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Cerro Áspero: turismo rural y show natural

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En el Abra del Hinojo -Saavedra, Buenos Aires- el refugio de montaña más alto.

El Abra del Hinojo divide en un pequeño valle de increíble belleza los cordones serranos de Cura Malal y de Bravard; entre cerros que tienen nombres como Agua Blanca, Guanaco y Barrancoso, está el Áspero, que además le da nombre a la estancia de Carlos Eckardt, quien tiene la responsabilidad de ser propietario de ese pedazo de paraíso perdido en la altura. Hijo de un alemán, la constancia para el trabajo es el principal capital que heredó de su padre. La familia forestó gran parte de los cerros. Aquel alemán tuvo muy clara su visión y su misión: mantener lo más virgen posible este lugar, alejado de la presencia humana, pero optimizando la fecundidad de estas tierras mediante un riguroso manejo de los dones que la naturaleza da a quien la cuida. En los últimos años, la ganadería y la agricultura han dejado paso al turismo de montaña, y Carlos, igual que su padre, tuvo una visión: permitir que toda la belleza que encierra a este valle con sus cerros pueda ser admirada por otros. Con sus propias manos construyó el refugio de montaña más alto de la provincia de Buenos Aires, a 670 metros de altura, en la cima del Cerro Vigilante. Desde el deck de este refugio se puede ver la más privilegiada de todas las panorámicas: el Abra, el caprichoso diseño de los potreros que están delimitados con los árboles, los senderos y el cielo. Dentro de esta inmensidad, se nos está permitido observar la imagen más natural de la belleza. El silencio en lo alto goza de pequeñas vibraciones; nos es conferida además una bendición: trasladada por el viento se puede oír una voz, que es la suma de varias. Son sonidos inclasificables, pero sugieren mantras naturales. Los cerros se comunican entre ellos.

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Atravesar el Abra del Hinojo es un show natural en sí, el camino de tierra serpentea los cerros y penetra por el valle donde los pumas, ciervos, lobos y liebres se trasladan por esta naturaleza en estado puro. La huella a veces se pierde entre zanjas y charcos, el cielo azul contrasta con el verde salpicado por flores, las aves —cómplices— cruzan este cuadro. Estamos en unos de los rincones más bellos de la provincia de Buenos Aires (partido de Saavedra). El horizonte aquí es ondulado, majestuoso. De a ratos vemos formaciones rocosas, otras veces pasamos por pequeños humedales por donde se escurren arroyos de aguas cristalinas. El refugio de la estancia Cerro Áspero, el que está en su base, es la catedral para los que eligen acercarse a la naturaleza y separarse del mundo por unos días. El Abra y los cerros ofrecen silencio. 

Carlos Eckardt es un personaje conocido en la zona, su personalidad lo convierte en un atractivo más. No les teme a los desafíos laborales y, acostumbrado a vivir en la altura, ve los problemas del mundo desde una perspectiva más clara. “No hay cosa más fiel que el trabajo en el campo, porque siempre te está esperando. Por eso es fácil, cuando dicen que el campo se vacía y que no hay gente que quiera trabajar, lo que necesitamos son servicios. Traé la luz y arreglá los caminos y vas a ver cómo se llena de gente”, afirma. Hace muchos años que su familia se estableció en esta finca; junto con su padre forestaron el valle y los cerros. “Me acuerdo de cada árbol que planté, es como un hijo, porque recién al cuarto año lo podés largar solo, pero siempre tenés que cuidarlo”. Pehuenes, cedros, álamos, ciprés, nogales y pinos son algunas de las especies que se pueden reconocer. Los árboles mantienen el lugar al resguardo de algunos cazadores, pero también protegen del viento, que a veces se presenta con dureza. Los inviernos en el cerro son largos y muchas veces recibe la visita de la nieve, lo que agrega más magnetismo al paisaje. El calor de las salamandras atrae a algunos simpáticos visitantes. Hace algunos días tres crías de lobos piden con pequeños aullidos algo de comida. Al lado de la ventana del refugio, protegidos por el bosque, los lobitos se acurrucan esperando su ración de carne. El hombre y los demás animales conviven en un ecosistema divertido, y respetuoso. “El mayor problema son las víboras, pero trato de no matarlas, porque todos tenemos que vivir”. Este es el dogma que siguen en Cerro Áspero. 

El refugio se divide en dos: el que está al pie del cerro es una enorme casa de montaña con capacidad para alojar a veinte personas, tiene todas las comodidades y un enorme hogar asegura calor que llega hasta las camas que están en la planta alta. La decoración es perfecta: elementos hallados en la montaña, mapas y fotos referidas a la actividad. Afuera el frío se clava en los huesos, pero adentro del refugio se puede estar de remera; en el verano, el propio aire que nace de los cerros acondiciona el clima para una noche perfecta. “Vienen grupos a pasar algunos días, bikers y cuatris; acá estamos dentro de un circuito que se inicia desde Sierra de la Ventana. Hacemos distintos cerros. Tenemos senderos y de marzo a julio hay mucho movimiento”. Las comidas nocturnas al rescoldo del fuego, con una guitarra y alguna bebida espirituosa, son inolvidables en la montaña. La otra parte del complejo apenas se ve con un prismático. A casi 700 metros de altura está el Refugio Cerro Áspero, que es el más alto que existe en la provincia. Llegar hasta allí es tarea comprometida y arriesgada, no hay caminos consolidados, sí algunos senderos que permiten a las bicicletas y cuatriciclos poder maniobrar al borde de los precipicios hasta llegar a una pequeña loma en la cima donde, en un rincón de una pared de la montaña, está apoyado el refugio. Se trata de un medio silo de metal con piso de madera, un deck con un asiento permite el descanso. Le costó un año a Carlos construirlo, bajar y subir el cerro con materiales, una y mil veces, hasta poder inaugurarlo; lo ayudó un amigo. En su interior una estufa genera calor; colchonetas, una mesa y un anafe, completan el mobiliario. La luz la produce una batería de auto, con esto alcanza y sobra para disfrutar de la soledad. No se necesita nada más. “Cuando tengo tiempo, subo y me quedo mirando el paisaje, veo los árboles que plantamos con mi padre, que ahora ya están tan grandes, y la belleza del paisaje del Abra enamora. Soñé este lugar diez años y se hizo realidad en uno. Nada es imposible”, asegura este taurino, domador del silencio en la altura.  

Desconocida Buenos Aires (Editorial El Ateneo), tres libros con relatos de viajes donde el lector reconecta con lo simple: rutas, siestas, árboles, animales de campo y los sabores de la comida casera y fresca.

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