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Entrevista a un ícono del periodismo: Victor Hugo

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Victor Hugo se sienta bajo el reflector y cuenta sus experiencias personales.

Es una leyenda, un ícono en lo suyo. Y lo sabe. Una simple y primera aproximación revela que su nombre de pila — casi desde el primer momento en que se instaló en Buenos Aires, a principios de 1981— basta para darlo a conocer. Porque “Víctor Hugo” (así a secas) es el relator uruguayo que marcó un antes y un después en lo suyo, el que ha logrado por fin la rara unión de la credibilidad con la gran aceptación masiva, confluencia poco común en el mundo de los medios de comunicación.

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Quien se ha definido como un auténtico “bicho” de ciudad, como hombre ya indisolublemente amarrado a una urbe como la de Buenos Aires, quien profesa la condición porteña como cédula de identidad tuvo en algún momento —como tantos otros— que dejar el pago chico, animarse, respirar fuerte y avanzar hacia una nueva situación, cuyo resultado era incierto.

De cualquier modo, Víctor Hugo siempre estuvo muy ligado al trabajo radial para Buenos Aires y desde joven, ya que comenzó en el relato deportivo en Radio Colonia para la Argentina con Dante Panzeri y Enzo Ardigó. Sin embargo, hasta el último tramo de los años setenta, nada parecía anticipar lo que ocurriría más tarde; en la montevideana Radio Oriental él era el rotundo “número uno” del mercado y más allá de algún encontronazo, todo iba bien… exceptuando el contexto político uruguayo.

En esa época el Uruguay estaba bajo una dictadura militar. Tras un incidente durante un partido amistoso con fines benéficos, en el que el relator jugaba con amigos y algunos futbolistas, se produjo un alboroto y pocos días más tarde, una denuncia. Esta trajo una detención y, como consecuencia, 27 jornadas completas en el calabozo. Y aquí es donde entraron en escena quienes harían que su vida cambiara para siempre.

En un estudio de Radio Continental, Víctor Hugo, a minutos de la salida al aire de su programa, recuerda aquellos días amargos. “De la nada, me vinieron a ver a la cárcel dos periodistas, Adrián Paenza y Fernando Niembro”, evoca. “Me ofrecieron venir a relatar y a vivir a Buenos Aires. Fue un sacudón; tenía, a pesar de todo, una posición favorable; me esperaba en todo caso una competencia muy fuerte con el relator líder del momento, José María Muñoz, de Radio Rivadavia. Mi familia estuvo de acuerdo con dar el salto. Yo tenía miedo. Una noche, en soledad absoluta, me decidí. Momentos como esos son claves en la vida de un hombre”.

No obstante, no estaba seguro entonces de haber tomado la decisión correcta: “Tras la firma del contrato, me arrepentí. ¿Por qué? Porque era un contrato por un año. Si me iba mal, iba a volver con la sensación de fracaso. Yo estaba arriesgando mucho. Pero bueno, salí adelante. Tuve una ventaja: el apoyo inmediato de colegas, de la prensa argentina en general. Y la de mi propio entorno”. La gran ciudad, de cualquier modo, no era un universo extraño para Morales. Allí estaban las infinitas horas de la niñez escuchando los radioteatros, los partidos. “Ya conocía bien a Buenos Aires —agrega—, además no olvidemos que yo estaba vinculado por la radio. Aunque… instalarse es siempre otra cosa. Pero no hay dudas de que estaba escrito en algún lado que la apuesta iba a funcionar”.

Desde aquel ya lejano verano del 81, relatando los goles de Brindisi y Maradona del Boca campeón dirigido por Silvio Marzolini hasta hoy, Morales estuvo en siete mundiales, se encaramó hacia el primer lugar entre sus pares e incursionó desde hora temprana como periodista y conductor en ciclos de interés general. Muchos recordarán un poco más allá el programa “El espejo”, con el que recorría la Argentina de punta a punta, o un poco más acá “De-sayuno”, en las primeras mañanas, en Canal 7 de Buenos Aires.
“Yo siempre hice todo —reconoce—. Siendo muy joven, ya redactaba las noticias, las presentaba, hacía notas de política. Lo que ocurre es que la condición de relator deportivo te ‘devora’. Conduje programas de entretenimiento puro en Montevideo: me apasionan los temas de política internacional. En fin, hoy creo ser finalmente una suerte de comunicador general. Estoy conforme”. ¿Y el fútbol, esa diablura, parafraseando a Borges? “El fútbol es ‘mi’ realización —afirma—; completa el actor que no fui, el novelista que no soy, el ensayista que sería. En el campo de juego uno observa y le cuenta luego al oyente la vida misma: las miserias humanas, la violencia, los actos de arrojo, el talento que se cuela, la solidaridad, la soledad del poder. La lista es infinita”.

