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Vínculo de hermanos: unidos por la ciencia

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Millones de personas han recurrido a pruebas comerciales de ADN para rastrear sus árboles genealógicos. Para algunos afortunados, los resultados han transformado sus vidas, ya que han surgido familiares que perdieron años atrás, o no sabían que existían.

Vínculo de hermanos

Walter Macfarlane, de 76 años, y Alan Robinson, de 74, han sido amigos más de 60 años. Crecieron a pocos kilómetros el uno del otro en Honolulu, Hawai, y se conocieron en sexto grado. Jugaron al fútbol americano juntos en el colegio. Están tan unidos que los hijos de cada uno los llaman tío Walter y tío Alan. Así que imaginen su sorpresa cuando descubrieron que son hermanos biológicos. 

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“Fue muy natural”, reflexiona Walter sobre la revelación. “Nos conocíamos muy bien”.

Como sucede a menudo, el descubrimiento fue por accidente. Walter, profesor jubilado de matemáticas y educación física, sabía que tenía un árbol genealógico complicado. Su madre era joven y no estaba casada cuando dio a luz durante la Segunda Guerra Mundial. Como no podía criarlo por su cuenta, la familia simuló que su abuela era su madre y que su madre era su hermana. Walter no se enteró de la verdad hasta que terminó el colegio. Aun así, ni su madre ni nadie le dijo quién era su padre.

Así las cosas, cuando las pruebas comerciales de ADN empezaron a surgir, la hija de Walter, Cindy Macfarlane-Flores sugirió que se hicieran dos test. Cuando Cindy accedió a ancestry.com para revisar los resultados, vio que un usuario de nombre Robby737 y su padre compartían suficiente ADN como para ser medio hermanos. Al preguntar Cindy a sus padres si conocían a alguien que pudiera tener ese nombre de usuario, su madre inmediatamente pensó en el amigo de Walter, el tío Alan. Su apodo era Robby y pilotaba aviones 737 para Aloha Airlines.

¿Sería posible?, se preguntó Walter. Pasó diez minutos intentando localizar a su amigo por teléfono. Cuando Alan por fin contestó, le confirmó que su nombre de usuario era Robby737.

“Traté de actuar como si nada”, recuerda Walter. “Pero estaba tan emocionado por dentro que sentía que iba a estallar. Creo que despreocupadamente dije: ‘Oye, me parece que somos hermanos’. Y él me contestó: ‘Sí, claro, Walter, lo que tú digas’”.

“Yo estaba en negación”, explica Alan. “Nos conocíamos de tantos años. Pensé que solo estaba bromeando”.

Pero Alan sabía que era posible. Había sido adoptado de bebé por Norma y Lawrence Robinson. Años antes, Alan se había hecho las mismas pruebas de ADN que Walter, con el fin de saber más sobre su origen étnico y antecedentes médicos. Pero nunca se lo había mencionado a Walter. 

Poco después de la llamada, los hombres compararon los resultados de las pruebas en 23andme.com. Descubrieron que tenían varios cromosomas X idénticos, lo que significaba que procedían de la misma madre.

“Si yo no hubiera estado en esa base de datos, esto jamás habría sucedido”, cuenta Alan. “Simplemente estaba escrito que sucedería”.

Sin embargo, una persona, aparentemente, hizo lo imposible por asegurarse de que nunca sucediera: su madre. Walter sabía que el nombre de su madre era Genevieve K. Paikuli, pero en el acta de nacimiento de Alan, su madre consta como Geraldine K. Parker. Las iniciales idénticas del nombre de quien aparecía como madre de Alan, les hizo pensar que Genevieve usó un seudónimo cuando entregó a Alan en adopción. Alan también cree que sus padres adoptivos, los Robinson, sabían que Genevieve era su madre biológica y no se lo dijeron por respetar sus deseos.

Ninguno de los dos sabe por qué nadie les dijo que eran hermanos, pero lo atribuyen a las normas sociales de la época y a los tiempos turbulentos en torno al ataque a Pearl Harbor y la guerra, que seguía disputándose cuando ambos nacieron.

“No sabemos que sucedió, pero nosotros no guardamos rencor”, aclara Walter. “En aquella época, tenían sus propias razones para hacer las cosas”.

Pero han ganado mucho más de lo que perdieron. Gracias a los resultados de sus pruebas de ADN y a las investigaciones de Cindy, se enteraron de quiénes eran sus padres: ambos fueron militares estadounidenses continentales apostados en Hawai. Las investigaciones aportaron más: Walter averiguó que tiene otros 4 hermanastros y viajó a California para conocerlos personalmente; Alan tiene dos hermanastras y un hermanastro. “Es alucinante”, comenta Walter.

