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Angustia en el mar

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Estudiantes polacos emprendieron un viaje en velero, sin imaginar lo que les esperaba.

Amanece en el Atla?ntico con un vendaval de fuerza 9. Olas oscuras y enormes se levantan hasta la cubierta del barco y caen sobre ella con un estruendo. Los dos ma?stiles se doblan ante el embate del viento, y las velas se tensan y se rasgan; solo una de ellas resiste, como si fuera de hierro. En el timo?n, con la ropa pegada al cuerpo y la sal del mar haciendo arder sus mejillas, Kuba Jelenski siente fri?o, cansancio y hambre… pero tambie?n mucha alegri?a. Poder pilotear una embarcacio?n de vela en medio de una borrasca es justamente la razo?n por la que este estudiante de 14 an?os de edad se encuentra a bordo Inclinada por una ra?faga au?n ma?s fuerte, la nave remonta una ola de siete metros de altura.

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Flexionando las rodillas para resistir el vaive?n, el muchacho da vuelta con fuerza al timo?n. De pronto se oye un fuerte ruido y todo el barco se sacude. Cuando levanta la mirada, Kuba no puede creer lo que ve: las luces de navegacio?n rojas y verdes del tope del trinquete (ma?stil de proa) cuelgan entre una maran?a de cables y jirones de vela. El ma?stil esta? roto. El berganti?n Fryderyk Chopin y todos sus tripulantes se encuentran en grave peligro.

Kuba y los otros 35 adolescentes polacos que esta?n en el barco habi?an competido con 650 solicitantes para hacer una travesi?a de cuatro meses hasta el Caribe. El viaje habi?a sido organizado por Class Afloat, un programa educativo con sede en Varsovia, y el objetivo era que los chicos disfrutaran la emocio?n de navegar en alta mar y, a la vez, tomaran a bordo las mismas clases que en su escuela normal.

El velero zarpo? con su joven tripulacio?n en octubre de 2010. Los chicos habi?an pasado una semana aprendiendo los fundamentos de la navegacio?n en el puerto polaco de Gdynia; teni?an que identificar sin errores las 198 cuerdas del barco, incluso en la oscuridad de la noche. Al final del entrenamiento, ya eran capaces de trepar por los ma?stiles como viejos lobos de mar. “Da mucho miedo, pero es muy emocionante —conto? Kuba—. Todos queri?amos hacerlo”.

El capita?n, Ziemowit Baranski, de 76 an?os, sabi?a bien co?mo se senti?an los jo?venes. Cuando e?l teni?a la edad de Kuba, habi?a anhelado hacerse a la mar, pero, bajo el re?gimen poli?tico de su pai?s en aquella e?poca, eso no fue posible, y al final se convirtio? en maestro de Qui?mica. Cuando Polonia se libero? del control sovie?tico, Baranski retomo? su suen?o de adolescente, aprendio? a navegar y fue escalando puestos hasta volverse capita?n. En 1990 ayudo? a construir el Fryderyk Chopin, un berganti?n de 55,5 metros de eslora con cabinas y camarotes revestidos de madera. Ahora, la nave realizaba su unde?cima travesi?a bajo el programa Class Afloat.

El capita?n, por supuesto, contaba historias de marinero. Para los jo?venes, Baranski era la imagen viva de un personaje de un libro de cuentos, con sus serenos ojos azules y su rostro surcado de arrugas. Tambie?n los motivaba y les servi?a de ejemplo, pues, a pesar de su edad, segui?a escalando los ma?stiles a?gilmente.

—El propo?sito de navegar es fortalecer la autoestima y adquirir seguridad a trave?s de algo ma?s grande que ustedes mismos —les dijo a los chicos—. No es un adiestramiento para que se hagan marineros, sino para que aprendan a encarar la vida.

La tormenta se desato? dos di?as despue?s de que zarparon de Plymouth. Para los muchachos, las clases se volvieron un suplicio mientras el velero daba bandazos entre las olas, y todos tuvieron que lidiar con el mareo. Apaciguaban el esto?mago comiendo gelatina y crema, y en son de broma deci?an que los postres eran ma?s sabrosos cuando sali?an de su boca que cuando entraban.

El barco avanzaba sacudie?ndose hacia el oeste, pero  el capita?n no estaba preocupado. Sabi?a que el viento pronto cambiari?a de direccio?n y enviari?a la nave hacia el sur.

Pero un minuto despue?s, el oficial tercero dio un grito de alarma:

—¡Nos quedamos sin trinquete! ¡Esta? roto!

Baranski se asomo?, corrio? hasta el puente, sen?alo? a Kuba y a otros dos muchachos que haci?an de vigi?as y les ordeno?:

—¡Bajen ahora mismo! Luego se dirigio? al oficial tercero: —Di?gale al ingeniero que encienda la ma?quina. Mateusz Potempski, el oficial primero, aparecio? en la cubierta con un brazo au?n fuera de la manga de su impermeable.

—Envi?e un llamado de auxilio a centros de rescate de toda Europa y a otros barcos que naveguen por la zona —le ordeno? Baranski.

