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El buzo que salvó su vida milagrosamente

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Al buzo profesional Chris Lemons, con el cordón de
suministro de aire cortado, le quedaban minutos de vida.

Dejar a su novia para ir a trabajar era más difícil para Chris Lemons que para la mayoría de la gente. El buceador de aguas profundas tenía que ausentarse normalmente cuatro semanas, varias veces al año. Por ellos, cuando Chris, de 32 años, se preparaba para salir un día en septiembre de 2012 para un trabajo de sustitución de tuberías de petróleo en el fondo del Mar del Norte a más de 120 millas de Aberdeen, al noreste de Escocia, trató de tranquilizar a Morag :.“No te preocupes. Es un entorno muy controlado”. “Te voy a extrañar”, respondió su mujer, directora de colegio de 39 años. “Pero nos mantendremos en contacto todo el tiempo”.

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La pareja se había conocido cinco años antes en una fiesta en Dunoon, al oeste de Glasgow, Escocia, donde Morag trabajaba en una escuela primaria. Chris, de Cambridge, de 1,96 m de altura, era buceador y tripulante de barcos de buceo que estaba haciendo un curso en la zona. Le encantaba lo sociable que era Morag, mientras que ella encontraba a Chris amable y divertido. Comenzaron a salir y pronto Chris se mudó a vivir con ella. Vivieron tranquilamente mientras que él se formaba para ser buceador de saturación (SAT) en 2011, un trabajo que implicaba el mantenimiento de las tuberías de los fondos marinos para la industria del petróleo y el gas. Tenía sus riesgos, desde el síndrome de la descompresión rápida hasta el ahogamiento, varios buzos de saturación habían muerto en las últimas décadas en todo el mundo. Pero Morag sabía lo mucho que significaba para él.

Y era un trabajo bien pagado, lo que ayudaba a la pareja a planear un futuro apasionante juntos. Fijaron la boda para el mes de abril siguiente. Morag había comenzado recientemente a trabajar en una escuela en Mallaig en las Tierras Altas Escocesas, y la pareja se estaba construyendo una casa de ensueño con vistas al mar. Hablaron de tener hijos y, después de que los niños terminaran su educación, se mudarían a Francia, donde Chris tenía familia. Fue una época feliz.

Se llama buceo de saturación porque, debido a las fuertes presiones encontradas en el fondo del mar, el gas que un buceador respira satura en su cuerpo. Cuando sube a la superficie y la presión cae, este gas puede emerger como burbujas mortales en sus tejidos causando el síndrome de descompresión rápida, o “disbarismo”. Los buceadores de saturación reducen este riesgo viviendo a tiempo completo en una cámara presurizada dentro del barco de buceo. Para este último trabajo, Chris formaría parte de un equipo de tres hombres que compartirían la cámara SAT con otros tres equipos durante un mes a bordo del buque Topaz de 106 metros. Estaba encantado de saber que trabajarían con Duncan Allcock. Duncan, de 50 años, había estado buceando en el Mar del Norte durante 17 años y había trabajado con Chris en sus primeras inmersiones desde que obtuvo el título 18 meses antes, convirtiéndose en su mentor no oficial. En una industria competitiva con contratos a corto plazo, Duncan se había esforzado por hacer que Chris hiciera un buen papel ante los supervisores, dándole consejos y evitando que cometiera errores. “Si no estás seguro de algo, no lo hagas. Te lo explicaré de nuevo”, lo había tranquilizado. Se habían hecho amigos; Chris y Morag se habían alojado recientemente en la casa de Duncan en Chesterfield, Inglaterra. El tercer miembro del equipo sería David Yuasa, a quien Chris conocía por su excelente reputación.