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Hay una frase muy suya (“en el fondo, más que el fútbol, me gusta la radio con fútbol”) que apunta a un par de amores centrales de su vida; pero estos no son los únicos, sino que forman parte de una amplia paleta que se completa con los partidos de tenis, los viajes relámpago para ver teatro, los cigarros, la buena ropa, una discoteca que provocaría la admiración de cualquier melómano, el inseparable mate (amargo) bien cebado y la condición de ciudadano rioplatense en el centro del corazón.

Tomando el término creado por el poeta Horacio Ferrer (otro oriental afincado en la Argentina), el portevideano de ley se bebe la vida a tragos y, en cada grito de gol, nos recuerda que en muchos misterios del fútbol anidan algunos enigmas también de la vida.

Toco y me voy

P: Conducir programas de ópera, de música clásica, frecuentar el teatro independiente, ser un cinéfilo empedernido, ¿no lo convierte casi en un personaje extraño en el universo futbolero?

R: En todo caso (como siempre digo en las notas) seré un personaje extraño en el mundo del arte (risas).  A mí no me alcanza la vida para ver las cosas que quiero durante todo el día.

P: ¿Cómo se siente como relator con respecto a décadas pasadas?

R: Más sintético. Antes buscaba mucho más las metáforas, el brillo de una gran frase. Hoy no sé si me saldría el barrilete cósmico.  Me veo en la actualidad como un relator más centrado, tradicional. Mi estilo de relato tiende a la búsqueda de la precisión, a no errar con los jugadores, a “ir” con la pelota —como se dice en la jerga—. Soy así. Además, me siento mucho mejor, también, por haber dejado de fumar, tema que en algún momento puso en peligro mi carrera, entre los 80 y los 90.

P: ¿Cree que un periodista deportivo debe tener intimidad con los entrevistados?

R: Pienso que no hay que perder el estilo, la distancia, la objetividad. Al concluir la nota, aunque sea con el tipo más famoso o interesante del mundo, hay que saludar… e irse. Haciéndose amigo de un famoso uno está condicionado. Es así de sencillo.

P: Ha cultivado cierta imagen de “dandy”. Usted se ríe de eso. Pero sabe que hay algo de verdad, ¿no es así?

R: En realidad soy un hombre que, por sobre todas las cosas, ama el tiempo libre. Yo soy un tipo de una curiosidad…digamos que infinita. Vivo en estado de excitación espiritual. De los siete días de la semana, salgo seis, sin fallar. Por jornada, hay diez cosas que quisiera ver. Me contento con tres o cuatro. Voy al teatro, asisto a conferencias, recorro museos y ni hablar de la música o el cine. Tengo una gran, gran fortuna: mi familia me acompaña en este tipo de vida. Eso es una gloria.

Remonta el barrilete cósmico

Se necesitaba semejante gol para semejante relato (recordemos por si hace falta: Estadio Azteca, segundo gol de Diego Maradona a la selección inglesa en el Mundial de México de 1986).

La zurda del argentino y la inventiva del relator, en su máxima expresión, funcionando a dúo. Aquí, la reproducción de lo dicho por Morales en aquella tarde. No son más de catorce segundos. Lapso mínimo, jugada cumbre, relato eterno:

“La va a tocar para Diego: ahí la tiene Maradona; lo marcan dos, pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero ¡y va a tocar para Burruchaga! Siempre Maradona… ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… ¡Goooooolll!! ¡Goooooolll! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golaazo! ¡Diegoooool! ¡Maradooona! ¡Es para llorar, perdónenme! Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos, barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina… Argentina dos; Inglaterra cero. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona! Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este… Argentina dos; Inglaterra cero.”

Más de una vez y con excesiva modestia, Víctor Hugo dijo que esa gran creación maradoneana “habría ocupado el mismo lugar aunque nadie la hubiera relatado”. En una oportunidad afirmó: “Yo estaba muy a favor de aquella selección de Bilardo y también estaba muy solo en su defensa. El relato que después se hizo famoso fue una especie de exaltación, de locura, no sé… algo que surgió en medio de la platea (lo relaté al aire libre) y en un ámbito hostil”.

¿Conocés a Victor Hugo? ¿Te gusta su estilo de relatar? ¿Qué opinás del relato de la «Mano de Dios», en México ´86?


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