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Cráneos que hablan

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El estudio de cráneos tiene resultados asombrosos.

¿Cómo reproducen los científicos los rasgos físicos de la gente del pasado?

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Mediante el estudio de cráneos los científicos pueden aplicar sus conocimientos anatómicos para reproducir la cabeza y el rostro de personas muertas hace siglos. Dicha técnica es utilizada también por algunas instituciones policíacas para identificar cadáveres, con resultados en verdad asombrosos.

En 1977, en la aldea griega de Vergina, cerca de Salónica, unos arqueólogos descubrieron una tumba que habían buscado afanosamente. Cerca de allí estaban las ruinas de un palacio que se suponía había sido la sede de los reyes macedonios, de los cuales el más famoso fue Alejandro Magno. El profesor Manolis Andronicos, que encabezó la exploración arqueológica, dedujo por el suntuoso contenido de la tumba que su ocupante había sido Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro. Militar y estadista de grandes dotes, Filipo fue asesinado en 336 a.C., cuando tenía 46 años de edad.

A principios de la década de 1980, un grupo de científicos ingleses demostró que los restos mal incinerados que contenía el ataúd de oro macizo eran en efecto los de Filipo II. Entre los restos había un cráneo hecho pedazos.

El anatomista del grupo, doctor Jonathan Musgrave, de la Universidad de Bristol, señaló que la cremación del cadáver no había afectado gravemente el cráneo, y Richard Neave, de la Universidad de Manchester, procedió a reconstruir el rostro del personaje.

Primero obtuvo moldes de yeso de los trozos de cráneo, y al comenzar a armarlos lo desconcertó una notoria deformación alrededor de la cuenca del ojo derecho, pero los cirujanos plásticos aseguraron que el ensamble del cráneo era correcto. El doctor John Prag, arqueólogo del grupo, confirmó después que Filipo perdió el ojo a causa de una herida de flecha en 354 a.C.

Una vez que reconstruyó el cráneo, Neave comenzó a modelar el rostro. Primero insertó clavijas de madera de diferente tamaño en el cráneo de yeso, en los 23 puntos a partir de los cuales se deduce el grosor promedio de la masa muscular de los cráneos actuales.

Luego modeló con barro los músculos de la cabeza, las glándulas del cuello y la cara y los demás tejidos blandos. Insertó un ojo de vidrio en la cuenca izquierda y modeló el ojo dañado basándose en una fotografía de la cicatriz de un leñador que se había causado una herida similar con un hacha.

Después se obtuvo un molde de cera del rostro reproducido. Como las fuentes históricas solo describen a Filipo II como un hombre barbado y no se sabe cuál fue el color de su piel, el molde fue pintado con la coloración característica del europeo meridional de edad madura. No obstante, el modelo terminado es muy parecido a los retratos grabados en medallas y monedas, así como a la efigie de una miniatura de marfil hallada en la tumba.

Richard Neave y sus colegas también reconstruyeron el rostro del Hombre de Lindow, un individuo de la Edad del Hierro cuyo cadáver fue descubierto en una turbera de Cheshire, Inglaterra. En este caso la técnica fue diferente pues todo el cuerpo estaba conservado, si bien los rasgos de la cabeza y la cara eran casi irreconocibles por el prolongado entierro.

Con ayuda de radiografías y fotografías se hizo un modelo del cráneo. El lado derecho estaba tan deformado, que su forma tuvo que deducirse a partir de los rasgos del lado izquierdo. Los ojos se moldearon según el tamaño y el color correspondientes al hombre celta ordinario, similares a los de un británico moderno: de tono azul grisáceo. Según Neave, el aspecto del modelo era muy similar al que el personaje debió de tener antes de morir. Media 1,70 m de estatura, era muy fuerte y se cree que murió estrangulado, quizá en una ceremonia ritual.

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