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¡Salvemos a los osos!

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Un ama de casa australiana, amante de los animales, se hizo su defensora. Mirá los resultados.

Sin titubear, Mary Hutton abraza a Lola. El osezno hembra, no más grande que un cachorro de perro y de pelo pardo brillante, se deja acariciar, aunque es la primera vez que se ven. Con sus enormes ojos mira muy atenta a Mary. Es difícil creer que esta criatura sea la misma que fue traída aquí, al Centro de Rescate de Fauna Silvestre Phnom Tamao, en Camboya, hace apenas dos meses. Cuando la cría de oso malayo, de seis semanas de edad, fue vista vagando sola en una plantación de palmeras aceiteras cerca de Phnom Penh, la capital, estaba gravemente desnutrida y había perdido grandes mechones de pelo. Cuando los empleados de Free the Bears Fund (“Fondo Liberen a los Osos”) la rescataron, se acurrucó sin fuerzas en el fondo de la jaula. Acababa de perder a su madre, aparentemente muerta a balazos por cazadores furtivos o por los jornaleros.

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Pasaron semanas antes de que Lola se curara y saliera de la jaula, pero esos días tristes ya quedaron lejos. Hoy, se retuerce para escapar de los brazos de Mary, que quiere jugar bajo el sofocante sol camboyano.

Mary, australiana de 72 años, fundadora de Free the Bears Fund y del centro de rescate camboyano, se ríe al ver a Lola correr hacia un árbol, levantar el polvo del suelo con sus patas rosadas y luchar para trepar al resbaladizo tronco. “Esto es lo que hace que valga la pena — dice Mary con una sonrisa contagiosa—: ver cómo los osos aprenden a ser osos de nuevo”.


Hace 19 años, en 1993, Mary oyó hablar por primera vez de la grave situación que afrontaban los osos en Asia. Estaba en la cocina preparando la cena cuando su hijo, Simon, de 27 años, quien había ido a visitarla, la llamó desde el cuarto contiguo: —Mamá, tienes que ver esto.

En la televisión estaban pasando una nota sobre las granjas de cría intensiva en China, donde confinaban osos para extraerles la bilis, que es muy apreciada por sus supuestas virtudes medicinales. Mary normalmente evitaba ver cualquier acto de crueldad hacia los animales; ver a un pobre oso en cautiverio podía hacer que dejara de cocinar, y su esposo no tardaría en llegar a casa.

Pero Simon insistió: la llevó a la habitación y la obligó a sentarse frente al televisor. La pantalla mostraba un oso negro asiático dando pasos de un lado al otro dentro de una pequeña jaula. Tenía heridas visibles en la cabeza, de tanto chocar contra los barrotes. El narrador decía que a estos animales les insertaban catéteres directamente en la vesícula biliar para extraerles la bilis.

Esa noche, Mary se despertó sobresaltada. La imagen del oso enjaulado le venía a la cabeza una y otra vez, y ya no pudo volver a dormir. Desde que era niña sentía un profundo amor por los animales. Acostada en la cama, se dio cuenta de que no debía seguir al margen de la suerte que corrían muchas criaturas salvajes. Pero ¿qué podía hacer ella, una abuela que vivía en un suburbio de Perth, para combatir la crueldad hacia los animales, en una parte del mundo que parecía tan lejana como la Luna?

Mary no tenía ninguna experiencia como defensora o activista. Antes de irse a vivir a Australia con su esposo —obrero constructor— y sus dos hijos, había sido secretaria en Inglaterra. Pero lo que le faltaba de experiencia, le sobraba de determinación.

Empezó a leer sobre las amenazas que afrontaban los osos. Aprendió que seis de las ocho especies de osos del mundo estaban en peligro de extinción, y cuatro de ellas —el panda gigante, el oso malayo, el oso negro asiático y el oso bezudo— viven en Asia. Además de experimentar una rápida pérdida de su hábitat debido a los asentamientos humanos y a la tala de árboles, los osos asiáticos eran cazados para obtener partes de su cuerpo, o capturados y vendidos a las granjas de “ordeñe” de bilis y a restaurantes para hacer sopa de garra de oso, considerada un manjar exquisito. Se calculaba que la población de osos negros asiáticos había disminuido hasta el 50 por ciento en el transcurso de los 30 años anteriores.

Mary recibió por teléfono una petición de ayudapara salvar a tres osos malayos en Camboya, a los cuales iban a matar para hacer sopa con sus garras.

