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Historias que inspiran

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2 héroes de la actualidad que dejaron sus propios miedos de lado para salvar la vida de otras personas.

La niña que cayó al pozo

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Por MEERA JAGANNATHAN

Una cuidadora deja sus propios miedos de lado para rescatar a una bebé aterrorizada.

UN SÁBADO SOLEADO de verano, Alyson Machigua, de tres años, gritaba de alegría mientras jugaba con su madre, Marlen, en el patio  delantero de su casa de Hackettstown, Nueva Jersey. La pequeña corrió a toda velocidad hasta el patio de un vecino, mientras Marlen la seguía de cerca. De repente, Alyson desapareció; al parecer una abertura apenas visible en el suelo la había tragado por completo. Marlen gritó. 

La cuidadora del vecino, Luz Jiménez, de 26 años, estaba preparando la cena en la cocina y supuso que los alaridos eran de los chicos jugando. Pero corrió fuera de la casa y encontró a Marlen que lloraba y a la hermana de Alyson, Damary, de 25 años, arrodillada sobre el césped, llamando al 911. “¡Alyson se cayó en el pozo!”, Damary le gritó a Luz, que miró hacia abajo y solo vio oscuridad. 

Luego escuchó el llanto de Alyson desde las profundidades del pozo. Luz corrió hacia dentro de la casa y bajó hasta el sótano para buscar una escalera. Se conformó con un cable de extensión gris que podría utilizar como cuerda para descender en rapel por el pozo. En el patio, ella y Damary usaron las manos para cavar un agujero, ampliando la abertura de 18 cm de diámetro a unos 50 cm. Marlen estaba demasiado consternada como para ayudar. Cuando unos minutos más tarde llegó Aaron Perkins, policía de Hackettstown, Luz estaba dentro del pozo hasta la cintura.

“Salga de ahí”, le dijo el oficial a Luz, levantándola de los brazos. “Es peligroso para usted”.

“Es más peligroso para la bebé”, replicó. “Va a morir”.  El detective le imploró a Luz que esperase hasta que llegara la ayuda, pero ella estaba decidida.

“Tengo que hacerlo”, le dijo. 

Mientras el detective Perkins apuntaló un extremo del cable, Luz comenzó a descender, un brazo detrás del otro, hasta la mitad del orificio recubierto por rocas de 4 metros y medio de profundidad. Con el pie, tanteó un tubo de metal que sobresalía de la pared del agujero y se apoyó allí por un momento. Debajo, vio que el agua cubría el suelo de una cueva de un metro de ancho; Alyson estaba sumergida hasta el cuello. Luz se dejó caer los pocos centímetros que faltaban hasta llegar al agua junto a la bebé, y la alzó en sus brazos. 

“Todo va a estar bien”, le dijo a la niña que estaba empapada y temblaba. “No te preocupes”.

Mientras esperaban que llegara la ayuda dentro de 60 cm de agua oscura, Luz rogaba que no hubiera serpientes nadando a sus pies. Desde su niñez en Ecuador, a nada le temía más que a las serpientes. Sobre el nivel de la tierra, el detective Perkins le hablaba para calmarla hasta que llegara la ayuda. 

Unos minutos después llegó el Departamento de Bomberos y el Escuadrón de Rescate de Hackettstown. Bajaron una escalera dentro del pozo. Luz trepó con Alyson en los brazos y la entregó. Los rescatistas llevaron rápidamente a la bebé a una ambulancia, rasgando su ropa para evaluar el daño. Alyson tenía miedo y estaba cubierta de suciedad pero no tenía lesiones. “¿Cómo es posible que no tenga ni un rasguño?”. 

La otra hermana de Alyson, de 18 años, no podía creerlo. Las Machigua luego supieron que las raíces de los árboles habían empujado el cemento que cubría un viejo tanque séptico y dejado un orificio en el césped. Unas semanas después del accidente, la familia hizo rellenar el agujero con tierra y rocas. Recientemente, cuando Rosaura salió a caminar con Alyson sobre el nuevo suelo sólido, la nena titubeó al principio pero luego recobró la confianza. 

“A [Luz] no le importó el riesgo de meterse en el pozo”, dice Damary.

“Solo trataba de salvarle la vida”, responde Luz como si nada. 

Empujó su auto para salvarlos 

CHRIS IHLE, de 39 años, estacionaba su moto frente a su oficina en Ames, Iowa, en julio pasado, cuando observó un Pontiac Bonneville sedán con etiquetas de persona discapacitada en las vías del ferrocarril. Enseguida, escuchó el silbido de un tren que se acercaba desde la siguiente intersección. 

El ex consultor de hipotecas arrojó los anteojos de sol y las llaves cerca de su moto y corrió hacia el auto. Un hombre mayor con cuello ortopédico, Jean Papich, de 84 años, estaba sentado en el asiento del conductor, girando la llave y pisando el acelerador. La esposa de Jean, Marion, de 78 años, lo observaba nerviosa desde el asiento del acompañante. 

Chris pasó por debajo de las barreras, se colocó detrás del auto y empujó pero sus botas resbalaron sobre el asfalto tibio. Podía ver que el tren se aproximaba rápidamente. Tal vez era más fácil empujar el auto hacia atrás, pensó Chris. 

Corrió hasta el frente del vehículo y le gritó a Jean que colocara la marcha del auto en posición neutral. Chris podía sentir cómo temblaba el suelo bajo sus pies a medida que la locomotora se acercaba a ellos, mientras los frenos chirriaban y la bocina sonaba. Calzó sus botas en las ranuras de las vías y empujó. Finalmente, el auto rodó y salió de las vías.

Cuando Chris levantó la vista, la chimenea del tren de Union Pacific se encontraba a solo unos centímetros de distancia. Aplastó su cuerpo contra el costado del sedán mientras el tren pasó bramando. Estupefacto y sin habla, Chris volvió tambaleando a su trabajo y se sirvió una taza de café mientras una multitud se reunía en la escena. Fue un día diferente.

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