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Riesgo en la montaña

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Cuatro amigos que arriesgan su vida escalando el monte más alto de Gales.

En medio del barullo que había en el bar lleno de gente, una voz preguntó:

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¿Alguien quiere ir mañana a escalar el cerro?

De los estudiantes de la Universidad de Bangor, en Gales, que tomaban cerveza en un animado grupo, tres asintieron: Sian Haigh-Brown, risueña joven de 22 años; su novio, Matt Jagger, de 21, y Will Brooks, el mayor del grupo, de 25, quien estaba haciendo un doctorado.

El compañero de departamento de Jagger, Matt Love, de 24 años, había hecho la pregunta.

—Entonces, ¿nos vemos a las nueve en nuestro departamento? —propuso, y los demás aceptaron.

Era el viernes 6 de febrero de 2009, y los cuatro amigos tenían puesta la mira en “el cerro” desde el lunes, cuando la peor tormenta invernal de los últimos 18 años terminó de cubrir de nieve el Reino Unido. A 16 kilómetros de distancia, el monte Snowdon se erguía majestuoso.

Como buenos estudiantes que eran, no se despertaron hasta las 10 de la mañana del día siguiente. Pusieron comida en sus mochilas, y Jagger se cercioró de que todos llevaran camperas o suéteres gruesos, gorras y guantes, además de linternas y mantas de supervivencia.

El estacionamiento del sendero Pyg estaba lleno, así que cambiaron el plan y estacionaron en el comienzo del sendero Watkin. Este medía apenas 5,6 kilómetros de largo, pero era la más sinuosa y empinada de las siete rutas “rápidas” que llevaban a la cima. Eran las 11 de la mañana cuando emprendieron el ascenso.

Los tres hombres habían escalado el monte por lo menos 30 veces y creían conocerlo bien. Sian hacía excursiones allí desde que era chica. A los 11 años escribió un testamento: “Cuando me muera, quiero que mi familia y mi perro dispersen mis cenizas desde una roca en el paso Llanberis”.


«Si no llegamos arriba antes de las tres de la tarde, será mejor que bajemos», respondió Will.


El monte Snowdon, el más alto de Gales e Inglaterra (1.085 metros sobre el nivel del mar), puede ser engañoso. Aunque medio millón de visitantes llega a la cima cada año (hay una cafetería y un pequeño tren de vapor), algunas de sus rocas son tan escarpadas que los alpinistas se entrenan en ellas para escalar el Everest. Ninguno de los cuatro amigos había escalado con tanta nieve, ni visto cómo esta puede derretirse a la luz del sol y hacerse hielo por la noche.

Luego de una hora de caminata, llegaron a la primera nieve, en las laderas bajas, y jugaron a tirarse bollos. Después, el avance se volvió más lento. Envueltas en las nubes, las laderas altas estaban muy empinadas y cubiertas de piedras sueltas. Era difícil ver el sendero zigzagueante en la nieve.
—Ya no siento muchas ganas de hacer esto —dijo Jagger, mientras una ráfaga de viento le salpicaba de granizo el rostro.

—Si no llegamos arriba antes de las tres de la tarde, será mejor que bajemos —respondió Will.

Subir gateando no les hacía ninguna gracia, pero sabían que sería aún más difícil bajar. Cuando dieron las 3 de la tarde, decidieron que era más seguro seguir hasta la cima y después ir por el sendero de bajada.

El viento en la cima era tan fuerte que Sian sintió que la levantaba sobre una roca para tirarla luego sobre la nieve. A Love se le congeló el pantalón. La cafetería estaba cerrada, así que se sentaron en dirección contraria al viento y comieron sus sándwiches. Ya eran las 4 de la tarde y el cielo se había oscurecido, pero llevaban linternas y sabían que el sendero de bajada era fácil.

En medio de la niebla y la intensa nevada, la visibilidad era de apenas 10 metros. Will y Jagger tomaron la delantera, uno al lado del otro, y Sian y Love iban cinco metros atrás.

—Ahora todo el camino es cuesta abajo —dijo la joven.

Al cabo de 15 minutos de marcha, llegaron a la vía del tren, que estaba medio enterrada en la nieve. Sin titubear, comenzaron a seguir los rieles. El resplandor de la nieve amontonada sobre las laderas daba bastante luz. Will y Jagger avistaron el brillo de un montículo de hielo, el cual tenía un declive de unos 20 grados y cubría un tramo de la vía.