Ahora que las búsquedas familiares han terminado, Walter y Alan solo quieren recuperar el tiempo perdido. Habían dejado de verse después del colegio y aunque finalmente se contactaron de nuevo, no se veían muy a menudo porque llevaban vidas ocupadas. “Si hubiéramos sabido antes que somos hermanos, nos habríamos comunicado permanentemente”, dice Walter. Ahora lo hacen. Ambos siguen viviendo en Honolulu, a ocho kilómetros de distancia, igual que cuando eran niños. Hablan por teléfono semanalmente y salen a comer a menudo. Incluso piensan irse a un crucero juntos.

“Nuestra madre vivió hasta los 92 años”, recuerda Walter. “Con suerte nos quedan unos cuantos años más. Tenemos buenos genes”.

«Es mi hija»

Cuando tenía 16 años, Joanne Loewenstern se enteró de que era adoptada. Hasta ese día, ella había creído que sus padres adoptivos eran sus padres biológicos. Pero le dijeron que su madre biológica era una mujer llamada Lillian Feinsilver, quien había muerto unos días después de dar a luz en el Hospital Bellevue de la ciudad de Nueva York. Joanne se sentía traicionada y confundida; pasó muchas noches llorando, preguntándose cómo había sido su madre biológica. Aun así, una parte de Joanne sentía que seguía viva. 


Durante años, las dudas la atormentaron. Tras presenciar su angustia emocional, Shelley Loewenstern, nuera de Joanne, le sugirió que se hiciera una prueba de ADN. Esto fue en 2017, cuando Joanne tenía ya 79 años. Aunque hubiera fallecido su madre años antes, reflexionó Shelley, saber sobre su familia biológica podría darle algo de paz. Así pues, Joanne se hizo la prueba y como un año después, Shelley recibió un mensaje en ancestry.com de un hombre llamado Sam Ciminieri, cuyo informe genético había sido cotejado con el de Joanne.

Shelley escribió a Sam para preguntarle si conocía a Lillian Feinsilver. Sí, respondió Sam, ese era el nombre de su madre. Increíblemente, seguía viva a los 100 años… Joanne estuvo en lo cierto todo el tiempo.

Pero los sobresaltos no cesaron. Sam dijo que Lillian vivía en una residencia asistida en Port St. Lucie, en Florida. Joanne vivía en Boca Ratón, a unos 125 kilómetros de distancia.

El hijo de Joanne, Elliot Loewenstern, le dijo al Washington Post: “Resulta que tenemos toda una familia que nunca hubiéramos encontrado”. 

Rápidamente, las familias organizaron una reunión en el centro en el que Lillian vivía. Un mes después, Joanne estaba sentada frente a la madre que había buscado toda su vida. Elliot, Sam, Shelley y uno de los nietos de Joanne, presenciaron la escena. Lillian, quien tiene demencia y está en silla de ruedas, estaba en silencio.

“No sé si me reconoce”, susurró Joanne.

Le dijo a Lillian que había sido adoptada en 1938 y que le habían dicho que su madre biológica había fallecido. Silencio. Joanne se echó a llorar. En ese momento, su madre reaccionó, como si empezara a entender. Emocionada, Joanne le habló a Lillian sobre sus hijos y nietos. Lillian sonrió. Y entonces pronunció las palabras que Joanne había esperado escuchar desde hace más de 60 años: “Ella es mi hija”.

Los Lowenstern se enteraron de que a lo largo de los años, Lillian le había repetido a su familia, una y otra vez, que “había perdido una hija”. Todos supusieron que el bebé había muerto. La familia de Joanne supone que como Lillian no estaba casada cuando dio a luz, le quitaron a la niña y la dieron en adopción.

Pero ahora que las dos mujeres, inesperadamente, se han reunido, nada de eso pareció importar ya. Esa primera tarde que pasaron juntas se dedicaron a dibujar con lápices de colores… y resulta que es el pasatiempo favorito de ambas. 

Cuando Joanne la visitó tres días después, Lillian recordó rápidamente quién era. Ahora se reúnen con frecuencia para dibujar, jugar, y disfrutar el tiempo que comparten. “Estoy orgullosa”, le dijo Joanne a WPTV. “Es algo que he querido hacer toda mi vida”.

Una revelación real

Como descendiente de esclavos, Jay Speights ha luchado por encontrar documentación escrita sobre su historia familiar. Jay dedicó años a buscarla, igual que su padre antes que él, pero solo cuando tenía 64 años, una prueba de ADN le proporcionó una pista sólida. Este pastor de Rockville, Maryland, se enteró que el 30 por ciento de su ADN proviene de Benín, país al oeste de Nigeria, sobre el que Jay no sabía prácticamente nada.

