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Hay mil formas de decir te quiero

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En el mes del amor, queremos mostrarte algunas historias de cariño y entrega incondicional que nos enseñan a pensar en el otro de las maneras más originales.

Una petición a Papá Noel

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Por Damon Beres 

Ryan Suffern, de ocho años, no le pidió juguetes ni electrónicos a Papá Noel en 2013, sino algo para Amber, su hermana melliza. “Quería un auto a control remoto y un helicóptero, pero ya no”, le escribió. “Los niños de la escuela molestan a Amber. Recé para que la dejaran en paz, pero Dios está ocupado y necesito tu ayuda”.

CNN se enteró de la carta cuando la madre de los mellizos, Karen, contó la historia en Facebook, y la atención mediática desató un torrente de apoyo. Stephen Kramer Glickman, estrella de Nickelodeon, les envió un videomensaje, y gente anónima les mandó regalos. Cuando Ryan y Amber volvieron a la Escuela Rocky Mount, en Carolina del Norte, después de las vacaciones de fin de año, el bullying cesó. “Tengo amigos nuevos”, le dijo Ryan a su mamá, “y ellos también van a cuidar a Amber”.

6.000 escalones de amor

Por Alison Caporimo

En Gaotan, China, en 1942, Liu Guojiang vio a una mujer y a una de sus hijas resbalar en un río mientras lavaban ropa. Las rescató y pronto se enamoró de esa mujer, Xu Chaoqing. Para ella, Liu era un héroe, pero algunos miembros de su aldea veían con malos ojos la diferencia de 10 años de edad de la pareja.

Liu y Xu se casaron y, con los cuatro hijos de ella, se refugiaron en una choza abandonada en una montaña de Chongqing. Como le preocupaba que Xu pudiera caer y hacerse daño al recorrer el angosto y escarpado sendero que llevaba de la choza al pueblo, Liu pasó 57 años -y rompió 36 cinceles de acero- tallando a mano 6.000 escalones en la ladera para que su esposa subiera y bajara sin dificultad. Liu cuidó la escalera de piedra hasta su muerte, en 2007, a los 72 años. Xu falleció el 30 de octubre de 2012. Sus cuerpos están enterrados en la montaña donde construyeron una vida de amor y lealtad.      

Les enseñó a sus hijas a ver

Por A. C.

Monique Zimmerman-Stein, quien estaba ciega del ojo derecho debido a un raro trastorno genético, empezó a perder la vista del otro ojo en 2007. Su médico le dijo que ciertas inyecciones podrían servirle, pero eran muy costosas. Aunque su esposo, Gary y ella ya habían gastado casi todos sus ahorros, decidieron invertir el dinero restante en tratamientos para sus hijas Davida, hoy día de 17 años, y Aliyah, de 14, quienes heredaron el trastorno (la hija mayor de la pareja, Ariel, de 26 años, no lo padece). “Renunciaría a todo con tal de que mis hijas tengan lo que necesitan”, dice Monique, de 53 años, quien perdió por completo la vista y ahora es defensora de los no videntes. 

“Mamá me enseñó que hay que hacer lo correcto por las personas que uno ama”, señala Aliyah. A pesar de los esfuerzos de Monique, sus hijas corren alto riesgo de quedar ciegas con el tiempo, así que las alienta a ayudar a los vecinos, a mirar con cuidado el mundo, cerrar los ojos y contarle luego lo que ven. “Quiero que vean todo lo posible mientras puedan”, explica Monique. 

Aparición sorpresiva

Por Alyssa Jung 

Habían elegido a Darla Harlow para que lanzara la primera bola en un juego en casa de los Braves de Mississippi, equipo de béisbol de las Ligas Menores de Pearl, Mississippi. Aunque su esposo, Michael, estaba de servicio en Afganistán como comandante del Ejército, estaba emocionada de que la vieran sus dos hijas, Casey y Molly Carol. 

Se colocó en el montículo y arrojó la pelota a home. El catcher la atrapó, pero entonces la soltó, y con un movimiento rápido se quitó la careta. ¡Era Michael! “No me lo esperaba”, dijo Darla a una agencia de noticias local. “Me quedé boquiabierta”. Michael había pasado meses planeando la sorpresa junto con sus hijas y los Braves. “Esto es algo que nunca olvidaré”, comentó a la prensa.               

 Lo llevaron hasta el altar

Por D. B.

En octubre de 2013, los enfermeros de la unidad de terapia intensiva del Centro Oncológico Seidman, de los Hospitales Universitarios de Cleveland, le brindaron una ayuda especial al paciente Scott Nagy. Le abotonaron una impecable camisa blanca sobre el tubo de respiración, le pusieron un elegante saco negro y le prendieron una rosa roja en la solapa. Diagnosticado dos meses antes con cáncer terminal de uretra, deseaba asistir a la boda de su hija, Sarah. 