—¿Cómo estará esto? —preguntó Will mientras hundía la punta de la bota en el hielo.

Hizo una especie de escalón en el hielo a puntapiés, y dio un paso adelante. Luego empezó a hacer otro escalón.

—Parece que bien —le dijo a Jagger—. Hunde los pies. No pasará nada.

Jagger pisó el escalón con todo su peso. Aunque resbalaran, no creía que cayeran lejos, si bien sabía que el inmenso abismo de Clogwyn Coch, al que los alpinistas de la región llaman “el precipicio negro”, se abría un poco más abajo. De pronto, Will resbaló y cayó sentado sobre el hielo. Sin nada de donde agarrarse, se deslizó por la ladera con los pies por delante y desapareció entre la niebla.

—¡Will! —gritó Jagger.

Entonces, él también perdió el equilibrio. Se tiró sobre unas piedras, pero cedieron bajo su peso. Estiró los brazos para aferrarse a una roca, pero sólo alcanzó a rozarla. Al igual que Will, se deslizó con los pies por delante por la ladera, que cada vez era más escarpada y llena de afilados afloramientos rocosos.

Clavó los talones en la nieve, pero esto enderezó su cuerpo y lo hizo dar una vuelta en el aire. Con los pies hacia arriba, cayó otra vez sobre la ladera, si bien la mochila amortiguó el golpe y lo protegió de las rocas.


Apenas la semana anterior, dos hermanos habían muerto en ese mismo lugar.


Luego salió disparado de un reborde, como un saltador de esquí. Cayó sobre una roca, y gritó de dolor al sentir que le desgarraba una pierna. La nieve allí era espesa y profunda, lo que frenó un poco la caída.

Volvió a hundir los talones, y esta vez se detuvo… a sólo unos centímetros del abismo. Oyó un ruido, y entonces vio un guante de Will dando vueltas por la ladera en una pequeña avalancha de piedras. Cayó por el borde del precipicio y desapareció en la negrura.

En la vía del tren, Sian y Love alcanzaron a ver cómo sus compañeros se precipitaban por la ladera. Sabían que quienes caían al Clogwyn Coch no sobrevivían. Apenas la semana anterior, dos hermanos habían muerto en ese mismo lugar.

—Dame tu celular —le dijo Love a Sian, y rápidamente marcó el número de emergencias.

Sentados sobre unas rocas, hicieron sonar con fuerza sus silbatos de supervivencia, y en seguida les llegó una respuesta: un silbatazo. Entonces, no muy lejos, oyeron una voz.

—¡Estoy sobre una cornisa y no puedo moverme! —gritó Jagger—. ¡Estoy bien, pero no veo a Will!

Sian sintió un enorme alivio al oír la voz de su novio, pero de la suerte de Will temió lo peor. Debe de estar muerto, pensó consternada.

Dan Walker, estudiante de medicina de 20 años de edad y miembro novato del Equipo de Rescate de Montaña de Llanberis, vio dos figuras surgir de la oscuridad, caminando sobre el hielo con crampones atados a las botas. Eran Sian y Love, quienes le contaron lo que había pasado. Dan excavó un agujero en la nieve para que se resguardaran, pero les dijo que, en cuanto a sus dos compañeros, tendrían que esperar a que llegara más ayuda.

Al pie del Clogwyn Coch, tres jóvenes alpinistas —John Swain, de 19 años, Tom Ripley, también de 19, y Hamish Dunn, de 20— caminaban por un tramo plano de un sendero. Provistos de piolets y botas con crampones, habían escalado por una ruta llamada Jubilee Climb. Resultó más difícil de lo que previeron, así que, cuando empezó a anochecer, decidieron descender a rappel para luego dirigirse a casa.

De pronto John oyó un grito de auxilio a corta distancia, y detuvo a sus compañeros. Entonces tomó aire y respondió a todo pulmón:

—¡Oiga, siga llamando, para que podamos encontrarlo!

Segundos después, vieron a un excursionista más arriba en la ladera, quien, tumbado en la nieve, intentaba marcar en su teléfono celular.

Una vez que llegaron a donde estaba el hombre, John se arrodilló junto a él y le revisó el cuerpo.

—Grite si le duele algo —le dijo.

El excursionista era Will Brooks. No recordaba nada de su caída, de unos 300 metros, pero sabía que tenía algunas costillas rotas.

Hamish llamó por celular al Equipo de Rescate de Montaña. “Está consciente y respira, pero tiene lesiones graves en el pecho y mucho dolor”, informó sobre el herido.

