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Nunca es tarde

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No importa la edad: desde yoga hasta golf, todos podemos empezar con alguna actividad física.

“No existen límites fisiológicos para iniciar una práctica deportiva. Hay actividades físicas adaptadas para todas las edades y condiciones”, explica la doctora Claudia Maroncelli, especialista en medicina interna y deportiva, miembro del Comité de Deporte y Salud de la Asociación Médica Argentina.

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Además, la práctica de actividad física puede servir como vehículo para relacionarse y mantenerse activo.

Las personas mayores no están exentas de esta posibilidad y lo importante es que nunca es tarde para comenzar.

A continuación, tres historias de personas que empezaron a realizar un deporte a una edad que podría sorprender a cualquiera, e incluso son exitosos en sus disciplinas.

El valor de la amistad

A poco tiempo de sufrir la muerte de su marido Ricardo, en abril de 2003, Alondra Prieto, por entonces de 82 años, se recluyó en su departamento. No tenía ganas de salir, ni de ver a nadie y le era muy difícil superar la pérdida de su compañero de toda la vida. Hasta había dejado los partidos de golf y las clases de gimnasia que eran su principal distracción.

Pero no estaba sola. Conforme transcurrían los días, los amigos del golf no paraban de llamar, ni de animarla. Respetando su dolor constantemente la pasaban a buscar por su casa para que se distrajera.

“Comprobé en carne propia el dicho de que ‘Los buenos amigos son los que están en las malas’. En un momento tan complicado como el que me tocó vivir, tuve el incondicional apoyo de mi familia, que me acompañó todo el tiempo, y de mis amigos. Gracias a todos ellos, me animé a volver a las canchas de golf», recuerda Alondra.

Y vaya si ese regreso fue positivo. En ese mismo año, esta golfista de ojos verdes como perlas salió campeona de la segunda categoría del Club Ciudad de Buenos Aires, compitiendo con jugadores de mejor hándicap y más jóvenes que ella.

Desde siempre, Alondra había sido una mujer activa. Madre de dos hijos y esposa de un piloto comandante de avión, Porota, como la llaman sus amigos y familiares, fue actriz de radioteatro, locutora y cantante. Una vez que se estableció en la Capital Federal, luego de vivir dos años en Brasil, se anotó en el Club Ciudad de Buenos Aires donde practicó canto y teatro (formó parte del primer grupo coral y teatral del club), gimnasia, natación y guitarra. “Hasta llegué a hacer bochas” comenta riéndose.

Cuando no tenía vuelos, su marido la acompañaba pero no practicaba tantas actividades como ella. Pero cuando se jubiló, Ricardo empezó a acompañarla más seguido al club. Como sus hijos eran adolescentes, la pareja tenía más tiempo para estar juntos. Fue así como decidieron empezar clases de golf. “Al principio era complicado, sobre todo los tiros largos y lo que se llama la salida del hoyo. Pero con práctica, todo se aprende y mejora”, cuenta Alondra.

Porota aprendió muy bien de acuerdo con los resultados que cosechó. Esta mujer, hoy de 86 años, tiene en su casa una vitrina llena de premios. En 2000, fue elegida como la mejor deportista del año en el club. En su carrera golfística, ya hizo tres veces hoyo de un solo golpe.

Pero más importante que los logros deportivos es la amistad cultivada durante tantos años. “El cariño de mis amigos es el mejor regalo. Es muy lindo sentirse querida por la gente: eso, y mi familia, me dieron fuerzas para volver a jugar la primera vez cuando perdí a mi esposo y otra vez, cuando ocurrió lo mismo con mi hija. Siento que el club es mi segunda casa”, concluye.

Un chapuzón contra el dolor

Su amplio pecho no deja margen para equivocaciones. Cuando se lo ve a Parides Teodolindo Serafín Bassi, es inevitable notar que este hombre, de 88 años, practica natación.

A Pipo, como lo llaman sus amigos, siempre le gustó el agua. Desde adolescente, junto con sus primos y amigos, le gustaba ir a nadar al Tigre. También, de vez en cuando, practicaba remo.

Hace algunas décadas, Pipo empezó a nadar  en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y ya desde aquella época, su rutina se repartía entre la pileta y su trabajo como empresario en la fabricación de vidrio.

Pero todo cambió el día que un grupo de amigos invitó a Pipo a correr una carrera de natación. “Nunca había competido, solo jugando con mis amigos”, recuerda. Lo curioso es que cualquiera podría pensar que la invitación le llegó tarde: en aquel momento Pipo tenía 60 años. Pese a su edad, el hombre no se amilanó.

El día de la competencia no había mucho público, pero lo suficiente para sentir la presión. En el cajón de largada, los nervios le tensaban los músculos de las piernas. “Pero nunca se lo demostré al rival de al lado mío —comenta—. Sólo traté de nadar como cualquier otro día”. En esa jornada no ganó. Pero le fue tomando el gusto a la competencia.

A las carreras metropolitanas y nacionales, se agregaron las internacionales. En 2005, en el campeonato sudamericano de Chile, este nadador hizo cuatro pruebas y salió segundo en los 50 metros estilo pecho.