Al amanecer, Baranski y sus oficiales evaluaron la situacio?n. Los dan?os eran terribles. El baupre?s, el palo de 10 metros de largo que sobresali?a casi horizontalmente en la proa, estaba muy torcido hacia arriba y hacia un costado. El trinquete, de 37 metros de altura, hecho de acero y atravesado por seis palos horizontales a los que se sujetaban velas rectangulares, estaba partido en dos puntos, formando una letra N que se sacudi?a con el balanceo de la nave. De vez en cuando chocaba contra el casco como si fuera una bola de demolicio?n.

El tope del trinquete colgaba verticalmente de un cable llamado estay superior, y el otro extremo del cable segui?a atado al palo mayor. Baranski se percato? de que el palo mayor sosteni?a el resto del aparejo… y que no aguantari?a mucho tiempo ma?s. Si el palo mayor cai?a por el peso del trinquete, ambos se desplomari?an sobre la cubierta. Los palos horizontales, con forma de torpedo y de hasta nueve metros de largo, podri?an perforar la cubierta y lesionar a cualquier tripulante que estuviera debajo. Adema?s, tanto el timo?n como el puente, desde donde el capita?n daba instrucciones, se encontraban directamente debajo del palo mayor. El mismo riesgo corri?an los cuartos de mapas y de radio, protegidos tan solo por un techo de metal delgado.

Apin?ados en el pequen?o comedor bajo cubierta, en cuclillas a lo largo del pasillo o acostados en las literas, Kuba y los otros jo?venes escuchaban el ajetreo arriba y trataban de adivinar lo que estaba ocurriendo.

—Po?nganse la ropa ma?s gruesa que tengan y prepa?rense para evacuar el barco —les dijo un maestro.

Algunos metieron sus documentos y una barra de chocolate en los bolsillos. “El capita?n nos cuidara?”, se deci?an unos a otros, y creer esto los tranquilizo?. No queri?an que su aventura terminara alli?, pero, por si acaso, empezaron a firmarse las camisetas como recuerdo. Cinco jo?venes que llevaban guitarra se pusieron a tocar canciones populares y de marineros. Los tripulantes y los maestros se acercaron para cantar con ellos.

—No hay agujeros en el casco, asi? que no nos estamos hundiendo —les dijo Ostrowski para que mantuvieran la calma—. Tampoco hay llamas. El motor esta? funcionando. No tenemos nada de que preocuparnos.

En una punta de tierra en Falmouth, Cornualles, el Centro de Coordinacio?n de Rescates recibio? la llamada de auxilio del velero. De inmediato los operadores evaluaron la emergencia y retransmitieron el mensaje a otros barcos en la zona. Helico?pteros de rescate de la Real Fuerza Ae?rea circunvolaron el velero polaco y luego aterrizaron en las islas Sorlingas, a 158 kilo?metros de distancia, en espera de recibir la orden de acudir al rescate como u?ltimo recurso.

De repente, un ruido atronador y chirridos de metal se oyeron a bordo del Fryderyk Chopin. Los hombres que estaban en cubierta buscaron un resguardo, temerosos de que las jarcias y los cables cayeran sobre sus cabezas. Sin nada que la sostuviera, la parte superior del trinquete se vino abajo, asi? que el tope estaba arrastra?ndose en la superficie del mar. Cables, cuerdas y velas colgaban por doquier.

—¡Detengan la ma?quina! —ordeno el capita?n, para evitar que los cables se enredaran en la he?lice.

Ahora la embarcacio?n estaba inmo?vil: un cascaro?n a la deriva. De pronto el baupre?s, que sobresali?a en a?ngulo agudo de la proa, cayo? de golpe al mar, arrastrando consigo cuerdas y cables. Los tripulantes se quedaron boquiabiertos.

Uno de los contramaestres era Adam Kantorysimski, maestro de ingle?s de 29 an?os. Conoci?a el velero tan bien como a Baranski, ya que su padre alguna vez habi?a sido capita?n de la nave. Se dio cuenta de que era vital asegurar el aparejo. Muy a su pesar, Baranski le dio la oportunidad de intentarlo. Con mucho cuidado, treparon a lo alto del trinquete con una cuerda, y alli? se inclinaron hacia los restos colgantes del aparejo. Poco a poco, la embarcacio?n quedo? ma?s estable. Sin embargo, au?n se encontraba lejos de tierra firme.

Algunos de los barcos que habi?an respondido al llamado de auxilio aparecieron en el horizonte y tomaron posiciones a barlovento, para resguardar al berganti?n del viento, que todavi?a soplaba con fuerza. Al atardecer llego? un remolcador para llevar el velero a tierra. Ya estaba oscureciendo cuando el remolcador puso rumbo hacia la costa de Inglaterra, arrastrando lentamente al velero dan?ado.

Despue?s de otros tres di?as agotadores de navegar en aguas picadas, el Fryderyk Chopin por fin atraco? en el puerto de Falmouth. Los tripulantes ayudaban a los jo?venes a subir al muelle, los residentes que acudieron a recibir la nave les regalaron tortas recie?n horneadas. Su aventura en alta mar habi?a terminado. Pero las lecciones que habi?an aprendido, y la huella que en ellos dejaron el capita?n y su valiente tripulacio?n, permanecera?n por el resto de su vida. “La gente dice que el capita?n Baranski es el mejor de Polonia —comento? Kuba—, pero yo pienso que es el mejor del mundo”.

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