Ante la insistencia de un amigo y a fin de averiguar más sobre su vínculo con Benín, accedió a una base de datos llamada GED Match, que ha tenido éxito conectando a afroamericanos con sus familiares africanos. Tras subir sus datos a la página web, Jay encontró una sorprendente coincidencia de ADN. Aparecía un hombre llamado Houanlokonon Deka como su primo lejano. A continuación constaban las palabras “ADN real”. ¿Realeza beninesa? Jay se quedó atónito. No tenía ni idea de cómo proceder.

Pero el destino, o tal vez incluso la intervención divina, entró en juego unos meses después de que Jay se enterara de su linaje real. En el New Seminary, en Nueva York, conoció al líder de la religión de África Occidental, Vodun, quien había viajado desde su casa en Benín. Jay le contó su extraña historia a él y al grupo que le acompañaba y uno de los hombres benineses inmediatamente respondió: “Conozco a su rey. Este es su número”.

“¿Cómo es posible que pase algo así?”, dice Jay. “Después de todos estos años revisando los datos de mi padre, tantos archivos … me cae del cielo… Tiene que ser la mano de Dios”.

La primera vez que Jay llamó al Rey Kpodegbe Toyi Djigla, el monarca del reino de Allada en el sur de Benín, este colgó. La segunda vez, el rey le pasó el teléfono a su mujer, que habla inglés, la reina Djehami Kpodegbe Kwin-Epo. Ella y Jay intercambiaron mensajes online. Ella le dijo a Jay que él era descendiente del Rey Deka, quien había reinado en Allada siglos atrás. “Nos encantaría recibirle en nuestro hogar, estimado príncipe”, escribió.

Y Jay viajó. El 6 de enero de 2019, la fecha de cumpleaños de su padre ya fallecido, aterrizó en Benín. Le recibieron con pancartas escritas en francés, el idioma oficial del país: “Bienvenido al reino de Allada, tierra de tus antepasados”. Al menos 300 personas le esperaban fuera del aeropuerto. Bailaban, cantaban y tocaban instrumentos para celebrar el regreso  de su príncipe ausente desde tiempos inmemoriales.

Acompañada de una caravana, la reina le recogió del aeropuerto, le presentó a dignatarios locales, y le enseñó algunos lugares históricos. Cuando llegó al palacio para ser recibido en audiencia por el rey, al menos mil personas le esperaban. Jay estaba abrumado por la emoción.

“Empecé a fijarme en las caras, los rasgos. Buscaba la conexión física a nuestro ADN. Estás como aturdido porque te encuentras en una situación que la mayoría de afroamericanos realmente no creen poder vivir… y es encontrar la parte de tu ADN que viene de África”.

Cuando Jay se serenó y bajó del auto, la gente lo ovacionaba y coreaba su nombre. Sonreía y saludaba mientras caminaba entre la multitud. Al llegar al palacio, recibió una lección rápida sobre etiqueta real: qué hacer cuando el monarca entrara y cómo debía dirigirse a la realeza beninesa. En el salón del trono, el rey le dio la bienvenida a su hogar y hablaron sobre su viaje mediante intérpretes. Esa noche, Jay participó en un rito que indicaría si sus antepasados le aceptarían en la familia. (Afortunadamente, lo hicieron).

Sigue siendo un misterio cómo llegaron los antepasados reales de Jay a América. Antaño, Benín albergaba uno de los puertos de tráfico de esclavos más grandes de África Occidental. 

La realeza africana vendía sus prisioneros de guerra como esclavos y algunos permitían que los miembros de la familia real viajaran con los comerciantes europeos al Nuevo Mundo, donde normalmente acababan esclavizados también. 

Los parientes benineses de Jay le dijeron que la familia real de Allada no habría vendido a los suyos como esclavos, pero no supieron decirle cómo habían acabado sus antepasados en un barco de esclavos. 

Todavía intenta asimilar el hecho de ser descendiente de esclavos y de gente que mandó a otros a la esclavitud. “Me he adentrado en mi identidad”, explica. “Puedo apuntar a un lugar en el mapa y decir: ‘La familia Speights viene de aquí. Tenemos historia”.

Jay ha seguido buscando sus nexos con su lugar de origen. Cuando se conocieron, el rey le encomendó “funciones principescas”: al volver a Maryland, debía ver la forma de llevar agua limpia a la aldea que rodea al palacio en Allada y promocionar el reino en los Estados Unidos. Hoy Jay recauda fondos para construir pozos en la aldea. 

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