Durante los primeros días en la cámara, los hombres conversaron sobre la construcción de la casa de Chris y la próxima boda, y sobre el hijo de Duncan, que acababa de empezar a trabajar como buceador. Chris no podía hablar bien con Morag, el helio de la cámara hacía que las voces de los buzos sonaran altas y distorsionadas pero se mantuvieron en contacto por correo electrónico, y Morag envió fotos de sus aventuras en bicicleta o escalada en las montañas locales. Justo antes de las 9 de la noche del 18 de septiembre, llegó el turno del equipo de Chris para bucear. Los tres se trasladaron a una campana de buceo, que fue bajada con cables alrededor de 75 metros por debajo del Topaz. Chris y David descenderían otros 15 metros para reemplazar alguna tubería en una estructura que descansaba sobre el lecho marino. Cada hombre estaba conectado a la campana por un cordón umbilical unido en la cadera a sus trajes de buceo. Era un grupo de tubos de cinco centímetros de espesor que transportaba el aire que necesitaban para respirar, una línea de comunicaciones, electricidad para las lámparas y cámaras en sus cascos, y agua caliente para mantener sus trajes calientes en el lecho marino que se encontraba a cuatro grados. En el centro había un cable reforzado de acero. Cada buzo tenía 50 metros de esta línea de vida, enrollados y preparados en un estante dentro de la campana. Duncan lo iría alimentando conforme fuera necesario.

En la superficie, el viento soplaba a unos 30 nudos y las olas medían unos cuatro metros de altura. Una situación complicada, pero nada que el Topaz no pudiera manejar. En lugar de hélices fijas, la nave tenía cinco propulsores que podían rotarse de uno en uno. Un sistema de posicionamiento dinámico mantenía el barco bloqueado en su posición ajustándose, por lo que no había necesidad de anclaje. Aunque era un trabajo rutinario, mientras Duncan aseguraba el casco pesado de Chris le dijo, “no hay prisa. Tómate tu tiempo”. Chris asintió con los pulgares hacia arriba. Estaba relajado, concentrado, listo para salir.

Bajar por el agujero de 80 centímetros situado en la parte inferior de la campana hasta el océano oscuro era siempre un momento mágico para Chris. Al dejar atrás la cámara SAT claustrofóbica y la campana, sintió ingravidez, con los sedimentos y la fugaz vida marina resaltados por la lámpara del casco. Él y David comenzaron a trabajar dentro del colector, una estructura de nueve metros de altura y 20 metros de largo; sus tuberías y válvulas distribuían el petróleo que fluía de los pozos a las plataformas. Durante seis horas y a escasos centímetros el uno del otro, la pareja estaría trabajando bajo el agua con llaves y otras herramientas.

Arriba en el barco, el supervisor de buceo Craig Frederick se sentó ante el panel de mandos y monitores que mostraba los suministros de las cámaras del casco de los buceadores. Controlaba la evolución, dando instrucciones por interfono en cada etapa del trabajo. Mientras tanto, en la estrecha campana Duncan estaba sentado rodeado de indicadores. Supervisó los niveles de oxígeno y dióxido de carbono de sus colegas, pero no tuvo comunicación con ellos. Chris había estado trabajando alrededor de una hora cuando oyó un ruido en la sala de control de Craig. Una alarma. ¿Quizás la tripulación estaba haciendo una prueba? De hecho, el Topaz tenía un gran problema. La luz verde en el panel de instrumentos de Craig se puso repentinamente ámbar… luego roja. Nunca antes había visto eso, pensó Craig, alarmado. El sistema de posicionamiento había fallado. El barco estaba a la deriva y pronto arrastraría a los buceadores con él. “Dejen las herramientas y vuelvan a la campana”, ordenó Craig. Era una petición muy inusual, pero Chris y David comenzaron a subir mano a mano por su cordón umbilical hacia la parte superior de la estructura. En la campana, Duncan, que no podía ver lo que las cámaras de los cascos de Chris y David retransmitían, no sabía lo que estaba sucediendo, pero siguió las instrucciones de Craig y comenzó a tirar de los cordones. Mirando hacia arriba, Chris esperaba ver las luces de la campana, pero solo había oscuridad. Entonces sintió que le tiraba el cordón umbilical mientras se dirigía a la parte superior del colector, y vio que se había enganchado a un afloramiento de metal. Intentó desengancharlo con todas sus fuerzas, pero el nudo no hizo más que tensarse. ¿Qué está pasando? pensó Chris.

