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Con los días contados

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Al final de su vida, un hombre revela, en esta entrevista y en un libro, lo que para él es más importante.

En muchas universidades se pide a los profesores más queridos que dicten una charla de despedida a manera de compendio de toda una vida de enseñanza y aprendizaje. En la Universidad Carnegie Mellon, en Pensilvania, el 18 de septiembre de 2007, Randy Pausch dictó una última clase sin precedente. Hacía un año que le habían diagnosticado cáncer de páncreas, una enfermedad mortal que avanza con rapidez, y pocas semanas antes de la charla supo que la enfermedad se le había extendido al hígado y al bazo. El pronóstico: le quedaban menos de seis meses de vida.

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A cualquier padre con tres hijos menores de seis años, una sentencia de muerte así le habría quitado toda esperanza. En su charla, este distinguido profesor de informática y diseño ergonómico de computadoras no hizo más que una breve mención de sus logros, sobre todo como fundador del Pro­yecto Alice (así llamado por Alicia en el país de las maravillas), que permite a los estudiantes jóvenes narrar historias con imágenes tridimensionales.

Aunque mencionó su enfermedad, lejos de insistir en ella dictó una conferencia desbordante de optimismo y buen humor sobre la importancia de hacer realidad los sueños de la infancia, administrar el tiempo y, ante todo, disfrutar cada instante de la vida.


«En un viaje con amigos, uno comentó que a mi no hacía falta ponerme protector solar. El humor es uno de los dones más grandes que se han concedido al ser humano.»


La clase se difundió a millones de cibernautas y televidentes, y poco después Pausch escribió un libro, The Last Lecture (“La última clase”), en el que amplía estos conceptos (vea el fragmento que reproducimos después de la entrevista). En su reveladora conversación con Reader’s Digest a mediados de febrero de 2008, cuando aún se sentía bien, Pausch habló de su libro, sus tres hijos —Dylan, Logan y Chloe— y su espíritu incansable.

SRD: El 15 de agosto de 2007 tus médicos te dieron de tres a seis meses de vida. Hoy, seis meses después, sigues aquí. ¿Cómo te sientes?

Pausch: Muy bien. He vivido un año y medio después del primer diagnóstico, lo que en el mundo del cáncer de páncreas es un caso excepcional.

SRD: ¿Y los diez tumores que tienes?
Pausch: Los médicos y yo logramos que no crecieran en seis meses; no es inaudito, pero sí afortunado.

SRD: Lo de “logramos” me hace pensar que la suerte no es la única explicación. Al fin y al cabo eres un científico: crees en la experimentación.
Pausch: Es cierto. Empecé con una operación, y luego fui a Houston para someterme a una combinación brutal de radioterapia diaria y quimioterapia. Participé en un ensayo clínico del centro de cancerología M.D. Ander­son, basado en investigaciones del Hospital Virginia Mason, en Seattle. Al final casi no podía caminar.

SRD:
¿Y cuál es el nuevo pronóstico?
Pausch: Hace como un mes el nuevo tratamiento dejó de ser eficaz. Tengo los días contados. En mi caso, la supervivencia se mide en meses. Cuando recaiga, el final llegará pronto. Los tumores crecen a un ritmo exponencial.

SRD: ¿Hay un día típico en la vida de Randy Pausch?
Pausch: Ya no. Tengo tres hijos pequeños y juego con ellos lo más que puedo. Los días que recibo quimioterapia termino rendido, pero es difícil atribuirlo al tratamiento cuando se ve que mis hijos heredaron la hiperactividad de su padre. A estas alturas caminar al nivel del mar es para mí como para una persona sana hacerlo a 1.500 metros de altitud. Aun así, el precio por estar con ellos me parece poco.

SRD: ¿Qué les has dicho?
Pausch: Nada. Los especialistas han sido firmes en esto. Ni una palabra hasta que me encuentre muy grave. Si ni los adultos son capaces de aceptar la idea de que voy a morirme pronto, por muy buen aspecto que tenga ahora, mucho menos los niños. Morir de este cáncer no es agradable. Tarde o temprano voy a ponerme amarillo, y entonces a mi hijo mayor [Dylan] le quedará claro que el final está cerca. Los dos menores [Logan y Chloe] no lo entenderán. De todos modos, no se puede soslayar el hecho de que van a quedarse sin padre. Hasta el momento no se me ha ocurrido ninguna manera de dorarles la píldora.

SRD: Has hecho una carrera admirable, pero no pareces pensar mucho en ella.
Pausch: Sí y no. Jai [mi esposa] y yo hemos aprendido que no me conviene dejar de trabajar por completo. Una hora diaria de trabajo me hace sentir mejor el resto del día.

SRD: ¿Por qué decidiste dedicar esa hora a escribir un libro?
Pausch: Porque mi esposa lo deseaba mucho. Pensaba en él como un regalo mío para dejarles a los niños. Y a ellos no tuve que quitarles ni un minuto.

