Santana sobrevivió al primer impacto del rayo. La razón es que su caballo absorbió la mayor parte de la corriente y un vecino acudió de inmediato y le realizó la reanimación cardiopulmonar hasta que llegaron los socorristas. Según el doctor Vail, “esa es la única razón por la que está vivo”.
Los rayos se generan en las nubes, de 4.500 a 7.500 metros sobre la superficie de la tierra. Avanzan,
como si fueran una escalera, en una serie de rápidos fogonazos con incrementos
de casi 50 metros. Cuando se encuentra a unos 50 metros del suelo, toma de
nuevo un movimiento pendular en un radio cercano para encontrar “el mejor lugar
sobre el que aterrizar rápido”, describe Ron Holle, meteorólogo e investigador.
Los candidatos más adecuados son objetos
aislados y puntiagudos: árboles, postes de electricidad, edificios y,
ocasionalmente, personas. La secuencia nube-suelo ocurre en un abrir y cerrar
de ojos.
La creencia popular es que la posibilidad
de que lo alcance un rayo es una entre un millón. Pero Holle cree que la
estadística es engañosa. A Holle ni siquiera le gusta la palabra “alcanzar”, ya
que implica que el rayo toca directamente el cuerpo. De hecho, los rayos
directos son algo muy extraño. Holle, Cooper y otros investigadores unieron
recientemente sus conocimientos y calcularon que este tipo de caídas de rayos
solo son responsables de entre 3 y 5 por ciento de los accidentes.
La causa más común es la conexión a
tierra, en el que la electricidad se desplaza a lo largo de la superficie de la
tierra, atrapando dentro de su circuito a personas o animales.
¿Qué debe hacer si se encuentra lejos de
un edificio o dentro de tu coche y se avecina tormenta? Evite las cimas de una
montaña, árboles altos y cualquier cuerpo de agua. Busque un barranco o una
parte baja del terreno. Si está en grupo, es importante diseminarse, con al
menos seis metros entre cada persona, para reducir el riesgo de heridas
múltiples. No se tumbe, ya que esto aumenta su exposición a la conexión a
tierra. Hay, de hecho, una posición recomendada: en cuclillas y con los pies
juntos.
Pero no le pida a Holle que dé alguno de
estos consejos: no hay nada que garantice que no lo va a alcanzar un rayo,
repite en varias ocasiones. En términos mucho más sencillos, todo el mundo, de
niños a mayores, deben saber que cuando se oyen truenos, lo mejor es
resguardarse.
En una serie de grandes pantallas
alineadas en dos muros de un cuarto, en la Red Nacional de Detección de Rayos
de los Estados Unidos, (NLDN por sus siglas en inglés) en Tucson Arizona, Holle
puede ver en qué punto de nube a tierra está el rayo en tiempo real, a través
de sensores colocados estratégicamente en todo el mundo.
Los datos satelitales han mostrado que ciertas regiones del mundo, generalmente las más cercanas al ecuador, atraen una gran densidad de rayos. Venezuela, Colombia, República Dominicana, República del Congo y Pakistán son los lugares que están entre los diez puntos de caída de rayos.
La lluvia que había amenazado toda la
tarde no empezó a caer hasta que la hermana de
Jaime, Sara, y su marido Alejandro, fueron al hospital a ver a Jaime. Alejandro
pasó todo el camino pensando: "Está muerto, ¿cómo se lo voy a
decir?’"
Cuando llegaron, Alejandro se sorprendió
de que Jaime estuviera en el quirófano. Había esperanza.
Jaime había llegado al centro de traumatología
de Phoenix con un ritmo cardíaco anormal, hemorragia cerebral, hematomas en los
pulmones y otros órganos dañados, entre ellos el hígado, según el doctor Vail.
Tenía quemaduras de segundo y tercer grados en una quinta parte de su cuerpo.
Los médicos le indujeron un coma durante unas dos semanas para permitir que su
cuerpo se recuperara, con ayuda de respiración asistida.
Jaime volvió finalmente a casa después de
cinco meses de tratamiento y rehabilitación, que aún continua. “Lo peor es que
no puedo caminar”, dice sentado en el salón de sus padres. Los médicos dicen
que algunos nervios de Jaime siguen “dormidos”, cuenta Sara, algo que esperan
que se solucione con tiempo y rehabilitación.
“Estamos pasando por algo que nunca
pensamos que ocurriría”, dice Lucía, la madre de Jaime, refiriéndose al
accidente con el rayo y al hecho de que su hijo sobreviviera. Ya han dejado de
preguntarse por qué fue alcanzado por un rayo esa tarde de abril. “Nunca
sabremos la respuesta”, dice Sara.
Cuando la pareja volvió del hospital el
día después del accidente, había un pavo real en la valla del picadero en el
que entrenan los caballos. Sus coloridas plumas se movían tras él.
Nunca habían visto un pavo real antes en
Arizona. Recogieron al ave y le encontraron una pareja. Ahora una familia de
pavos reales ocupa uno de los corrales.
Sara tuvo cierta curiosidad por ver lo que
simboliza este deslumbrante animal, y finalmente lo supo: renovación,
resurrección, mortalidad.