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Maestros de la luz

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Heredero de una tradición medieval, el protector de la
catedral de Lausana, en Suiza, realiza un trabajo fuera del tiempo y del mundo
que le ha llevado a crear extraordinarios escenarios.

El 20 diciembre de 2019, a la entrada de la iglesia de San Francisco en Lausana, apenas los espectadores cruzan el pórtico, levantan la mirada cautivados por la belleza del escenario. En la nave del templo resplandecen 800 pequeños farolitos colocados en candelabros, en balaustradas, en el alféizar del púlpito… Sobre un trípode metálico, otros 50 dibujan un triángulo de luz. En el suelo, hay otros doce colocados en semicírculo. En cada farolito hay una vela. No hay rastro de la más mínima bombita, y los cientos de pequeñas llamas son la única iluminación. Es un espectáculo mágico. Esta noche se celebra el concierto de Navidad. El programa lo protagoniza el Coro de Armaillis de la Gruyère, 33 cantores vestidos con el traje tradicional de los pastores de Gruyère, la famosa región prealpina suiza. Comienza el concierto. Al fondo de la iglesia, apoyado en una columna de piedra, Renato Häusler respira aliviado. Desde hace dos días él, junto a su equipo, ha ido instalando los farolitos. Uno a uno. Él es el mago, el maestro de la luz. Ya ha creado este escenario excepcional en otros muchos lugares: una iglesia en Roma, un claustro en Chalon-sur-Saône, la iglesia de Saint-Germain des Prés en París, la catedral de Mónaco… En Suiza, Francia e Italia, ha creado más de 120 eventos en castillos, palacios y jardines. Renato Häusler, de 61 años, es una figura emblemática de las noches de Lausana. Pero no es ni un DJ ni el dueño del último bar de moda. Es el vigía del templo, y pasa cinco noches a la semana esforzándose por mantener la tranquilidad de los habitantes de la ciudad. Un oficio tradicional poco común en Europa. De las diez de la noche a las dos de la madrugada, con su sombrero negro y megáfono en mano, grita a pleno pulmón oteando el horizonte en los cuatro puntos cardinales de la torre sur del templo. Su voz profunda se escucha de lejos: es el vigía… Han dado las diez… Las diez… Ya sea verano o invierno, Renato perpetúa esta tradición de la Edad Media, una época en la que los vigías de “tierra” y de “torre” protegían la ciudad. Por la noche, sube los 153 escalones del campanar io para meterse en su pequeño cubículo: una mesa, dos sillas, un pequeño armario y el retrato de Beethoven clavado con chinchetas en la pared. Ahí, al abrigo del mundo, imagina sus futuras iluminaciones. Cada hora, la campana de 6.600 kilos contigua lo llama al orden. Se levanta, se pone el sombrero y alza la voz: es el vigía… Han dado las once… Las once… “Mis dos actividades no tienen nada que ver con el mundo moderno”, dice. “El desarrollo ha convertido nuestro planeta en un basurero. Todos persiguen el éxito. El dinero y la ambición solo traen preocupaciones. En esta torre no tengo la obligación de ser productivo, solo la de vivir en un recinto que tiene 600 años… y dar la hora”.

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Nada predestinaba a Renato Häusler a iluminar iglesias o a pasar sus noches en la soledad de un campanario. Nacido en Zúrich, creció en Renens, en los suburbios de Lausana. Como cualquier joven suizo en los 80, realizó su servicio militar en protección. En el ejército, un documental sobre la guerra de Vietnam le convenció de que en materia militar la práctica era más violenta que la teoría. Se declaró pacifista y escribió su carta como objetor de conciencia: “No estoy en esta Tierra para matar a mis vecinos”. Sus convicciones antimilitaristas lo llevaron a pasar tres meses en la prisión de Lausana, en una celda cerca de la catedral. De sus noches carcelarias conserva el recuerdo del vigía que escuchó entonces por primera vez. Una voz impactante que atravesaba la noche y que parecía hablarle desde la profundidad de los tiempos. Unos años más tarde, en 1987, se ofreció para sustituir al vigía titular durante su ausencia. En 2002 consiguió el puesto vacante. Aquel mismo año tuvo la idea de sus iluminaciones. La noche del 1 de mayo, justo después de dar la medianoche, caminó por la catedral. Solo, farolito en mano, deambulaba pisando las losas de la inmensa nave, desgastadas por millones de pasos desde el siglo XIII. En la penumbra, la llama de su vela dibujaba un extraño juego de luces y sombras que resaltaba el relieve de los pilares.

Entonces fue cuando pensó: “Si una única vela puede crear este magnífico espectáculo, ¿qué harían cientos de velas?” Y así nacieron sus futuras escenografías. Solo faltaba llevarlas a la práctica. Primero utilizó velas que compraba en las tiendas. No satisfecho con el resultado, sobre todo por el humo y la cera que se derrama, diseñó sus propias velas utilizando frascos llenos de cera líquida. Las termina de hacer una a una, a menudo en su pequeño cubículo. En octubre de 2005, la catedral albergó los Coros de la Luz, su primer espectáculo. Fueron 3.000 espectadores cautivados por 2.000 velas. Marca Renato Häusler. 

Enseguida, para satisfacer la demanda, creó su propia empresa, llamada Kalalumen. Este nombre, una mezcla de griego antiguo y latín, significa “luz hermosa”. Además, Kala es el nombre de pila de su mujer. esta noche de diciembre de 2019, en la iglesia de San Francisco, con los ojos entornados, los 500 espectadores disfrutan del Coro de Armaillis de la Gruyère bajo una luz fascinante. Le preguntamos a Renato si no le da miedo un incendio. “Los incendios que arrasan los edificios religiosos, en particular el de Notre-Dame de París, prenden la estructura de madera”, nos contesta. “Ninguna de mis velas entra en contacto con la madera. Algunos organizadores piden la presencia de bomberos durante el evento, pero no suele ocurrir”. Los únicos uniformes presentes son los de los miembros del coro. Entonan Noche de Paz. Las llamas oscilan al ritmo del movimiento de los brazos del director del coro. Sentado en primera fila, Jean-François Ramelet, el párroco de San Francisco, está en la gloria: “La luminosa suavidad de las velas da al concierto una calidad mágica”, dice con admiración. “La gente necesita una atmósfera como esta”. Después de largos minutos de aplausos, el público decide enfrentarse al invierno exterior. En la iglesia, Renato Häusler surge de las sombras para cumplir una última misión: con sus dos ayudantes, apaga una a una los centenares de velas encendidas. El maestro de la luz devuelve la oscuridad a la noche, hasta la próxima iluminación.

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