A nivel nacional, Pipo tiene los récords de 50, 100 y 200 metros, estilo pecho y, según confiesa, espera seguir mejorándolos. Para ello, entrena unas cuatro mañanas por semana y concurre tres veces al gimnasio.

“Desde que me operé de la próstata, a los 50 años, me prometí que esos días eran los últimos que iba a estar en cama. Este año todavía me quedan por correr el campeonato nacional y otras competencias”. 

El deporte fue vital para la salud de Pipo. “Tenía dolores de hombro, pero fue la natación lo que me sacó adelante. Nadando de manera regular y despacio, desaparecieron mis padecimientos”.

Deportes sin límites

Efraín Wachs se enfrentó a un dilema a los 75 años. Desde los cinco años que jugaba al ajedrez pero ya no podía hacerlo con la máxima exigencia. A cierto nivel, la práctica de este deporte requiere de muchas horas de estudio de jugadas y movimientos, y para Efraín cada vez era más difícil hacerse tiempo, entre su trabajo y su familia.

Campeón en todas las categorías, había llegado muy alto para un jugador amateur de ajedrez, incluso a los 20 años le ganó una partida al entonces campeón mundial Alejandro Alekhine en su visita a la Argentina, en 1939.

Ante la imposibilidad de continuar en el primer nivel, a principios de los 90, Efraín decidió dejar de lado el ajedrez y resignarse a resolver los problemas de juego que trae el diario del domingo. Pero se topó con una duda que le rondaba en la cabeza: ¿Qué voy a hacer ahora si no puedo ocupar mis horas de ocio pensando en darle jaque mate al rival de turno?

Desde siempre, Efraín practicó fútbol y atletismo, aunque nunca de manera regular. “Siempre me gustó correr y a menudo lo hacía en plazas. Además lo hacía por una cuestión de salud: yo perdí a mi padre por culpa del cigarrillo e incluso llegué a fumar hasta un atado por día”, recuerda. Pero todo cambió el día que Efraín ganó una pequeña maratón de seis kilómetros en Tucumán, donde actualmente vive. El presidente de la Federación Tucumana de Atletismo, Guillermo Rubino, quien estaba ahí, lo vio y lo invitó a correr.

“Acepté porque me gustan los desafíos”, explica. Una tarde de primavera, en la pista de la Facultad de Educación Física, a los 80 años, Efraín corrió cinco vueltas de 400 metros cada una y cuando terminó, le preguntó a Rubino: “¿Puedo correr otras cinco?”
Así lo hizo hasta que llegó a dar 40 vueltas, unos 16 kilómetros. Sorprendido, Rubino le dijo: “Bueno, basta, con esto te sobra para competir”.

“Me di cuenta de que uno nunca pierde la capacidad de sorprenderse. Me sentí contento, rejuvenecido, todo no terminaba con mi retiro del ajedrez. Era como una nueva prueba que estaba pasando”, comenta Efraín sobre su primera experiencia en una pista de atletismo.

A partir de ese momento, una nueva etapa comenzó para este hombre que afirma tomar la vida como un desafío constante. Efraín se dedicó al atletismo con el mismo tesón con que se había dedicado al ajedrez. Se entrenaba tres veces por semana en la plaza que está a pocas cuadras de su casa, luego de su habitual jornada laboral como contador.

Todo el esfuerzo era para empezar a competir en los torneos provinciales de atletismo de veteranos. Según recuerda, en estas competiciones le iba bien, pero el primer logro llegó en su debut en el Campeonato Nacional en diciembre de 2001, en Comodoro Rivadavia: pese a las bajas temperaturas, la lluvia e incluso nieve a los costados de la pista, inusuales para esa fecha, Efraín ganó las pruebas de 100, 200 metros, lanzamiento de bala y salto en largo y salió segundo en 5.000 metros.

El hombre sintió que estaba para nuevos retos y, en 2003, participó en el Campeonato Mundial de Atletismo para veteranos, en Puerto Rico, donde logró lo que nunca se había imaginado hasta el momento. Bajo una lluvia torrencial, Efraín, que en esa época tenía 85 años, corrió 25 vueltas a la pista olímpica y se coronó campeón mundial de 10.000 metros. “Muchos competidores dejaron la carrera, pero yo ni siquiera pensé en hacerlo. Incluso en cada vuelta, los jueces me preguntaban cómo estaba y si iba a seguir corriendo; yo les decía ‘¿Para qué vine, si no voy a terminar la prueba?’”, comenta Efraín.

Dos años después, en el Campeonato Mundial de San Sebastián, España, logró dos medallas de plata y tres de bronce y fue el único deportista que, con 87 años, participó de todas las carreras.

El año pasado, junto a tres corredores, Efraín realizó una posta en la plaza principal de la ciudad de Tucumán para demostrar que el deporte no tiene edad. Entre los cuatro participantes —cada uno corrió 100 metros— sumaban 367 años, ¡y Efraín era el más joven!

En una visita al médico, la esposa de Efraín le preguntó al doctor:
—¿Mi marido no tendría que parar un poco?
—Señora, su esposo puede y debe seguir corriendo…
Efraín, de 89 años, tiene planes para el futuro: “Correr y trabajar hasta los cien años y después veo qué hago”.

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