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Baqueano de aguas dulces: un paseo impresionante por Bañado la estrella

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Chilo Ruiz es uno de los pocos guías del Bañado La Estrella, una de la 7 Maravillas Naturales Argentinas. Testigo y promotor del actual “nacimiento” turístico del lugar.

El sol todavía no ha terminado de salir, cuando el Chilo Ruiz ya está aplicando su fuerza sobre la pértiga con la cual dirige la embarcación en que los turistas escuchan, con una mezcla de maravilla y sorpresa, la que podríamos llamar sinfonía de la mañana en el Bañado La Estrella (Formosa): varias decenas de las 300 especies de aves que habitan el lugar, entrelazan sus cantos, chillidos, graznidos y pitidos. La mayoría completamente ignotos para el homo sapiens urbano: el tuyuyú, la garza mora, el águila negra, el hocó colorado, el aninga y el biguá, por mencionar a las que son fáciles de avistar.

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Dejamos para el final el ave emblema del Bañado: el Yabirú, la cigüeña más grande del continente americano.

Recordemos que en la Argentina hay cerca de mil especies de emplumados y que el que un tercio de ellas esté ahí, sino “a la mano”, con certeza al oído o la vista, es uno de los puntos fuertes de ésta, una de la 7 Maravillas Naturales Argentinas. Con certeza, sino la menos conocida, la menos visitada.

Y a que eso cambie es a lo que apuesta este baqueano de aguas limpias y quietas. Atención, que tal calma no engañe: Bañado La Estrella posee cerca de 400.000 hectáreas, lo que equivale a unas 20 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. Perderse no es tan difícil entre las palmeras que se elevan desde las aguas, al igual que esos esqueletos vivientes, los champales, árboles muertos ya sin sus cortezas, cubiertos de enredaderas, musgos e incluso algas. La postal registrada del lugar.

Toda esta exuberancia lo convierte en el tercer humedal de mayor tamaño en Sudamérica, y por ahí se mueve Ruiz y su ojo entrenado. “El conocimiento del lugar, eso es lo primordial en este oficio. Acá, baqueanos somos yo y dos más que trabajan individualmente. Después, hay más que trabajan conmigo, según la temporada”, dice.

Se trata de un oficio, cuenta, que requiere bastante más que saber orientarse y tener la habilidad de navegar.  “Un guía baqueano, tiene que ser un tipo de la zona, un conocedor del lugar. Tiene que conocer los animales que hay. Saber sus nombres comunes y, tal vez, científicos, porque  hay responder bien a las preguntas de los visitantes”. Y está también, no es menor, la destreza social: “Se debe saber cómo recibir a uno o a un grupo de personas”.

Y ya que estamos en el tema, ¿qué destacaría de esa foresta inundada que es gran parte del Bañado? “La palma carandai es lo más resaltante. Después, tenemos algarrobo, binal, quebracho colorado y blanco, palo santo y muchos más”.

Por ahora, antes del párate actual, menciona, “los visitantes  son internos, y vienen de todo los puntos del país. Y encuentran lo que afectivamente vienen buscando: buen recibimiento y al entrar profundamente al Bañado. Ahí se sorprenden con los palmares y champales, con sus figuras monstruosas y las ven mágicas”.

Las cosas han cambiado mucho recientemente en Fortín Soledad, el punto urbano más cercano al lugar, donde Chilo nació. “Sí, cambió. Antes no teníamos luz. Hace tres años que tenemos, y el gobierno de la Provincia, nos puso una antena de Internet. Con eso avanzó mucho la comunicación directa e indirecta con el turista. Además, la gente está renovando sus casas, alistando  sus negocios como quioscos, la panadería, carnicería, heladerías, y carpinterías con maderas del lugar”.

El despegue definitivo vino “después del nombramiento como una de las 7 Maravillas”, explica. “Entonces, llegaron muchos más turistas de lo habitual”. Pero, un “turista” inesperado vino a paralizar este florecimiento, el coronavirus. De todas formas, Ruiz es optimista. Él mismo, más allá de su trabajo como baqueano, ha devenido emprendedor turístico, construyendo unas cabañas pequeñas, ya que la oferta hasta meses atrás era casi nula. No está solo. “Los lugareños se están preparando, para recibir más”, cuando todo esto pase.

Por ahora, solo ellos y uno que otro visitante provincial pueden disfrutar de la abundancia de vida que se divisa por todas partes. Incluso más allá de la zona estricta de las aguas. “En el monte, a la vera del Bañado, cuenta, hay chanchos quimileros  -que son difíciles de ver por lo tupido del monte- tapires, aguara-guazú, pumas”, y algún yaguareté, cuyas huellas se encontraron, después de mucho tiempo, en junio recién pasado.

Obviamente, “la caza está prohibida, solo es posible para los lugareños por subsistencia”. En cambio, “la pesca si está habilitada para los visitantes. Se saca un permiso como turista y se pesca con devolución”.

Ruiz, hombre que conoce bien los recovecos de un bañado, y su naturaleza, móvil y cambiante, sabe que es un tesoro deslumbrante, pero frágil. Por eso, cierra, “se respeta mucho el lugar”. Hay que cuidarlo.

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