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La ruta del exótico helado japonés

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Un
recorrido especial con el sello de los asombrosos sabores locales. 

Si le preguntan a Lynn Ng cuál es su sabor favorito de helado, probablemente elija el de vieiras. “Es realmente delicioso, aunque parezca una combinación tan incompatible”, comenta.

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Cuatro años antes, Lynn y yo trabajamos juntos como profesores auxiliares de lengua en una escuela técnica en Hokkaido, una prefectura de Japón en el extremo norte del territorio, una isla que abarca alrededor del 20 por ciento de la superficie del país, pero menos del cinco por ciento de la población. Para muchos, Hokkaido es sinónimo de paseos en auto e inaka: el campo. Eso significa que nos pasamos fines de semana recorriendo las calles de la zona en su Toyota azul. En uno de nuestros primeros paseos conocimos Wakkanai, una ciudad situada en el extremo más septentrional del país. Desde el Cabo Soya, saludamos a la Isla Sakhalin perteneciente a Rusia. Ng era la única habilitada para manejar, por lo que interrumpimos la travesía con distintas paradas en michi-no-ekis, áreas de servicio a los lados de la carretera. En una de estas paradas, en Sarufutsu, compramos unos cucuruchos de helado (conocido en Japón como soft cream o crema helada). No eran de vainilla ni de chocolate, sino de madreselva azul. Cremosos y espesos, los helados de Japón son muy populares en todo el país, y muchos pueblos exhiben su identidad local a través de sabores únicos e increíbles. El sabor de la ciudad en la que vivimos, Takikawa, era manzana, un homenaje a los árboles frutales que colman la región. La ciudad de Furano y el pequeño pueblo de Biei ofrecen lavanda y rosas, flores emblemáticas de estos lugares. Y en la pequeña ciudad de Yubari, el icónico helado de melón es más asequible que sus famosos melones King: en una subasta se vendieron un par de estos melones por más de 5 millones de yenes (46.000 dólares).

