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Una misión imposible

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La difícil tarea de transportar comida en medio de la guerra en Sudán

La «ruta de los 40 días», que va de Egipto al norte de Darfur está llena de saqueadores que roban los camiones cargados de ayuda humanitaria. Los «bateadores» —milicias contratadas por el gobierno, que aquí mostramos— viajan con los camioneros para protegerlos a ellos y a los bienes que transportan.

Darfur es una tierra de nadie del tamaño de la Península Ibérica
, una franja de desierto silencioso e inhóspito en Sudán, el país más grande de África. Fue en Darfur donde hace siete años comenzaron las hostilidades entre el gobierno de mayoría árabe y grupos rebeldes no musulmanes, que desencadenó una ola de violencia brutal de asesinatos en masa, torturas y violaciones que indignó al mundo. De los 6 millones de habitantes de la región, más de 300.000 perdieron la vida y millones fueron obligados a abandonar sus casas y tierras. Las negociaciones de paz llegaron a un punto muerto en 2006, a pesar de que la comunidad internacional continúa intentando desarrollar esfuerzos de entendimento. El presidente sudanés, Omar al-Bashir, fue acusado de crímenes de guerra en el mes de marzo del año pasado, pero continúa, desafiante, en libertad.

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En mis seis años informando desde Darfur, las muertes han disminuido. Pero el odio, la violencia y la miseria persisten. Los dos grupos rebeldes dominantes se han fragmentado en mas de 30 facciones que se combaten entre sí y detienen a inocentes. Siembran el terror en las calles Darfur y atacan los camiones de ayuda humanitaria, que hacen centenares de kilómetros entre los almacenes de comida y los campos de refugiados. Los rebeldes no sólo realizan ataques alrededor de los campos, sino también dentro: roban y agreden a los refugiados y raptan a los trabajadores de las organizaciones de ayuda.

En medio de estas turbulencias—que ahora incluyen un recrudecimiento de la violencia en el sur de Sudán y el aumento de los combates tras las elecciones de abril—, el intento de mitigar el hambre en Darfur es una tarea heroica.

Los trabajadores de las agencias humanitarias y los ciudadanos de Darfur arriesgan la vida todos los días para garantizar que miles de bolsas de comida completen su peligroso viaje hasta los campos de refugiados. Al final de esa jornada, hombres, mujeres y niños hambrientos son alimentados… y la peligrosa misión vuelve a empezar.

Dos ciudadanos de Darfur

Ahmed Bashir Ahmed y Mohammed Adam , están entre los conductores de camiones cuya carga ya fue robada camino a los campos de refugiados. En septiembre de 2008, Ahmed, de 32 años, estaba manejando en una caravana de 20 a 30 camiones (cuantos más vehículos, más seguro es el convoy) cuando sufrió un pinchazo. Pidió ayuda a otro camión y dejó atrás a su asistente, que se quedó a la espera de ayuda. “Por la noche—cuenta Ahmed—llegaron unas personas montadas en camellos, que los tirotearon y se llevaron todo”, incluidas seis toneladas de azúcar, centenares de bolsas de lentejas y 250 dólares, que es más de un mes de sueldo. “Hay bandidos en todas partes. Puedes morir en cualquier momento”.

En otro incidente, los rebeldes robaron dinero y un camión a Mohammed, de 25 años, mientras hacía la ruta entre El Fasher y Jartum, la capital sudanesa. Pero él continúa conduciendo camiones. “Es bueno poder ayudar a las personas—dice—. Los refugiados no pidieron estar en la situación en la que están. Dios les ha enviado esa prueba. Pero Dios también nos encargó a nosotros que les ayudáramos”.

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