En la campana Duncan vio que el cordón umbilical de Chris estaba tenso. Craig ordenó, “dale más cuerda al buceador 2”. “¡No puedo!” respondió Duncan. No era solo que estuviera demasiado tenso, el cable estaba tirando la estantería en la pared, doblando los puntales de acero mientras chirriaban los pernos. Era impensable: si el cordón se rompiese, dejaría a Chris a la deriva y sin oxígeno. Duncan también sabía que, en este espacio minúsculo, si soltaba cuerda, lo lanzaría por el fondo de la campana al agua. Rápidamente subió a su asiento para no obstruir el camino. Pero no había nada que pudiera hacer por Chris.

Mientras Chris luchaba para liberarse a sí mismo, David trataba desesperadamente de regresar para ayudarlo, agitando los brazos contra el agua. Casi lo consigue. Las manos de los dos buceadores estaban a solo un par de metros de distancia cuando el cordón de David tiro de él alejándolo. Chris pudo ver un gesto de resignación y disculpa en la cara de David cuando desapareció en la oscuridad. Chris redobló sus frenéticos intentos de desenganchar el cordón. Oyó un fuerte chasquido y después la línea de suministro de aire se rompió, seguida por la alimentación de comunicaciones. Como no podía inhalar, abrió el tanque de aire de emergencia en su espalda, como lo había hecho otras muchas veces en los entrenamientos. Segundos después se produjo un ruido como un disparo cuando el cordón se rompió. Su línea de vida se había cortado. Chris salió disparado hacia atrás, hundiéndose lentamente, con su casco silencioso, sin intercomunicador, sin luces y con un traje que ya había empezado a enfriarse. Sabía que le quedaban unos ocho minutos de oxígeno. En la campana, Duncan tiraba ansioso del cordón que repentinamente ahora parecía no tener peso, esperando encontrar a Chris atado aún a él. Se le partió el alma cuando vio rota la manguera del agua caliente. Luego llegó la línea de aire seseante. Sintió náuseas. “¡He perdido a mi buceador!” gritó a Craig.

Al aterrizar en el suave lecho marino, Chris intentó mantenerse en pie en la oscuridad total. El barco podría localizarle a través de una baliza en su traje, pero sabía que tenía más posibilidades de rescate antes de que su oxígeno se agotara si podía llegar a la parte superior del colector. Sin embargo, no tenía idea de dónde estaba. ¿Qué pasaría si caminaba en la dirección equivocada en la oscuridad? Eligió una dirección casi al azar y dio pequeños pasos, sintiendo únicamente el barro bajo sus pies. De repente, con las manos extendidas golpeó algo metálico. Lo agarró aliviado. Comenzó a ascender trabajosamente por la estructura, respirando con dificultad. Al llegar arriba, seguía sin ver la campana. No había ni un punto de luz. ¿Dónde se había ido el Topaz? Subió arrastrándose a la plataforma y se aferró a la rejilla metálica, aterrorizado de que la corriente pudiera arrastrarlo lejos. Estimó que le quedaban unos cinco minutos de aire, un pensamiento aterrador. Sabía que sus posibilidades de sobrevivir eran escasas.

Sin embargo, la situación era aún peor de lo que pensaba. El barco se encontraba ahora a unos 225 metros de distancia. La tripulación estaba tratando desesperadamente de volver, pero, sin el sistema de posicionamiento, se necesitaron dos personas para coordinar manualmente los propulsores. Topaz avanzaba angustiosamente despacio contra las olas. Pasaron los minutos, y el miedo de Chris se convirtió en aflicción. “Probablemente aquí es donde voy a morir”. Nunca vería su casa terminada, nunca tendría niños. “Lo siento Morag”, gritó. Su mente se aferró a aspectos prácticos mundanos. ¿Sabrá Morag cuando vence el próximo pago por las obras de la casa? Mentalmente le gritó a Duncan. “¿Dónde estás?” Se le fue encogiendo el pecho a medida que disminuía la cantidad de oxígeno. “Espero que morir no duela”. Sintió que entraba poco a poco en un estado de inconsciencia.