Mientras que estos sabores rinden homenaje a los jardines y plantaciones frutales de Hokkaido, que pueden estar enterrados bajo la nieve la mayor parte del año, en el resto de Japón pueden volverse más creativos y originales. En Ishii Miso Brewery, en Matsumoto, una ciudad montañosa en la prefectura de Nagano en Honshu, isla principal de Japón, se elaboran helados con miso (pasta de brotes de soja fermentados). En Kioto, excapital de Japón, es posible encontrar helado de yuba, que sabe a la capa que se forma sobre la leche de soja al hervirla. Y la ciudad de Hakodate, al sur de Hokkaido, sorprende a sus visitantes con helado de tinta de calamar. Salmuera marina y helado parecen ser un dúo improbable, sin embargo, estos sabores celebran la identidad regional de Japón. Se trata de un país extenso: el recorrido en coche desde Wakkanai, en el norte de Hokkaido, hasta Kagoshima, al sur de la isla Kyushu, lleva 38 horas continuas sin paradas, y son unos 2.700 kilómetros. La extensión de Japón también abarca diferentes paisajes y climas, lo que invita a recorrer en coche el campo. Los michi-no-ekis donde se pueden comprar estos exclusivos helados son elementos clave del plan nacional de revitalizar sus comunidades regionales, particularmente aquellas situadas en áreas rurales. El Ministerio de Agricultura, Infraestructura, Transporte y Turismo supervisa estas estaciones al lado de las rutas y las utiliza como espacios para mostrar especialidades locales. La revitalización rural es una potencial solución a un problema desconcertante de Japón: envejecimiento de la población y reducción de nacimientos. Aunque este dilema demográfico inquieta a todo el país, la presión afecta a las zonas rurales de forma más severa. Los jóvenes se trasladan a las ciudades, y las “casas fantasma” son testimonio de pueblos y ciudades vaciadas. Shigeru Ishiba, ex ministro de revitalización regional, dispuso “crear sociedades comerciales en zonas rurales para promover y vender productos locales y animar el turismo”, entre otras iniciativas para estimular la economía rural. Mi amiga Lynn Ng actualmente investiga temas de revitalización rural y turismo en la Universidad de Waseda, en Tokio. Uno de los enfoques que más llaman su atención es el de Fukushima. Tras el terremoto de 2011 y posterior desastre nuclear, la zona experimentó un gran éxodo, lo que obligó a activar la creatividad local. “Algunos ayuntamientos ofrecen casas en préstamo temporal por las que no cobran alquiler, para que los recién llegados puedan contar con un lugar para alojarse en la zona mientras buscan trabajo y vivienda”, comenta Ng. Además de tratar de llevar nuevos vecinos a zonas rurales, los funcionarios japoneses promueven el movimiento e intercambio entre los habitantes de espacios urbanos, suburbanos y rurales. Para atraer hacia zonas rurales, el Ministerio de Agricultura, Recursos Forestales y Pesqueros (MAFF) ha elaborado un plan destinado a ofrecer propuestas tentadoras, en el que la comida desempeña un rol importante. “Sabores de Japón” se enfoca en platos regionales y en productos agrícolas de muchas de las prefecturas del país. ¿Por qué comida? Tal vez tenga que ver con el poder de las cooperativas agrícolas japonesas agrupadas en la entidad JA Group, o quizá se trate de algo un poco más sentimental. “La comida en concreto, pertenece a una esfera más emocional en comparación con otros productos, como la alfarería o la ropa”, comenta Ng. “Y, como el turismo despierta las emociones y la imaginación de los visitantes, un turista tal vez recuerde más fácilmente aquel helado especial que comió en un viaje que los elementos de un antiguo castillo”. Ofrecer especialidades locales y promover con orgullo las atracciones autóctonas son costumbres muy arraigadas en la cultura japonesa. Cada ciudad es famosa por algo, incluso las más pequeñas. En muchos casos, esos productos icónicos son extraídos y convertidos en helados. En esta práctica también está presente el concepto de omiyage: cuando alguien viaja, se espera que vuelva con algún regalo, típicamente algún producto comestible llamativo. “Creo que lo que realmente permite conectar los sabores de las cremas heladas con la revitalización rural es el concepto de meibutsu [artículos y comidas famosas] y la cultura del omiyage”, afirma Ng. “Eso explica la obsesión por descubrir productos ‘famosos’ y característicos de cada lugar”. (Ver cuadro). Los helados no son el único ejemplo de esta estrategia turística. En los michi-no-ekis se venden libros conmemorativos donde los viajeros pueden pegar sellos de cada lugar que visitan como prueba de que han estado allí, y las ciudades y prefecturas japonesas organizan viajes por estos circuitos. Ng comenta el ejemplo de Tsuetate Onsen, un pueblo histórico que cuenta con fuentes termales en la isla de Kyushu: las autoridades se propusieron convertir al lugar en sinónimo de natillas, y animaron a los viajeros a conseguir sellos mediante la compra de este producto en diez restaurantes y comercios locales que luego podían canjear por un recuerdo. Pero aunque estos circuitos suelen enfocarse en zonas regionales, los helados son un fenómeno nacional: viajeros y turistas pueden probar sabores únicos en todos los rincones de Japón. La industria láctea también es muy valorada en este país. El verano pasado, el MAFF pidió a los japoneses que comieran helado todos los días como parte de la campaña Plus One, diseñada a combatir la caída de ventas por la pandemia.

“Creo que los helados funcionan porque los japoneses y, tal vez todos, tenemos debilidad por el helado en general”, asegura Ng. “Eso lo convierte en un producto fácil de vender”. Entonces, además de llamar la atención con sabores como tinta de calamar y girasol, el objetivo es representar una región, algo que los locales aprecian mucho. Por ese motivo, Ng admite que en realidad su sabor favorito es manzana: el sabor emblemático de Takikawa, lugar donde vivimos y trabajamos como profesores de lengua. “Es un 10 por cien delicioso”, comenta, “y el 90 por ciento restante está repleto de todos mis vínculos afectivos con Takikawa”

Gastro obscura (septiembre 20, 2020), copyriGht © 2020 por michael colbert, atlasobscura.com

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