Era difícil creer que Will hubiera sobrevivido a una caída desde un lugar tan alto. En eso, Hamish vio algo: a cinco metros de distancia yacía otro hombre, tendido boca abajo. John lo sacudió, pero no dio señales de vida. El hombre tenía una herida en la cabeza, y su cuerpo estaba frío y tieso. Está muerto, pensó John.

Como supusieron que era compañero de Will, no le dijeron nada para evitar alarmarlo. Momentos después sonó el teléfono de Will, y John lo tomó y contestó. Era Jagger.

—Me caí también —dijo—. Estoy en una cornisa, más arriba.

John le respondió que los socorristas venían en camino. Luego miró a sus amigos y señaló:

—Si ése es el amigo de Will, entonces, ¿quién es el muerto?

A 40 kilómetros de distancia, en la Base Valley de la Real Fuerza Aérea, en la isla de Anglesey, la tripulación del helicóptero de búsqueda y rescate que estaba de servicio recibió el llamado de Hamish a las 5 de la tarde. A pesar del mal tiempo, la nave llegó al pie del Clogwyn Coch en tan sólo 13 minutos. Cuando Ed Griffiths, operador del cabrestante del helicóptero, de 29 años, se descolgó por el cable a tierra y se acercó a Will, vio que apenas podía respirar y que no le quedaba más de media hora de vida.

Tiritando en la cornisa, sin atreverse a mover el cuerpo, Jagger vio el helicóptero debajo de él y se estremeció de miedo. Pensó que si caía justo en ese momento, iría a parar directamente sobre las hélices.

Griffiths le insertó a Will una aguja en el pecho para reducir la presión que le estaba causando una perforación pulmonar; luego lo ató a una camilla y accionó el cabrestante para subirlo al helicóptero. La nave voló directamente a un hospital de Bangor. Como los tripulantes pensaron que el hombre muerto era el otro excursionista que había caído, dieron por terminada la búsqueda.

Jagger vio el helicóptero alejarse y, presa del pánico, llamó a su novia.

—Todavía estoy acá —le dijo casi a gritos—. Me dejaron.

Sian llamó al Equipo de Rescate de Montaña.

—Uno de nuestros compañeros sigue varado en el monte.

La tripulación del helicóptero estaba entregando al herido al personal de traumatología cuando recibió el mensaje: “El otro excursionista que cayó no es el hombre muerto que encontraron. Aún está en el precipicio, en una cornisa más arriba”.

Cuando volvieron al Clogwyn Coch, los tripulantes se pusieron anteojos de visión nocturna y escudriñaron las paredes del precipicio. Pronto captaron un destello: Jagger estaba haciendo señales con su linterna.

La turbulencia dificultaba las maniobras de la nave, que no podía acercarse mucho a Jagger por el riesgo de que la ráfaga de las hélices lo arrojara al vacío. Griffiths tuvo que descender descolgándose por un cable más largo. Mientras bajaba, el balanceo del cable lo arrojó contra las rocas; sin embargo, finalmente subieron a Jagger a bordo. El helicóptero se quedó suspendido sobre el sendero para recoger a Love y a Sian. La joven abrazó a su novio, quien se puso a llorar.

Al día siguiente, Jagger se compró un piolet y subió de nuevo al monte para practicar caerse en el hielo y detenerse. Will pasó siete días en el hospital, y luego tuvo que volver para que lo trataran de una infección en el pecho que le duró varias semanas.

El hombre muerto era un excursionista de 27 años, Gwyn Norrell, del poblado inglés de Snailbeach, quien aparentemente se cayó en el abismo dos o tres días antes y, como iba solo, nadie sabía de su desaparición.


Para estar a salvo en la montaña

La excursión de los cuatro amigos se volvió una pesadilla por los errores que cometieron. Phil Benbow, coordinador del Equipo de Rescate de Montaña de Llanberis, da estos consejos:

• Prepararse para encontrar condiciones de invierno en la montaña.

Antes de escalar, consultar en Internet el pronóstico del tiempo.

• Planear la ruta y no apartarse de ella.

• Ponerse ropa abrigada y llevar algunas prendas de repuesto.

• Para caminar sobre hielo o nieve, llevar piolet y botas con crampones.

• Contar con suficiente equipo de seguridad y supervivencia.

• Si no hay experiencia sobre la nieve, practicar deslizarse y detenerse.

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