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Cómo una pequeña revista dio la vuelta al mundo

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Por medio de historias grandes y pequeñas, Reader’s Digest ejerce una gran influencia sobre la vida de las personas.  Esta revista fue publicada originalmente en enero de 1997.

Publicado en 1997

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Cuando Roumyana Vekilov y su esposo emigraron de Bulgaria en 1993 y se establecieron en Huntsville, Alabama, ella deseaba desesperadamente entender y ser parte de los Estados Unidos que veía a su alrededor. Pero no hablaba inglés. Entonces, su esposo llevó a casa una copia de Reader’s Digest. Con su diccionario búlgaro/inglés comenzó a traducir la revista “palabra por palabra, oración por oración, artículo tras artículo”. Mes a mes, no solo “aprendió el idioma, sino también sobre las costumbres estadounidenses, las tradiciones, la historia, los problemas, las comidas y comprendió más a los ciudadanos y su manera de ver la vida”. Llamó a la revista “mi maestra de estilo de vida estadounidense, mi libro de texto de inglés, mi amiga”.
Eso nos gusta. Y especialmente esas dos últimas palabras.
Más allá de las estadísticas [en 2013, 48 ediciones en 18 idiomas], y la esencia verdadera de lo que somos, el lado realmente entretenido de ser Reader’s Digest son los amigos que hemos hecho.
A medida que crecimos, fuimos evolucionando y seguimos cosechando nuevos amigos. Lo curioso es que entablamos nuevas amistades pero seguimos siendo lo que siempre fuimos, una revista que se conecta con sus lectores.
Eso fue parte de la genialidad de nuestro fundador, DeWitt Wallace. El impresionante crecimiento de lo que llamó su “Pequeña Revista” se produjo precisamente porque él nunca vio a los lectores como una gran masa, sino como individuos distintos con los que deseaba construir un vínculo sólido.
Por eso el apóstrofo está antes de la “s” en nuestro nombre (Reader’s Digest, lo que se traduciría literalmente como “El compendio de los lectores”).
Ya sea en Huntsville o Hammerfest, Neuquén o Katmandú, deseamos que los lectores se vuelvan nuestros amigos. Ellos nos llevan a todas partes. Nos encontrará con las puntas de las páginas dobladas en el consultorio del médico, manchada con grasa en el bar, apretada en la caja de aparejos de un pescador, en el bolso de un soldado, en el maletín de una empresaria.
Estimulamos sus mentes, los hacemos reír, les advertimos sobre diversos peligros y hasta les salvamos la vida.
David Weiss tenía solamente 29 años cuando se despertó con dolores en el pecho, brazo y hombro. Fue a una sala de emergencias local. El electrocardiograma no reveló nada anormal. Pero todavía sentía dolores al día siguiente cuando su primo, que había leído nuestro artículo “Little-Known Signs of a Heart Attack” [Signos poco conocidos de un ataque cardíaco], le dijo que sus síntomas parecían ser los que estaban enumerados en la revista. El hermano de Davis lo llevó al hospital otra vez, donde descubrieron que estaba sufriendo un ataque cardíaco. El artículo “salvó la vida de mi hijo”, escribió Vivian Weiss.
Hemos recibido miles de cartas a lo largo de los años como resultado de artículos sobre cardiopatías, cáncer de piel, peligros poco conocidos para la salud y descubrimientos importantes en la ciencia y la medicina presentados con un lenguaje claro y conciso.
“Reader’s Digest debe ser la revista más popular del planeta. Nunca habíamos visto una respuesta así”, afirma el Dr. Irwin Goldstein, profesor de urología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, al recibir más de mil consultas sobre un artículo que publicamos sobre la disfunción sexual masculina.
El Comandante de la Armada, George Farrar, estaba en una base en Irlanda cuando llamó a su esposa, quien le contó lo que le había sucedido a su hija de 12 años, Sarah. La había picado algo en el patio. La Sra. Farrar la llevó al consultorio del médico, que diagnosticó una “picadura de pulga infectada”. La pierna de Sarah se estaba hinchando. Casualmente, Farrar había leído un artículo de Reader’s Digest sobre la araña loxosceles reclusa, altamente venenosa. “Busca la revista y lee el artículo”, indicó. Ella lo hizo. “Tan pronto lo leí, supe que a Sarah la había picado una araña”. La Sra. Farrar llevó a su hija al hospital y llevó nuestro artículo para mostrárselo a los médicos. Sarah fue hospitalizada durante seis días pero no sufrió ningún daño permanente grave. “No puedo explicar cuánto agradezco que Reader’s Digest haya venido al rescate”, cuenta la Sra. Farrar.
A veces, nuestro efecto sobre la salud y el bienestar de las personas es de largo alcance. La Dra. María Compte escribió desde Nueva York para decirnos que la inspiramos para convertirse en médica. Tenía 15 años cuando leyó un artículo en Selecciones sobre el trabajo pionero del Dr. Tom Dooley con los aldeanos carenciados del sudeste de Asia. “Hoy, casi 20 años después de ese día de verano, escribo estas líneas sentada en un escritorio de la Dooley Foundation-Intermed”.
Cuando el esposo de GeorgiaAnn Camara partió a bordo de un submarino nuclear a mar abierto como ingeniero, estaría incomunicado durante más de 90 días. Pero se llevó algo muy especial. Era un diario que su esposa había preparado de tal manera que pudieran “visitarse” cada día que estuvieran separados. Junto a la entrada de cada día, había un artículo de nuestra revista. “Agregué una historia, una cita o un punto destacado a cada día y compartí con él lo que habían significado esas palabras para mí”, dice la Sra. Camara. Cuando su esposo regresó del viaje, le entregó el diario completo con sus pensamientos sobre cada una de las entradas y los artículos de su esposa. “Me han regalado la posibilidad de conversar con mi esposo aunque esté a miles de kilómetros de distancia”.