Dos semanas después de haber visto la nota sobre los osos, la señora Hutton se paró fuera del local de comestibles de su barrio con un objetivo muy claro en la mente: emprender una campaña de protesta contrael gobierno chino por no detener ni sancionar la comercialización de bilis de oso.

En unas cuantas semanas obtuvo más de 5.000 firmas de apoyo, y un diario local publicó un artículo sobre su causa. Con el pliego de firmas en la mano, logró convencer al miembro del Parlamento de Perth para que presentara su protesta ante el Parlamento federal de Australia. Poco después, Mary empezó a recibir cientos de llamados telefónicos de personas que estaban a favor de su causa y que querían unirse a ella como voluntarias o hacer donativos.

Al principio Mary rechazó los donativos, pero coordinó un grupo de voluntarios que siguieron reuniendo firmas e instalaron mesas de información en lugares públicos. Luego, el 23 de marzo de 1995, Mary fundó y registró Free the Bears Fund, con el objetivo de hacer algo más por los osos asiáticos que una simple petición. “Me emocionaba mucho pensar que había otras personas luchando por los osos”, recuerda.

Un día, poco después, su teléfono sonó. John Stephens, un empresario australiano que administraba un hotel en Camboya, estaba del otro lado de la línea. Un amigo suyo le había contado sobre Mary, a la que conoció en una mesa de información en el Perth Royal Show [una feria agrícola que se celebra todos los años en la ciudad]. John le dijo a Mary que en los callejones de Phnom Penh había osos en jaulas, capturados en la selva, en espera de que los clientes de los restaurantes de lujo pidieran sopa de garra de oso.

Los animales vivían en condiciones tan deplorables que muchos se morían. Al no poder soportar su sufrimiento, John había rescatado tres osos malayos al amparo de la noche. Construyó un pequeño refugio para ellos a orillas del río Mekong. Habían pasado tanto tiempo en cautiverio que ya no podrían sobrevivir por sí solos.

—El problema es que tengo que volver a Australia dentro de 18 meses —le dijo John a Mary, y le explicó que aunque era ilegal atrapar o cazar osos en Camboya, el país carecía de recursos e infraestructura para hacer cumplir las leyes sobre protección animal—. Me preocupa qué les va a pasar a mis osos. ¿Puede ayudarme?
—¿Qué podría hacer yo? —contestó ella, confundida.
—Encontrar algún sitio en Australia donde puedan vivir.

Mary no tenía ni idea de cómo llevar osos en peligro de un país a otro, pero aceptó sin titubear. Habló con los directores de varios zoológicos, y al final convenció al del Zoológico Taronga de Sydney para que albergara a los osos. Tardó un año en juntar los miles de dólares que costaría el transporte y el servicio veterinario.

Pero el mayor desafío sería convencer a las autoridades camboyanas para que dejaran salir a los osos. Empezó a enviar cartas a los funcionarios, pero no recibió respuesta. Le mandó una carta directamente al primer ministro para ver si lograba algo.

Como pasaron varias semanas sin que Mary recibiera respuesta, su hija, Claire, intentó ayudarla.
—La gente importante ya no envía cartas por correo —le explicó—. Lo que necesitas es un fax.
—¿Qué es un fax? —preguntó Mary, desconcertada.

Una semana después de haber enviado otra carta, Mary recibió respuesta en su nuevo fax, instalado en la cocina. “Para Camboya será un honor enviar a Australia tres de nuestros osos malayos”, decía el mensaje.

En febrero de 1997, Mary recibió un llamado del director de conservación de fauna silvestre del Zoológico Taronga. Los osos habían llegado allí sanos y salvos. Cuando Mary visitó Sydney unas semanas después, por fin pudo conocer a la especie por la que tanto había luchado. “No podía creer lo lindos que eran”, cuenta.

El rescate de los animales llamó la atención de los medios informativos del mundo entero, y Free the Bears Fund recibió más de 30.000 dólares en donativos en menos de un mes. “El piso de mi living estaba literalmente cubierto de sobres llenos de dinero”, dice Mary.

Los osos malayos le habían enseñado algunas cosas importantes sobre la protección de la fauna silvestre en Camboya.

Mary creía que los políticos podían terminar con la caza furtiva y la captura con trampas, pero, al ser uno de los países más pobres del mundo, Camboya carecía de la infraestructura necesaria para hacer cumplir las leyes sobre protección animal. Un ejemplo: si alguna autoridad lograba confiscar un oso vivo a un cazador furtivo o a un restaurante, no había ningún lugar donde llevar al animal, curarlo y alimentarlo hasta que se sanara.