“Scott es la persona más valiente que he conocido”, afirma la enfermera Jacky Uljanic. “Me decía: ‘Pase lo que pase, voy a ir a la boda’”. Doce profesionales colaboraron para que eso ocurriera. Algunos ayudaron a subir a Scott, de 56 años, en una ambulancia y otros monitorearon el respirador. Dos enfermeros lo llevaron hasta el altar en una camilla rodante, mientras él tomaba la mano de su hija. Menos de un mes después, Scott falleció. “Nos permitió ir más allá del ámbito de la atención médica tradicional”, dice Jacky de él. “Fue un honor poder ayudarlo”.                               

 Crearon un mundo imaginario para sus hijos

Por Beth Dreher

Refe y Susan Tuma, de Kansas City, Missouri, tenían una necesidad desesperada de dormir. Sus hijos, Adeia, de seis años, Alethea, de cinco, y Leif, de dos, rara vez dormían toda la noche, lo que estaba afectando a la familia. “Nos dimos cuenta de que los poníamos frente a la tele en vez de convivir con ellos”, dice Refe. 

Sorprendentemente, unos dinosaurios de juguete fueron la solución. Durante las 30 noches de “Dinoviembre”, Refe y Susan usaron las figuras para representar escenas del caos hogareño: una ruidosa sesión de música, una pileta sucia, el interrogatorio de una tortuga ninja… Los niños ahora ansían irse a la cama, ya que desean ver lo que sus traviesos juguetes hicieron en la noche. Los Tuma sugieren a otros padres hacer lo mismo. “En todas las casas hay dinosaurios de plástico”, dice Refe, “pero a nadie se le ocurre usarlos de este modo”. 

La abuela solo le prepara gelatina

Por James Breakwell

Si bien mi abuela Donna, quien tiene 89 años, no suele molestarse en tratar de recordar minucias, como quién soy yo o por qué estoy en su casa, se acuerda vívidamente de conversaciones que pudimos haber tenido o no hace muchos años. Durante una charla incómoda que tuvimos en cierta ocasión a la hora de la cena, comenté: “La gelatina está buena”. Al parecer, ella lo interpretó así: “Este es mi postre favorito de toda la vida y si dejás de prepararlo, voy a quemar tu casa”. 

La siguiente vez que la visité, tenía en su mesa un platón de gelatina de naranja y mandarina para mí solo. Por cariño a mi abuela, me la comí toda. Ella debe de haber pensado que no quedé satisfecho, ya que en la siguiente visita me sirvió una porción más grande. Desde entonces, cada vez que voy a su casa me prepara una cantidad progresivamente mayor de esa cosa cuajada. Al darse cuenta de mi situación, el resto de mi familia dejó de comer el postre de la abuela porque son tontos y piensan que es divertido ver cómo me zampo un metro cúbico de gelatina. No se reirán cuando muera por una sobredosis letal del brebaje. En realidad, lo más probable es que se rían, sobre todo cuando mi abuela haga una bañera entera de gelatina para servirla en mi sepelio.

 Consiguió un riñón para su esposa

Por A. J.

 Cuando los médicos le dijeron a Larry Swilling, de 77 años, que a su esposa, Jimmie Sue, ya no le funcionaba el único riñón que tenía, supo que debía hacer algo cuanto antes. Larry no podía ser donante de su esposa, con la que llevaba casado 57 años, y Jimmie Sue, de 76 años, estaba demasiado enferma para esperar tres años o más hasta que hubiera una donación de riñón anónima. Así que Larry salió a las calles de su ciudad, Anderson, Carolina del Sur, con un cartel hecho a mano que en grandes letras rojas decía: Need Kidney 4 Wife (“Necesito riñón para mi esposa”).

Mientras recorría las transitadas esquinas, algunas personas lo miraban extrañadas. “No me importa lo que piense la gente”, declaró a CBS News. “Mi esposa me cuida y yo la cuido a ella”. Cuando los noticieros locales cubrieron la historia, el acto de amor de Larry se volvió viral, pues inspiró a más de 100 personas a hacerse la prueba de compatibilidad para ser donadoras de Jimmie Sue. Casi un año después de que Larry empezó su singular búsqueda, apareció un donante compatible. Y Jimmie Sue se sometió al trasplante de un riñón de Kelly Weaverling, de 41 años, capitán de corbeta jubilada de la Armada, residente en Virginia. “Simple y sencillamente, tuve la sensación de que debía hacer lo correcto”, cuenta la donante.

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