Cuando la revista Mad publicó su parodia, la “Reader’s Disgust” (el índice prometía una condensación de dos páginas de la Enciclopedia Británica), realmente comenzamos a darnos cuenta de que no éramos simplemente una revista. Si alcanzas cierto nivel de aceptación, empezarán a hacer bromas sobre ti. En realidad nos gustan las bromas, ya sea una parodia de National Lampoon, o ese episodio de Los Simpson donde Homero se enamora perdidamente de “Reading Digest”.
El caricaturista cómico Guindon una vez dibujó a una pareja joven, que volvía de vacaciones y le explicaba a su cartero que “estábamos en una de esas cabañas en el norte donde van las revistas Reader’s Digest cuando mueren”.
J.J. Bushnell, de Oregon, en verdad tropezó con una de esas cabañas cuando se perdió herido en los bosques canadienses cerca de Vancouver. La pareja que vivía allí le dio comida y refugio y lo ayudó a recuperarse de su lesión en el tobillo. Para entretenerlo le prestaron una “única copia vieja de Reader’s Digest” que devoró de cabo a rabo. Bushnell quedó atrapado. De vuelta en casa, se convirtió en un lector ávido.
Así que, como pueden ver, las copias de Reader’s Digest nunca mueren. A veces, sin embargo, tienen que prestar servicio de maneras poco comunes. No nos importa que nos usen para nivelar una mesa inclinada, aislar una pared (lo han hecho) o para evitar que dos tuberías de agua se golpeen (al doblar la revista a lo largo se logra tensión suficiente y suele funcionar). Roy Valitchka estaba de excursión con su hijo mayor, Scott, en las Montañas Porcupine en Michigan. Scott tenía el último número de Reader’s Digest en su mochila para leer durante el almuerzo. Roy se lesionó la rodilla. Esa copia del Digest “tenía la longitud, el ancho y la rigidez adecuados para inmovilizar la articulación. Un trozo de cinta quirúrgica sostuvo la revista en su lugar en el punto giratorio de la articulación y usamos dos bandanas para asegurar las partes superior e inferior”. Al final del recorrido de 28 kilómetros, Scott felicitó a su padre por resistir los últimos kilómetros pero insistió en comprar una copia nueva de Reader’s Digest para reemplazar la “copia desfigurada y bañada en sudor que salvó el día”.
Incluso nos hemos transformado en una especie de moneda clandestina en África. “Una vez vendí 20 números de la revista a un ‘adicto a Reader’s Digest’ para reunir suficiente dinero e ir a visitar a mi tío enfermo”, escribe Muktar Ali, desde Chad. Nos contó que las copias de la revista son tan preciadas que se “compran y se venden, vuelven a comprar, se leen y vuelven a venderse o se toman prestadas una y otra vez” y se “intercambian por una gran variedad de artículos o favores”.
A lo largo de los años nos han reprendido por ser demasiado optimistas. Nos declaramos culpables. Creemos en las soluciones. Creemos en la capacidad de los seres humanos de superarse. Cuando Nelson Mandela estaba preso en Sudáfrica, encontró determinación e inspiración en los artículos de Reader’s Digest sobre “personas que superaban grandes dificultades y retos difíciles”.
En su autobiografía, el difunto presidente egipcio Anwar El Sadat recordó que cuando debió cumplir una condena en una prisión británica, nuestra revista fue un punto de inflexión para él. “Fue gracias a un artículo escrito por un psicólogo estadounidense para Reader’s Digest que pude superar mis problemas”. Escribe que el artículo lo ayudó a renovar su fe en Dios y en sí mismo. “Mis relaciones con el universo entero comenzaron a tomar otra forma”.
El mundo sigue cambiando, y nosotros también. Publicamos en diferentes culturas desde Tailandia hasta la República Checa. Ahora la gente está conociéndonos mediante nuestros sitios web (y a través de plataformas digitales como iPad, Kindle y otros lectores electrónicos). Donde sea que nos encuentre, seguiremos siendo, como señaló un suscriptor, “una máquina de hacer amigos y de actualizar a la gente”.
Uno de nuestros lectores de toda la vida, Frank Mara de Nueva Jersey, nos escribió para contarnos que su padre, James, se había graduado de la secundaria en el peor momento de la Depresión, había servido en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial y que después había trabajado como conductor de camiones hasta jubilarse. “Él nos inculcó la pasión por la lectura y por nunca dejar de aprender. Usaba la revista como su herramienta fundamental. La publicación siempre estaba presente, todos los meses, cada año, y siempre había debates o discusiones sobre uno u otro artículos”.
A medida que los hijos crecían les seguía enviando suscripciones de regalo. “Fue algo bueno para mí”, explicaba, “y no me ha ido nada mal para ser un viejo conductor de camiones”. Cuando James Mara murió a los 77 años, dejó a su esposa y a sus cuatro hijos (un maestro, un agrimensor/arquitecto, un suboficial mayor de la armada y un ingeniero), trece nietos y ocho bisnietos. Su hijo escribe: “No tenía idea del impacto que causó mi padre y su amor por Reader’s Digest hasta el mes pasado, cuando vi a mi hijo de diez años leyendo el número más reciente del último regalo de papá”. Mara pensó en las palabras de su padre. “Fue algo bueno para mí”. Y entonces envió un cheque para su suscripción y nos pidió que por favor rezáramos para que él pudiera ser tan bueno con sus hijos como ese viejo conductor de camiones.
Eso explica mejor que nada a qué nos referimos cuando decimos que nos gusta hacer amigos nuevos…y mantener los que ya tenemos.

 

 

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