SRD: ¿Cómo es eso?

Pausch: Tenía que andar en bicicleta una hora diaria. Mientras lo hacía, hablaba con Jeffrey Zaslow [coautor del libro] por el teléfono celular, que está montado en mi casco, y le contaba historias de mi vida. Después de 53 paseos en bicicleta, había terminado.

SRD: ¿Qué expectativas tienes con respecto a la difusión del libro?
Pausch: Para ser franco, sólo me importan los primeros tres ejemplares, pero me da gusto la idea de hacer todo el bien posible antes de despedirme de este mundo. Es difícil crear conciencia sobre el cáncer pancreático. La gente que lo contrae no vive el tiempo necesario.

SRD: La administración del tiempo es un tema que te obsesiona. ¿Has aprendido trucos nuevos?
Pausch: Cuando me diagnosticaron el cáncer decidimos mudarnos de Pensil­vania a Virginia, donde mi esposa tiene familia. Habríamos podido pagar un servicio de mudanzas, pero mucha gente quería ayudarnos. Si aceptábamos la ayuda, no sólo nos ahorraríamos algunos miles de dólares, sino que ofreceríamos una forma tangible de decirnos adiós a aquellos a quienes se les dificultan las despedidas. Vinieron 40 personas, y todas tenían algo que hacer. Por lo tanto, hay que aceptar la ayuda del prójimo.


«Es necesario hablar claro y cerciorarnos de que los demás entienden nuestras necesidades y circunstancias. Además, es un error pretender que nos compadezcan.»


SRD: ¿Ayuda el sentido del humor?Pausch: Cada cual debe tomar sus propias decisiones. Cuando Jai y yo supimos que el cáncer se había extendido, nos pusimos a llorar y nos abrazamos, pero después acordamos reírnos. ¡Y cómo nos reímos! Hacemos chistes a costa del cáncer y de cualquier cosa.


SRD:
En tu libro se nota la informalidad con que te tratan tus amigos.
Pausch: Sí, una vez fui a bucear con ellos, y uno comentó que a mí no hacía falta ponerme protector solar. El humor es uno de los dones más grandes que tiene el ser humano. Sería terrible perderlo.

SRD: En un pasaje escribes: “Si vives bien la vida, tus sueños se cumplirán”. ¿Tienes sueños nuevos?
Pausch: Más bien metas de corto plazo: dejarles recuerdos a mis hijos. Lo primero que hice cuando compramos la casa fue llevar a mi hijo Dylan a Florida para que nadara con delfines. Como no conservo muchos recuerdos de cuando yo tenía cinco años, nadar con delfines fue la mejor experiencia que se me ocurrió para él. Procuro hacer muchas cosas así. Y ser práctico en ese sentido.

SRD: ¿Qué opinas de tu última clase?
Pausch: Fue una experiencia mágica. Después sentí que podía irme en paz. Entonces un cretino de la televisión local le puso un micrófono en la cara a mi esposa y le preguntó cómo se sentía ante el hecho de que yo iba a morirme pronto. ¡Qué bueno que había un gentío de por medio!

SRD: El poeta William Wordsworth escribió: “Nuestras almas contemplan vislumbres de ese mar inmortal que nos trajo aquí”. ¿Tú has tenido algún atisbo de la inmortalidad?
Pausch: No en lo personal. En lo profesional, me da gusto que el Proyecto Alice enseñará a millones de jóvenes a programar computadoras y divertirse. Ése es mi oficio: divertirme haciendo cosas difíciles. El proyecto puede ser un legado. Y me alegró recibir 10.000 mensajes que decían: “Su clase me hizo una mejor persona”.

SRD: El otro día estaba hablando de ti con una amiga, y me preguntó: “¿De dónde saca valentía el ser humano?” Creo que la respuesta está en la pregunta: no tenemos valentía, hay que buscarla en alguna parte. ¿Qué opinas?
Pausch: No veo cómo lo que he hecho pueda interpretarse como muestra de valentía. Conozco personas mucho más valientes. A veces me angustia la perspectiva de dejar a tres hijos… y entonces me encuentro con otra persona que tiene cinco. En cuanto a lo que dije en mi última clase, muchos otros lo habrían dicho, sólo que no tenían la buena suerte de ser profesores universitarios.


«No veo cómo lo que he hecho pueda entenderse como muestra de valentía. Sobre lo que dije en mi última clase, muchos otros lo habrían dicho, pero no tenían la suerte de ser docentes.»


SRD: Hablas como Lou Gehrig poco antes de morir, cuando se despidió de los aficionados y de sus compañeros de equipo en el Estadio de los Yanquis y se refirió a sí mismo como el hombre más afortunado del mundo.

Pausch: Yo soy el más afortunado. Me rompe el corazón pensar que mis hijos se quedarán sin padre, pero no importa la edad, sino cómo hayas vivido. Yo no elegiría morir a los 47 años, pero mi vida ha sido increíble.

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