Craig había ordenado usar el vehículo subacuático del Topaz para ir abajo y buscar a Chris. El vehículo envió fotos de Chris tumbado en la rejilla metálica. Sus manos parecían tener espasmos. Pero ¿seguía vivo, o era la corriente la que movía sus extremidades? Habían pasado 16 minutos desde la rotura del cordón umbilical. Ahora David había vuelto a la campana, preparado para recuperar a Chris si podían volver a su posición. David ya había asumido que iban a recuperar un cadáver. Los pensamientos de Duncan también comenzaron a oscurecerse, y se preguntó cómo le diría a Morag que su prometido no iba a volver a casa. La espera era agonizante, pero trató de mantener la esperanza.

Los intentos de los ingenieros del Topaz de volver a acoplar el sistema de posicionamiento habían sido fútiles, por lo que desesperados lo apagaron y reiniciaron. Sorprendentemente, funcionó. Pero ya habían pasado más de 25 minutos desde que el cordón umbilical de Chris se había roto. Finalmente, con el barco sobre el lugar donde había comenzado el buceo, David bajó por la campana y encontró a Chris tumbado de espaldas. Miró a través de la máscara de Chris y con preocupación se dio cuenta de que había agua dentro. Sujetó a Chris a su cuerpo con un cordón de rescate y comenzó a tirar de los dos por su cordón umbilical. David estaba en forma, pero Chris era grande; era como tratar de cargar una estrella de mar gigante. Para cuando consiguió empujar el cuerpo de Chris hasta la campana, habían pasado otros seis minutos. Duncan le quitó el casco a Chris. Los ojos del buzo estaban cerrados, y tenía la cabeza calva tan azul como un par de jeans. Duncan sabía que había pocas probabilidades de sobrevivir tanto tiempo sin oxígeno, pero sin nada que perder, siguió hablando. “Has sufrido un accidente. Te voy a practicar la maniobra de resucitación”. Le hizo dos respiraciones a Chris. Increíblemente, Chris inhaló de repente. Abrió los ojos. Parpadeó. A Duncan le entraron ganas de ponerse a saltar. ¡Ha vuelto con nosotros! Chris estaba aturdido pero, en general, parecía él mismo. De vuelta en la cámara SAT del barco recibió atención médica, mientras David y Duncan se daban un pequeño abrazo. Una vez que Chris estuvo estable lo visitaron. Hubo más abrazos. Durante los tres días siguientes, mientras los hombres se despresurizaban en el Topaz, ahora atracado en Aberdeen, hablaron de lo que había sucedido, una y otra vez. Les ayudó a lidiar con el shock. Duncan le hizo bromas a Chris sobre la CPR. “Normalmente en una inmersión no se besuquea uno, lo tendrás claro, ¿no?”

Cómo consiguió sobrevivir Chris, y sin daño cerebral, sigue estando poco claro. El oxígeno en el gas de los buzos es aproximadamente cuatro veces más rico que el aire normal, así que puede que su cuerpo saturase lo suficiente como para mantenerse activo. También puede ser que la hipotermia le pusiera en modo de parada por alarma, enviando oxígeno a sus órganos vitales. Cuando Chris llamó a Morag, esta se quedó horrorizada y recorrió toda Escocia para encontrarse con él mientras desembarcaba del Topaz. Se abrazaron durante mucho tiempo. Para distraerse, fueron al cine, pero Morag no pudo ver ni un segundo de la película porque no paraba de llorar. Tres semanas más tarde, le dieron el alta y lo declararon apto por lo que regresó al Mar del Norte con David y Duncan para terminar el trabajo. “No quería perder el temple”, dice Chris, que sigue siendo buceador de SAT. El abril siguiente, Chris y Morag se casaron. David no pudo estar allí, pero, dice Chris, “en la recepción, la gente le estuvo pidiendo whiskies a Duncan toda la noche. Y me decían, ‘ni siquiera queremos hablar contigo, solo abrazarte.” Desde entonces Chris y Morag adoptaron a una niña, Eubh, y terminaron la casa. “Vi de cerca la muerte y no tengo miedo”, dice Chris. “Sé que tengo suerte de tener una segunda oportunidad. Siempre tuve pasión por la vida, y el accidente no hizo más que aumentarla.”

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