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Aprendé a brindar consuelo

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Tras haber afrontado dos desgracias terribles, una familia comparte las duras lecciones que aprendió sobre cómo ayudar a quienes están sufriendo.

La familia Woodiwiss ha afrontado dos veces la desgracia. En abril de 2008 Anna Woodiwiss, de 27 años, trabajaba para una organización humanitaria en Afganistán. Un día salió a cabalgar, sufrió una caída y murió a causa de las lesiones. En 2013 su hermana menor, Catherine, de 26 años, fue golpeada por un auto mientras se dirigía en bicicleta a su trabajo. Se ha sometido a una serie de operaciones que aún no termina. La recuperación es lenta.

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Quien sufre un accidente, escribió Catherine en el blog Sojourners, vive días “en los que la desesperación se abre ante sí como un abismo hondo y oscuro, y el temor anula toda posibilidad de experimentar placer”. Su madre, Mary, señala que el dolor que un padre siente cuando ha perdido un hijo y ve a otro sufrir lesiones graves es abrumador: cala en los huesos y penetra las entrañas.

Pero el sufrimiento es un maestro. Las desgracias de los Woodiwiss les dejaron valiosas lecciones sobre cómo podemos brindar cariño y consuelo a quienes sufren. No son consejos infalibles sino una síntesis de su sabiduría familiar.

Hazte presente

Hay quienes creen que las personas que sufren una desgracia necesitan estar solas. Es al revés: casi todas ellas necesitan compañía. Los Woodiwiss cuentan que, cada vez que les tocó afrontar una desgracia, les sorprendió la cantidad de personas (muchas de ellas meros conocidos) de todas partes del país, e incluso del extranjero, que se hicieron presentes y se solidarizaron con ellos. También les sorprendió que algunos amigos muy cercanos no los acompañaran, fuera por temor o porque estaban muy ocupados. El padre de Anna y Catherine, Ashley, señala que no fue capaz de identificar una pauta que lo ayudara a saber quién ofrecería el consuelo de su presencia y quién se mantendría al margen.

Jamás hagas comparaciones

No digas “Yo sé lo que es sufrir una pérdida. Mi mascota murió, y me dolió en el alma”. Aunque tu intención sea buena, no compares; respetá el dolor ajeno. “Las comparaciones lastiman porque suenan huecas, desconsideradas, incluso falsas”.

Sé detallista

Las muestras de cariño no verbales consuelan tanto como la elocuencia. Cuando Mary se fue a vivir a la casa de Catherine para ayudarla en su recuperación, un amigo suyo notó que no había alfombra en el baño. Fue a un negocio y compró una. Mary dice que nunca olvidará ese gesto.

No digas: “Lo superarás”

Las desgracias no se superan”, escribe Catherine. “Una calamidad grave cambia totalmente a quien la sufre y a su familia. No hay forma de volver a ser como era uno antes”.

Sé un constructor

Los Woodiwiss distinguen entre bomberos y constructores: los primeros dejan todo y llegan en el momento de la crisis; los segundos se quedan durante años y acompañan a las víctimas en su paso por el mundo. Muy pocas personas son capaces de desempeñar ambos papeles. 

No digas: “Todo es para bien”, ni trates de buscarle sentido a lo que ocurrió

Catherine y sus padres hablan con una consideración asombrosa, pero es evidente que sus desgracias han eliminado su tolerancia a la simulación y al optimismo infundado. Ashley también advierte contra las personas que interpretan las cosas más de lo debido e intentan explicar lo inexplicable. Incluso las personas muy religiosas —los Woodiwiss son cristianos devotos— deben evitar llevar sus creencias al extremo. La religión puede infundir esperanza en situaciones críticas, pero no es una fórmula mágica para explicar lo que le ocurre a cada individuo. 

Yo diría que es mejor adoptar una especie de activismo pasivo. Vivimos en una sociedad orientada al logro y tendemos a querer resolver los problemas y reparar los daños. Pero lo que parece necesario es el arte de acompañar: prestar ayuda sin tratar de controlar o alterar la situación básica; dejar que la naturaleza siga su curso; permitir a quienes sufren la dignidad de su propio proceso; brindar tan solo nuestra presencia en momentos de dolor y oscuridad; ser prácticos, sencillos y directos.

Pocos meses después de la muerte de Anna, Ashley y Mary viajaron a Afganistán, y guardan recuerdos imborrables de lo que vivieron allí. Lloraron al lado de la gente y se conmovieron con sus aflicciones. “Ese viaje me cambió y abrió mi imaginación”, cuenta Ashley. “La presencia y el cariño están más a la mano de lo que yo pensaba. Están a nuestro alcance para dejarlos fluir más de lo que jamás imaginé”.

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