Mary se encontró ante un dilema: podía seguir juntando fondos y haciendo campaña en Australia, pero, ¿tendría eso un impacto real en la calidad de vida de los osos en cautiverio? Pensó que llevar los osos malayos a Australia no era la mejor manera de proteger la especie. Se dio cuenta de que podría lograr mucho más si usaba sus crecientes recursos en los países de origen de los osos.

Decidió usar los nuevos donativos para construir un refugio en Camboya y establecer programas para ayudar a las autoridades a proteger la fauna silvestre. Ese refugio es el Centro de Rescate Phnom Tamao, y hoy alberga a 113 osos, lo que lo convierte en uno de los santuarios de osos más grandes del mundo. En los años que han pasado desde entonces, Free the Bears Fund [freethebears.org] ha ayudado a instalar un refugio en Laos, dos en Vietnam y cuatro en la India. A lo largo de la última década, la organización ha rescatado y proporcionado hogar a 794 osos.


Mary se convirtió en una conservacionista famosa y respetada, capaz de lograr que se tomaran medidas en países asiáticos poco dispuestos a colaborar. En 2001 recibió por teléfono una petición de ayuda de Maneka Gandhi, la entonces ministra de protección de la fauna de la India. Los miembros de un clan minoritario llamado Kalandar durante siglos se habían ganado el sustento obligando a los amenazados osos bezudos a actuar en la calle para conseguir unas monedas. Los osos llevaban un anillo atravesado en la nariz y el paladar, atado a una cuerda, para que sus propietarios pudieran obligarlos a pararse sobre las patas traseras y hacerlos “bailar”.

Maneka quería abolir esa práctica, y para ello requería la ayuda de Mary. “Le dije que sí, que tomaría el siguiente vuelo”, refiere la señora Hutton.

Cuando llegó a la India se reunió con Geeta y Kartick, fundadores de Wildlife SOS, una organización conservacionista no lucrativa con oficinas en los Estados Unidos, el Reino Unido y la India. La llevaron en auto a Agra, donde, al costado del camino, más de 80 osos eran arrastrados de coche en coche para bailar frente a los turistas. Apenas Mary bajó del vehículo, una decena de hombres la rodearon, gritando que les sacara fotos, y pusieron a los osos a bailar tirando de las cuerdas atadas a sus narices y golpeándolos con palos. La señora Hutton estaba horrorizada.

Ella y sus colegas trazaron un plan: si el dueño de un oso lo entregaba voluntariamente, Free the Bears Fund le daría asesoramiento profesional gratuito y fondos para poner en marcha un negocio propio. El plan no solo sacaría de las calles a los osos, sino que, además, ayudaría a paliar la pobreza de sus propietarios. Con todo, la estrategia planteaba dificultades: rescatar a cada oso costaría alrededor de 2.000 dólares, y había más de 1.200 osos.

Mary se dedicó a recaudar fondos en Australia, y a convencer a la gente para que “adoptara” un oso donando el dinero necesario. Pero entonces ocurrió una tragedia.

En 2005, Simon, el hijo de Mary, se encontraba en Camboya supervisando la construcción de una clínica veterinaria. El 22 de junio lo atropelló un auto y resultó gravemente herido. Mary viajó inmediatamente a Phnom Penh, y llegó al hospital justo a tiempo para decirle a su hijo cuánto lo amaba. Simon murió el día 24.

Mary estaba destrozada. No sabía cómo podría seguir adelante con su trabajo; sin embargo, se imaginó lo que su hijo le habría dicho: “Mamá, ¿recuerdas lo que solías decirme? Levántate, sigue adelante y termina lo que empezaste”. Así que Mary se abocó a sus tareas con nuevos bríos. Poco a poco convenció a personas de Australia para que ayudaran a rescatar osos bailarines, creando conciencia en eventos públicos (lo que detestaba) y promoviendo su causa en centros comerciales, lo cual le encantaba.

El 18 de diciembre de 2009, el dueño de un oso llamado Raju lo llevaba por un camino de tierra de Bangalore. Mary había viajado a la India para presenciar el rescate de Raju, el último oso bailarín callejero del país. Cortó la cuerda que rodeaba su cuello, la deslizó con cuidado y la sacó por el agujero de la nariz. Raju estaba libre para empezar una nueva vida en el santuario de Bannerghatta, en un parque nacional cercano donde, hoy día, aprende a ser oso otra vez.

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